Año cero

¿La revolución del 68? Vademecum para liberarse

Mundo · John Waters
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11 enero 2010
En la cultura de nuestros días es casi imposible hacer una crítica sobre cualquier aspecto del estilo de vida moderno sin quedar como enemigo frontal de aquello que se pone en discusión. Por ejemplo, quien critica el abuso de alcohol inmediatamente es etiquetado como abstemio y, si alguien descubre que se toma una copa el domingo, se convierte automáticamente en "hipócrita". No se trata de un hecho accidental, sino que principalmente es síntoma de una visión ideológica de la libertad. El centro de estos debates no es el alcohol mismo, sino la idea de que ciertos comportamientos implican una particular definición de "libertad" y que, por tanto, sólo pueden ser puestos en discusión por parte de aquellos que intentan reducir o atacar la libertad.

No está permitido, por tanto, estar a la vez a favor de la "libertad" y en contra de ella: hay que elegir entre la libertad y otra cosa. Para entender qué puede ser esta otra cosa habría que volver casi 55 años atrás, para poder considerar de un modo global el desarrollo de la cultura moderna en sus diferentes dimensiones clave. Quizá el elemento central en esta descripción es la aparición en la sociedad moderna del rock and roll, un fenómeno que nos hace volver a mediados de los años 50 y que comenzó concretamente con Elvis. Elvis Presley empuja al mundo para que despierte a la libertad, al deseo, al cambio, a la revolución, a la vida. Elvis dice "despertad" y así pone fin al periodo de posguerra, marcado por la incertidumbre y el cansancio.

Sam Phillips, el hombre que registró las primeras canciones de Presley en el Sun Studio hace 55 años, dice que desde que Elvis entró por la puerta no sabía qué estaba buscando pero sabía que era algo único, totalmente nuevo, algo que no se adaptaba a nada ni reflejaba nada hasta entonces conocido en América. Algo que dejaría todo casi sin sentido, algo que crearía confusión, que no permitiría seguir sintiéndose seguros de la forma que había sido habitual hasta aquel momento. Elvis ya había surgido en uno de los estudios de Phillips unos meses antes de pagar sus cuatro dólares y registrar That's when your heartache begins y My happiness como regalo para su madre.

En el verano de 1954, sin embargo, estaba allí para empezar lo que sería Memphis Records, un puñado de canciones que cambiarían el mundo, más allá de cualquier exageración o hipérbole. Milkcow Blues Boogie, Good Rockin' Tonight, You're a heartbreaker, Baby let's play house, That's all right están hoy tan vivas como el día en que fueron escritas. Estas canciones eran, y siguen siendo, el anuncio de aquello que parecían las posibilidades infinitas de la libertad personal: el manifiesto de una nueva sensibilidad que se negaba a conformarse a las constricciones de la autoridad, rechazando así la inefabilidad de los viejos por parte de los jóvenes. Escuchándole no se podía, ni se puede, evitar la impresión de que todo puede ser completamente distinto a como dicen que debería ser.

Éste era, y sigue siendo, el mensaje del rock and roll. Un mensaje que cayó en una realidad opaca y monocromática, caracterizada por la prudencia y el conservadurismo, y que fue por eso en aquel momento un testimonio incontestable de algo que había sido sorprendido en el espíritu humano. Desde el punto de vista cultural, dejó marcada a aquella generación como ninguna otra lo estuvo antes: una generación que asumiría la afirmación de la juventud como la fuerza guía de sus acciones y de sus proyectos. La energía de aquellos momentos iniciales terminó por transmitirse a toda la década de los 60 y en particular a ciertos momentos, sobre todo al 68 y a sus connotaciones de rebelión juvenil y de repudio de los valores políticos de la época.

En el fondo, la revolución era más existencial que política: repudiaba cualquier forma de autoridad, desde la paterna hasta la divina, y establecía como ética del momento la reivindicación del deseo humano en su forma más inmediata. Pero también parecía creer que había descubierto algo nuevo sobre la naturaleza humana: que entre la humanidad y la perfección sólo se interponía la distorsionada voluntad de poder de los viejos y de los decepcionados. Al poner en el centro de la revolución el idealismo juvenil, se hace imposible disentir sin ser acusado de querer recuperar las ideas de la vieja guardia. Poner en discusión cualquier aspecto de este proyecto libertario significaba calificarse como "reaccionario", como un contrarrevolucionario deseoso de restaurar la autoridad del pasado y sus restricciones.

Así también esta revolución, como todas las demás, quedó ciega frente a sus propios límites y contradicciones, y cuando empezó a caer en los excesos y a perder la percepción de los límites de su enquistado idealismo no hubo ninguna voz que desde dentro fuera capaz de sugerir un replanteamiento o un cambio de dirección. Como en otras revoluciones, se usó el concepto de "vieja guardia" como un saludable recordatorio, en el caso de que se insinuara que también la revolución podía tener límites o cometer errores.

La influencia de esta revolución ha durado hasta nuestros días y ha caracterizado la ideología actual de la sociedad occidental. Los conceptos de virtud y progreso han sido redefinidos de un modo que todavía hay que analizar, pues aparecen como elementos neutrales y naturales de la realidad; es más, estos análisis han sido propuestos casi exclusivamente por miembros de la revolución. Y aquí hay una gran ironía: del poder cultural del rock and roll y de su mezcla de ásperos sentimientos ha nacido una generación de poder que, si en un tiempo exaltaba la juventud por encima de cualquier límite, después se ha aferrado al poder con más fuerza que las generaciones precedentes. Todo esto ciertamente ha llevado a la libertad, pero sólo a un cierto tipo de libertad, y entretanto ha cerrado al mundo la posibilidad de una comprensión más profunda de lo que significa la verdadera libertad.

Muchos de los problemas heredados de esta particular aproximación a la libertad en las últimas cinco décadas son de naturaleza política o social, pero se ha desarrollado una tendencia a ignorar el hecho de que estos problemas tienen su raíz en una distorsión profunda y fundamental de la realidad humana. En particular, la antipatía intrínseca de la ideología de los años 60 hacia la autoridad ha significado que muchos de los que actualmente forman parte de la sociedad occidental hayan crecido en una cultura que les ha privado de elementos clave de su propia naturaleza, como son su creatividad, su dependencia y su moralidad.

Ahora, sin embargo, se presenta una oportunidad. Dentro de diez años, los últimos de aquéllos que participaron en las barricadas de 1968 llegarán a la edad de la jubilación: se abrirá así en la cultural occidental un vacío de poder o la posibilidad de proponer un nuevo camino. Pero antes de que eso ocurra es necesario describir públicamente lo que ha sucedido, para que todos lo puedan entender.

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