La respuesta invisible al nuevo yihadismo español

Mundo · Fernando de Haro
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6 septiembre 2017
“Non tinc por”. Ese fue el grito que salió de forma espontánea de cientos de gargantas que se habían congregado en la Plaza de Catalunya de Barcelona, horas después de los atentados que golpearon la ciudad y el pueblo costero de Cambrils. Antes de que se escuchara esa respuesta popular, muchos barceloneses habían dado muestras de una solidaridad llamativa para atender a las víctimas del atropello. Fueron muchos los voluntarios anónimos que, desafiando el desconcierto y el miedo sembrado por los terroristas, acudieron a atender a los heridos, dieron cobijo en hoteles y en domicilios particulares a los que habían quedado sin abrigo en una ciudad amenazada. 

“Non tinc por”. Ese fue el grito que salió de forma espontánea de cientos de gargantas que se habían congregado en la Plaza de Catalunya de Barcelona, horas después de los atentados que golpearon la ciudad y el pueblo costero de Cambrils. Antes de que se escuchara esa respuesta popular, muchos barceloneses habían dado muestras de una solidaridad llamativa para atender a las víctimas del atropello. Fueron muchos los voluntarios anónimos que, desafiando el desconcierto y el miedo sembrado por los terroristas, acudieron a atender a los heridos, dieron cobijo en hoteles y en domicilios particulares a los que habían quedado sin abrigo en una ciudad amenazada. Decenas de traductores se ofrecieron para echar una mano. Fue una primera respuesta que no se puede dar por descontada. Una respuesta que, frente a la voluntad de los terroristas de causar un mal irreparable, con la donación de tiempo y la disposición a asumir riesgos, limitaba de algún modo la primera espiral sucia del nihilismo. “Me he quedado sorprendido por los gestos de caridad y solidaridad con que los barceloneses han respondido al ataque, hubo una gran humanidad en ellos”, aseguraba el cardenal de Barcelona, Juan José Omella.

Trece meses después del atropello de Niza con el que comenzó el “yihadismo low cost” en Europa, España ha sido golpeada como lo fueron antes Francia, Reino Unido, Alemania y Suecia. Aunque parece que hay algunas diferencias respecto a los casos precedentes. No estamos ante un yihadismo de lobos solitarios que actúan de forma espontánea. Según las primeras investigaciones, el atropello masivo y el apuñalamiento se producen después de que los terroristas fracasaran en sus planes de producir un daño mayor con explosivos y bombonas de butano. Solo la deflagración accidental de una casa en el pueblo de Alcanar (Tarragona), donde un grupo de jóvenes de origen marroquí preparaban el ataque, provocó que se decidieran a realizar un atropello masivo. ¿Estamos ante una célula organizada como las que preparaba Al Qaeda, vinculada de forma jerárquica a la cúpula del Daesh? ¿Es este un atentado similar al que sufrió España el 11-M de 2004?

Todavía es demasiado pronto para responder las muchas preguntas del ataque. Según las últimas investigaciones, el atentado de 2004 tuvo como responsable a Amer Azizi, un hombre directamente vinculado a la cúpula de Al Qaeda. Hay, sin duda, similitudes con lo que ha ocurrido hace unos días. Azizi actuó como agente de radicalización de un grupo de personas de origen magrebí, como en este caso ha sucedido con el imán Abdelbaki es Satti. Pero este último no parece que tenga vínculos con la cúpula del Daesh ni que contara con una infraestructura financiera.

En cualquier caso, lo que es diferente es el perfil de los yihadistas, un perfil que ha cambiado radicalmente. Detrás de lo ocurrido en Cataluña hay una docena de jóvenes, casi adolescentes en algún caso, de origen marroquí que aparentemente estaban perfectamente integrados. De hecho, eran conocidos por los servicios de integración del Gobierno catalán. La educadora social que había trabajado con ellos no podía salir de su asombro. “¿Qué os ha pasado? ¿En qué momento? ¡Qué estamos haciendo para que sucedan estas cosas!”, ha escrito.

Los yihadistas de Ripoll, como ya se les conoce, responden al prototipo de terrorista islamista detenido en los últimos años en España. El Instituto Elcano ha trazado su perfil con los 178 detenidos entre 2013 y 2016. Son hombres, pero también mujeres, que cuentan entre 25 y 29 años. Un 40 por ciento tiene la nacionalidad marroquí y un 60 por ciento la española. La mitad de ellos son inmigrantes de segunda generación. En los últimos años el número de yihadistas detenidos de origen español se ha multiplicado por ocho. Un 28 por ciento residen en Barcelona, que junto con la periferia de Madrid y las ciudades africanas de Ceuta y Melilla son las grandes canteras de este tipo de terroristas. Y otro dato muy revelador, solo el 18 por ciento tiene conocimientos del islam o de la sharía. No son personas que sufran la exclusión económica, la tasa de paro entre ellos es similar a la que se registra entre los jóvenes de su edad. Eso sí, un porcentaje alto, un 20 por ciento, han estado en prisión antes de ser detenidos.

Es en prisión, o través de la relación con una persona radicalizada, en este caso el imán Abdelbaki Es Satti, como se radicalizan. No solo a través de internet. En cualquier caso estos datos muestran que el perfil del yihadista ha cambiado mucho, es cada vez más el de un español que sin mucho conocimiento del islam abraza la ideología de la destrucción. La propia comunidad islámica reconoce su dificultad para controlarlo. Estos días Mohamed El Ghauidouni, presidente de la Unión de Comunidades Islámicas de Cataluña, después de condenar los atentados, pedía ayuda “porque nosotros solos no podemos controlar a estos radicales. No podemos controlar a los imanes radicales, necesitamos que el Estado nos ayude, especialmente para poner clase de religión con buenos imanes”.

No se puede establecer una relación fácil entre la aparición de este yihadismo y el fracaso del modelo de integración de la población inmigrada. De hecho, Alejandro Portes, experto mundial en migración, ha asegurado recientemente que el modelo de integración en España, en líneas generales, es exitoso y puede ser referente para otros países. En España no ha habido, según Portes, un modelo de integración que se haya impuesto desde arriba, “a diferencia de otros países europeos que han intentado imponer una integración incluso con modelos políticos, aquí ha sido un proceso natural”. No se han identificado categorías étnicas, el 80 por ciento de los inmigrantes se define como español. ¿Ha fallado ese modelo en algunas zonas de Cataluña? Puede ser. De hecho el fenómeno de los guetos de inmigrantes musulmanes, que no se producen en ningún otro lugar, se registran en localidades como Can Anglada, Terrasa, Sabadell o Mataró. Y hay, según algunas estimaciones, 70.000 alumnos musulmanes escolarizados que no reciben clases de religión islámica. Cataluña, junto con el País Vasco, es una de las Comunidades Autónomas más secularizadas.

No solo en Cataluña sino en toda España hay una dificultad para comprender el valor que tiene la dimensión religiosa en el proceso de integración. El sociólogo de la Universidad Pontificia de Comillas Fernando Vidal, en un trabajo dedicado al capital social y el capital simbólico, ha puesto de manifiesto que los propios inmigrantes le dan mucha importancia al factor religioso como dimensión necesaria para la integración. Y que, sin embargo, sólo el 14 por ciento de los profesionales sociales lo consideran relevante. Es un recurso invisible. Esta fractura entre la identidad religiosa del migrante y cómo conciben la integración los especialistas es muy llamativa. Con razón Ghaudouni reclamaba ayuda para que el islam, el islam verdaderamente religioso, sea considerado como un recurso para hacer frente al yihadismo. Ya hemos visto los pobres resultados que tiene un modelo de integración inspirado en la laicidad francesa.

Si el elemento religioso se aparca, la transmisión de aquella pertenencia que permite hacer frente al nihilismo se interrumpe.

La educación necesaria para hacer frente al terror requiere de una gratuidad como la que se expresó en las primeras horas de los ataques, convertida en método, en educación.

Oasis

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