La regeneración democrática desde la sociedad civil
Páginas Digital abre un ciclo sobre la situación política nacional dominada por el desafecto hacia la clase política tradicional, el ascenso de los populismos expresada en Podemos y el desafío nacionalista. También queremos analizar la respuesta que se empieza a vislumbrar desde la sociedad civil frente a la problemática actual. ¿Cómo se ha llegado a esta situación? ¿Cómo se puede regenerar nuestra democracia? Para poder profundizar en estas cuestiones hemos comenzado un diálogo con distintas iniciativas de la sociedad civil. Empezamos el ciclo entrevistando al periodista Antxón Sarasqueta.
Afirma usted, en un artículo de su blog titulado “¿Por qué razón nuestra democracia es débil?”, que el éxito del populismo no está en su fuerza sino en la debilidad de la democracia. ¿Por qué esta afirmación?
Para fortalecer la democracia hay que empezar por criticar y exponer objetivamente sus debilidades, y España vive una década de inercia, de involución democrática, que es la principal manifestación de debilidad de un sistema democrático de libertades. Y toda democracia que no se regenera, degenera. En esta década han crecido los movimientos totalitarios de cualquier signo como los populistas, radicales y nacionalistas que desde las propias instituciones del estado plantean una ruptura constitucional y de España (como es el caso de Cataluña). O la política de apaciguamiento con los terroristas que ha hecho que se legalice a los grupos políticos de ETA que gobiernan instituciones en el País Vasco. Al mismo tiempo ha crecido la corrupción del sistema y la desafección de la sociedad hacia su clase política. En 2004 solo un 0,6% de los españoles situaba la corrupción entre los principales problemas y hoy ya supera el 55%, según el CIS. Son pruebas bastante elocuentes de cómo un sistema democrático se debilita.
En su libro “El abuso del Estado” (Plaza & Janes), ya en los años ochenta, citando al sociólogo Víctor Pérez comenta tres factores: “la debilidad de la sociedad civil, la sobrevaloración del Estado y las características de la nueva clase política”, que permiten que efectivamente se produzca este abuso del estado.
Lo que ponía de manifiesto en ese libro de la trilogía que publiqué sobre la transición democrática era precisamente el riesgo que tiene una democracia en la que predomina el abuso del Estado, que es incompatible con una democracia liberal, sistema que precisamente representa todo lo contrario. Son el Estado, su gobierno y administraciones los que deben de estar al servicio de sus ciudadanos, y no al revés. Toda tutela del Estado y sus poderes políticos, administrativos y sindicales sobre la sociedad y sus ciudadanos, coarta la libertad del individuo que, no nos olvidemos, es el contribuyente que con su esfuerzo diario humano, físico, intelectual y familiar lo provee y financia todo.
¿Qué parte de responsabilidad tiene la clase política y qué parte tiene la sociedad civil en la situación actual?
A mí me gusta más hablar de responsabilidad individual, que es de donde se derivan todas las consecuencias políticas y sociales. Por eso en las democracias históricas y más consolidadas como la británica o la estadounidense, la fortaleza de la democracia y las libertades se vincula desde edad temprana en el colegio y la familia a la responsabilidad individual. Ello implica tener conciencia de los riesgos, costes, compromisos y responsabilidades en todos los aspectos de la vida cotidiana, pero es lo que garantiza el bien común. Implica además una conciencia crítica, que es consustancial con la fortaleza de una democracia. Un sistema democrático que, por imperfecto que sea, es el que ha desarrollado la civilización de las mayores libertades, progreso y bienestar. Por eso es importante subrayar que en un régimen democrático fuerte domina la sociedad civil, y en España hoy domina la clase política, lo que es otra manifestación de la debilidad del sistema.
¿Cuál es el recorrido histórico que se ha hecho en España en los últimos años para llegar a esta situación de debilidad de la democracia, y auge de los populismos y de los nacionalismos?
Este recorrido histórico nos revela la naturaleza de la crisis de España y también su solución. No podemos decir lo mismo que Ortega y Gasset cuando en la primera mitad del siglo XX diagnosticó que lo malo de lo que pasaba en España era precisamente que los españoles y la nación no sabían lo que les pasaba. Hoy sí sabemos lo que nos pasa. Nos pasa que cuando una nación no tiene proyecto de futuro entra en crisis, y para salir de la crisis España necesita un nuevo proyecto de liderazgo a nivel global, porque lo que ha cambiado es la globalización del mundo, de las sociedades y las personas. Por eso en mi obra ‘Una visión global de la globalización’ señalo que este nuevo orden global supone plantearse los avances y retrocesos no sobre uno mismo sino sobre la realidad de conjunto. Es un cambio de dimensión. ¿Es España hoy una referencia global por su modelo democrático, económico, científico y social? Y una nación cuenta a nivel global si hace de estos valores su eje-motor de la política.
Durante 25 años España ha sido referencia en el mundo como modelo de transición democrática pacífica de la dictadura a la democracia, y por ello he sido invitado para dar a conocer el cambio en universidades, centros políticos, y organizaciones de todo el mundo. Como ha sido el caso de numerosos políticos y académicos españoles. Cuando pregunté por qué la Academia de Ciencias Sociales Chinas de Pekín publicó en 1984 la primera edición de uno de mis libros sobre la transición española, mis colegas chinos me dijeron que era porque España representaba un modelo a estudiar de la transición entre la dictadura a la democracia. Esa etapa ha pasado y España tiene que aprender de su recorrido histórico para proyectar un cambio que sea referencia de futuro a nivel global, de lo contrario su crisis nacional y del propio sistema democrático seguirá agudizándose. Porque, insisto, una nación que no tiene proyecto y liderazgo de futuro a nivel global, está condenada a la crisis en todos sus órdenes, político, social, económico e intelectual.