La rebelión de las iglesias en México
La reacción de las religiones ha sido enérgica y el mensaje, muy claro. Un matrimonio, por derecho natural (y existe el matrimonio natural, no sólo religioso), está constituido por un hombre y una mujer. Éste es el camino para fundar una familia, que es la célula básica de la sociedad. Las leyes humanas deben estar en armonía con el derecho natural y fortalecer el matrimonio, no redefinirlo a capricho. La ley "gay" genera confusión y perjudica a los niños adoptados, pues les priva del derecho a vivir en una familia bien integrada y a desarrollarse como miembros plenos de una especie y sociedad que por naturaleza es heterosexual. Está claro que los adultos, en ejercicio de su responsabilidad, pueden hacer de su vida lo que quieran; pero está más claro que los niños no son juguetes para satisfacer las necesidades afectivas de los adultos. Los políticos no tienen derecho a usar a los niños como armas arrojadizas en sus obsesiones y guerras ideológicas.
La reacción del PRD, de poderosos grupos "gay" y de varios analistas y comunicadores en todos los medios ha sido intolerante y hepática. No sólo han emprendido campañas de linchamiento mediático contra aquéllos que osan expresar una opinión distinta a la suya. También han exigido el silencio de las religiones y a Fernando Gómez Mont, secretario de Gobernación, que hiciera callar a los obispos católicos, en concreto al cardenal Rivera. Con excelente criterio, el secretario respondió confirmando el principio mínimo de la democracia, que es el derecho a expresarse y disentir de lo mandado por quienes gobiernan.
Estos hechos nos dejan cuatro lecciones para empezar. Primera: las religiones no se van a callar ni dejarán de actuar. Dicha ley fue tan sólo un catalizador de un movimiento ecuménico que lleva varias décadas madurando. Segunda: urge un régimen pleno de libertad religiosa en México, pues el creyente, como cualquier miembro de la sociedad civil, tiene también derecho a expresarse por y desde su fe. Tercera: se ha roto una alianza histórica entre protestantes y liberales, nacida en el siglo XIX. Mis hermanos evangélicos -como católico no los puedo llamar de otra manera- vieron entonces, con razón, que en la protección de un Estado liberal y bajo un régimen de libertad de cultos tendrían la posibilidad de crecer y desarrollarse. Hoy, los autollamados herederos de Benito Juárez, a quien por cierto traicionan, exigen su silencio y emprenden la persecución. Cuarta: poco a poco todos los cristianos vamos aprendiendo que, sólo unidos en nuestra natural diversidad, podremos dar testimonio de la fe y razones de la esperanza para, con caridad y en la verdad, aportar decisivamente al desarrollo de una sociedad más humana y más justa.