La política y las identidades
La política va de resolver problemas, de afrontar circunstancias imprevistas como la pandemia. La política, por más que se empeñen algunos, no es una forma de identidad, no es una especie de herencia que uno recibe, no es una opción que se hace para toda la vida y que se mantiene contra viento y marea. La política es, seguramente, como todo en la vida, algo que está sometido a la prueba del ensayo y del error, a la prueba de comprobar que el partido que has votado ha hecho lo que te parece más conveniente o menos conveniente.
Hablamos tradicionalmente de votantes de partidos de derecha o de izquierda, de votantes del PP, del PSOE, de Ciudadanos, de Podemos, de Más País, o de cualquier otro partido. Y en realidad los votantes somos votantes. Las ideologías tienen su peso, pero las ideologías, como todo, están sometidas a prueba. Hubo un tiempo en el que se decía que lo típico de una democracia madura era la capacidad de sus votantes para cambiar de partido según cómo hubiera actuado ese partido en el Gobierno o en la oposición. Y ese es un buen criterio. Pero luego llegó el espantajo del voto identitario, de los votantes fascistas o antifascistas, de los votantes partidarios de la libertad y de los votantes partidarios del totalitarismo. De los votantes trumpistas y antitrumpistas.
Hay quien anda muy escandalizado de que la Comunidad de Madrid haya cambiado en dos años de voto: donde hace dos años ganaban los socialistas y ahora ganan los populares, porque donde se votaba naranja ahora se vota azul o porque donde antes se votaba socialista ahora se vota Más Madrid. Es lo más lógico y más sano. Todavía hay demasiado poco cambio de voto, todavía el cambio de voto es demasiado tímido entre los bloques de la izquierda y de la derecha. Dos años con una pandemia de por medio, con un Gobierno de coalición, con extrañas mociones de censura, es una eternidad. Esto no va de identidades cerradas, esto va de política, es decir de lo contingente, de lo variable, afortunadamente.