`La política refleja la desorientación cultural: buscamos algo a lo que agarrarnos y extremamos las posiciones`

Entrevistas · Fernando de Haro
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11 marzo 2019
Entrevista a Joseba Arregi

La polarización ha aumentado tanto que parece haberse disuelto el “nosotros” de un país compartido. ¿Hay alguna relación entre esta disolución y la aparición de cordones sanitarios a izquierda y derecha?

Los cordones sanitarios destruyen por definición cualquier ´nosotros´. Pero para entender por qué se dan los cordones sanitarios es preciso tener en cuenta dos caras de la misma moneda: la base del nosotros es el acuerdo constitucional. Si éste se pone en duda, no se comparte, se deslegitima –porque no lo aceptan los nacionalistas, porque aliarse con los que no lo aceptan es necesario para conformar mayorías parlamentarias, porque los partidos nacionales y las instituciones comunes hacen dejación de ello, también el TC sentenciando que la negación del acuerdo constitucional se puede defender en la España constitucional y que ésta no prevé una democracia militante, como sí lo hace la alemana–, la polarización está dada, la desintegración del corpus político es posible. La otra cara de la moneda: si no hay consenso en lo básico, en todo manda el principio de mayorías, y ello redunda en la polarización de los extremos. El acuerdo en lo básico deslinda lo que se puede debatir y poner en cuestión, y lo que se deja en manos de las mayorías. Fuera de ese juego de acuerdo y campo delimitado de desacuerdos, todo se convierte en cuestionable, todo se desvirtúa, todo es radicalmente relativo, todo es líquido. Creo que hablar del riesgo de polarización no es exagerar la situación, pero ello debiera conducir a preguntarnos cómo se evita la misma: la consolidación de lo acordado como base de la convivencia en libertad –Constitución–, y no ponerlo permanentemente en riesgo, aunque ello suponga renunciar a alcanzar un poder de parte y verse obligado a coaliciones transversales. Lo importante: no jugar con lo que nos une en lo básico. España, tras los acuerdos de la transición, ha caminado por una peligrosa cuesta descendente: ni la derecha terminaba de fiarse de la lealtad constitucional de la izquierda; ni la izquierda terminaba de reconocer legitimidad democrática a la derecha. A partir de ahí todo es miel sobre hijuelas para los que buscaban y siguen buscando la deslegitimación de la Constitución.

¿La polarización política es un falso espejo de la vida social?

Creo que lo que sucede en la política refleja la matriz cultural, en su sentido más amplio, de la que nace y de la que se nutre. Lo dicho en el punto anterior vale como ejemplo: si Sánchez acusa a PP, Cs y Vox de construir un cordón sanitario contra él, cuando fue Maragall el que incitó el pacto del Tinell firmado ante notario para excluir al PP, si Zapatero siguió la misma senda, si Sánchez se hizo ´grande´ con el “no es no”, si para llegar a gobernar recurrió a renovar el pacto de Tinell, y si PP, Cs y Vox han caído en la misma trampa, no han sabido y acertado a marcar diferencias con discurso y no con eslóganes, los cordones sanitarios van a tener larga vida. Porque además la cultura del espectáculo y las redes sociales viven de esas dicotomías, de esas polarizaciones, solo así se consiguen ´me gusta´ o lo contrario, si toda esa cultura ha matado la posibilidad misma del matiz, de la diferenciación, de la referencia a los contenidos, incluso en las pedagogías llamadas progresistas los contenidos y la memoria no importan, la política está inmersa y sin anticuerpos contra lo que demanda la cultura: la vaciedad de contenidos, el espectáculo, las medias verdades y las mentiras como lo último del marketing.

En España se produce una participación electoral del 70 por ciento y una participación ciudadana (en iniciativas sociales, asociaciones civiles y otras fórmulas) del 20 por ciento. ¿Provoca esto que la opción por un determinado partido a la hora de votar tenga que ver más con opciones ideológicas o con pulsiones de última hora que con experiencias concretas de implicación social?

Puede que la sociedad española sea menos asociativa que, por ejemplo, la estadounidense. Pero no creo que lo sea menos que la francesa. El problema radica en mi opinión en el modelo cultural que vivimos: si el posmodernismo ha planteado el fin de las grandes historias, de las grandes narraciones, de los grandes ideales e ideologías –la pintada del 68 que decía: Dios ha muerto, Marx ha muerto y yo comienzo a sentirme muy mal–, responde a una gran desorientación que conduce a personas y grupos que viven esa cultura a buscar algo a lo que agarrarse. Determinada sociología habla de que vivimos en una época de éticas que se nutren de una sola cuestión: proaborto-provida, antifascismo-prolibertad, cambio climático como única cuestión, feminismo como ´la´ cuestión por encima de todo, el imperialismo, la globalización a combatir… Centrarse éticamente en una única cuestión conduce a extremar la posición en esa cuestión de vida o muerte.

Se apela mucho al diálogo en la vida pública, ¿cuál es el nuestro nivel de diálogo social?

El diálogo está en crisis. No hay diálogo si las personas no son conscientes de que les falta algo, de que no poseen toda la verdad, de que pueden aprender y recibir algo de los otros. No hay diálogo si no hay algo objetivo que se nos ´imponga´: el significado de los términos que usamos en el diálogo, los contenidos de las palabras, la semántica. Si por el contrario nos creemos omnipotentes sobre los contenidos, los significados, sobre las palabras y los términos, entonces el diálogo es imposible, no hay nada que se escape a la omnipotencia subjetiva de los hablantes. No es que no haya diálogo, es que es imposible entenderse si no hay acuerdo sobre la gramática, sobre la semántica.

Los estudios sociológicos reflejan un interés sostenido por la política, pero una desafección hacia los líderes políticos. Parece imposible pensar en la política como una vocación animada por un ideal.

No creo que los estudios sociológicos digan que existe interés por la política, pero desafección por los políticos. Lo último es cierto. Lo primero hay que entenderlo en lo que he dicho antes: el interés por la política no es por planteamientos complejos, por planteamientos conscientes de las dificultades y las contradicciones de las cuestiones políticas, por la asunción de que el espacio público en la democracia es el espacio de las verdades penúltimas, y no de las últimas verdades y legitimidades –la verdadera idea de la aconfesionalidad del Estado–.

A menudo parece que, desaparecido el voto de pertenencia, lo que prima es el instinto o el sentimiento, quizás un deseo de defender ciertos intereses o el miedo a la derecha o a la izquierda. ¿Es esto reversible?

No ha desaparecido el voto de pertenencia grupal, pero sí ha cambiado la conformación del grupo al que se pertenece. Ya no son los grandes bloques ideológicos, burguesía-proletariado, pues han desaparecido, se han deshecho en un caleidoscopio de grupúsculos. Las nuevas pertenencias, las que llenan el vacío de la muerte de Dios, de Marx y de las grandes narraciones, de las grandes ideologías, son cuestiones de ética única, y son pertenencias más ligadas a la biología: grupos etnolingüísticos, grupos definidos por la identidad de género, grupos que definen la correcta perspectiva de género. En estas identidades marcadas por la pertenencia de grupo va desapareciendo la idea de ciudadanía, única base sobre la que es posible el diálogo democrático.

¿Qué nos permitiría reconstruir un nosotros, una tensión a lo que antes se llamaba el bien común? Es un concepto que cada vez suena más abstracto en la vida cotidiana de la gente.

¿Cómo reconstruir el sentimiento del nosotros? ¿Cómo dotar a la idea de ciudadanía, idea abstracta que se refiere a igualdad ante las leyes, a la sumisión de la voluntad popular al imperio del derecho de poder de atracción también en el plano sentimental? Ésa es la gran cuestión de nuestras democracias. Es preciso tener en cuenta, y ya lo vio Kant, que un gobierno mundial, el cosmopolitismo radical, es imposible contando con humanos de carne y hueso. No es preciso renunciar a la idea de ciudadanía. Ni es necesario volver a los nacionalismos de las voluntades populares concretas, las tribus, las unidades lingüísticas, los grupos conformados en torno a un sentimiento de pertenencia etnolingüístico. El punto de partida de las comunidades políticas actuales son resultado de una historia contingente, pero el que hayan llegado a constituir Estado, y además a transformar ese Estado en un Estado de Derecho, permite conjugar ambas realidades: la del imperio del derecho sobre la voluntad popular, pero la necesidad del elemento contingente del resultado histórico, las comunidades políticas que llegaron a conformar estados nacionales –con el riesgo de que el doble sentido de nacional no se gestione adecuadamente, entre el significado político de nación y el significado etnolingüístico de nación–, pueden ser fuente de sentimiento de pertenencia, siempre bajo la sumisión al imperio del derecho.

“España, tras los acuerdos de la transición, ha caminado por una peligrosa cuesta descendente: ni la derecha terminaba de fiarse de la lealtad constitucional de la izquierda; ni la izquierda terminaba de reconocer legitimidad democrática a la derecha”

“Vivimos en una época de éticas que se nutren de una sola cuestión: proaborto-provida, antifascismo-prolibertad. Centrarse éticamente en una única cuestión conduce a extremar la posición en esa cuestión de vida o muerte”

“No es que no haya diálogo, es que es imposible entenderse si no hay acuerdo sobre la gramática, sobre la semántica”

“No se asume que el espacio público en la democracia es el espacio de las verdades penúltimas, y no de las últimas verdades y legitimidades”

¿Qué permitiría conectar las experiencias de participación, de vida social, con el voto?

Es importante que las sociedades democráticas creen ámbitos de participación social, de experiencia de vida compartida a distintos niveles o en torno a distintos intereses, problemas y necesidades. Lo importante es saber distinguir estos espacios sociales y no proyectarlos sobre el todo de la vida pública de la democracia. Los creyentes de una determinada religión no deben tener que votar al mismo partido. Recuerdo una frase de un dirigente de la CSU bávara, frase que escuché en directo cuando el presidente de ese partido bávaro se dirigía a los miembros de la CDU reunidos en Congreso: “mi identidad sentimental está vinculada a Baviera, mi ámbito de solidaridad es Alemania, y mi espacio de libertad es Europa” (frase de Theo Weigel, que fue ministro de Hacienda en varios gobiernos de Helmuth Kohl, y presidente durante años de la CSU). Se me ocurren distintas combinaciones de los mismos elementos, pero lo importante es saber que puede haber distintas referencias para distintas necesidades de las personas, y que debemos aprender a diferenciarlas.

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