La política no basta

Cultura · Marta Cartabia
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21 enero 2019
Del Concilio Vaticano II en adelante, el itinerario de clarificación sobre las relaciones entre Iglesia y Estado se ha desarrollado de manera continua y en aumento, recuperando el espíritu de los orígenes del cristianismo, el cual, siguiendo la máxima evangélica “Dad al César lo que es del César”, introdujo una alteridad y complementariedad entre orden espiritual y orden temporal nunca vistas en el mundo pagano.

Del Concilio Vaticano II en adelante, el itinerario de clarificación sobre las relaciones entre Iglesia y Estado se ha desarrollado de manera continua y en aumento, recuperando el espíritu de los orígenes del cristianismo, el cual, siguiendo la máxima evangélica “Dad al César lo que es del César”, introdujo una alteridad y complementariedad entre orden espiritual y orden temporal nunca vistas en el mundo pagano.

Esa claridad adamantina de los orígenes luego se fue ofuscando a lo largo de la historia, desde el edicto de Tesalónica en el año 380 con Teodosio. Pero la modernidad, al desatar un proceso de laicización de las costumbres y de la cultura dominante, volvió a interrogar a la Iglesia sobre su relación con la “ciudad del hombre”, conduciéndola a un camino de reflexión y purificación, de modo que la invitación a dedicarse de los asuntos de la polis se dirigió hacia los creyentes, sin olvidar que “no es lícito que la Iglesia se convierta en una entidad política o pretenda actuar como grupo de poder”; de otro modo, la Iglesia “aniquilaría tanto la esencia del Estado como la suya propia”.

Naturalmente, el cristianismo como “religión de la encarnación” y como realidad comunitaria interlocutora de la comunidad civil indudablemente incide en la vida social. Sin embargo, la Iglesia no está llamada a dar directrices políticas a los creyentes ni a ocupar un espacio entre los poderes temporales, mucho menos el puesto de la religión civil. Por eso es necesaria siempre una distancia entre la realidad eclesial como tal y la realidad mundana, para preservar la libertad de todos.

La razón profunda de esa última alteridad va ligada a la convicción de que la política no es ni debe ser el ámbito de los absolutos. “Nunca existirá en este mundo el reino del bien definitivamente consolidado. Quien promete un mundo mejor que dure irrevocablemente para siempre hace una promesa falsa, e ignora la libertad humana. (…) Si hubiera estructuras que fijaran de manera irrevocable una determinada –buena– condición del mundo, se estaría negando la libertad del hombre, y por este motivo no serían, en definitiva, estructuras buenas de ninguna manera”. El Estado no es la totalidad. La historia demuestra las aberraciones de los Estados que pierden de vista esta condición. En lenguaje agustiniano, podríamos decir que las estructuras de la polis se caracterizan por una necesaria imperfección y están abiertas a na incesante perfectibilidad. Esto aligera el peso al hombre político y le abre un camino hacia una política equilibrada y racional.

La presencia de los creyentes en la vida política avanza sobre el tenso hilo de una polaridad que debe seguir en tensión. Por un lado están llamados a trabajar siempre por el cambio del mundo: de manera concreta y sincera, realista, paciente, humana. Por otro, les compete especialmente a ellos no olvidar que la salvación del mundo en último término no viene de su transformación, una política divinizada y elevada a categorías absolutas. Los creyentes participan del drama y de la “belleza de la contradicción del mundo” que Erich Przywara señala como la clave suprema de Agustín. Una contribución primordial que el creyente puede ofrecer a la política es –paradójicamente– justo la de liberarla de cualquier teología política de memoria schmittiana, de la irracionalidad de los mitos políticos y de la pretensión salvífica de las cosas mundanas. La política no basta en sí misma y esta es la primera y más radical contribución que la Iglesia puede ofrecer a la vida política.

Este artículo es un fragmento del prólogo de la vicepresidenta del Tribunal Constitucional italiano al libro “Reconstruir la política. Orientarse en tiempos de populismo”, del jesuita Francesco Occhetta, que acaba de publicarse en Italia

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