La poesía de Anna Achamatova. Amor y Dolor

Cultura · Marie-France Gilibert
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6 junio 2012
El 5 de marzo de 1966 moría Anna Achmatova, uno de los grandes poetas rusos (le gustaba hacerse llamar así, más que poetisa). El servicio fúnebre, tal como ella pidió, se celebró en la catedral de San Nicolás -la única iglesia de Leningrado abierta al culto- y miles de personas fueron a rendirle homenaje. En medio de la conmovida multitud, un joven poeta lloraba desconsolado, Iosif Brodskij. Le dedicará un bellísimo ensayo, "El canto del péndulo", en el que escribirá: "Anna Achmatova es uno de esos poetas que sencillamente suceden... llegó dotada de todo y no se pareció a nadie".

De hecho, su vocación fue precoz: a los trece años ya había leído en francés toda la obra de Baudelaire y Verlaine, y empezaba a escribir poesía. En 1912, con sólo 23 años, publica su primera selección, Noche, a la que pronto siguió Rosario: lírica breve, pequeñas joyas, en las cuales una emoción, un sentimiento se expresan por medio de un gesto, un objeto, un sonido. El lenguaje es sencillo, esencial. El tema principal: el amor. El amor que hace sufrir, la constatación dolorosa de las "soledades en pareja", de las separaciones, de los encuentros ausentes, y sólo el fervor religioso consigue calmar este sufrimiento. La aspiración a un amor-total, sólo posible en otra esfera, se realizará mucho más tarde en la poética de su madurez, como testimonia la estupenda Visita nocturna de 1963.

El éxito de sus primeras publicaciones es fulgurante: se convierte en la diva de la "Bohème" de San Petersburgo, la "Reina del Neva", y en los salones literarios se juega a "recitar Rosario". Son inolvidables los años diez, los de la juventud, la belleza, las reuniones en el "Perro vagabundo", el famoso cabaret que Anna inmortalizó en sus versos. Años míticos que evocará después de un modo magnífico en Poema sin héroe.

Luego llegó la catástrofe, la guerra. Anna no comparte el entusiasmo belicista de sus amigos, y la declaración de guerra la angustia profundamente, como refleja su poesía En memoria del 19 de julio de 1914. Después, la Revolución, aún más terrible. El viejo mundo se derrumba. Son los años del hambre, el frío, la enfermedad, la represión. Pierde a muchos amigos y seres queridos durante la tormenta revolucionaria, entre ellos su primer marido, Nicolaj Gumilev.

El otoño se convertirá en símbolo de luto. Para su querido amigo Aleksandr Blok, que murió de hambre, escribe la conmovedora poesía Hoy es el día de la Virgen de Smolensk. Unos versos que se incluyen en la selección publicada en 1922 con el significativo título de Anno Domini. Aquí cambia la tonalidad, aunque el binomio amor-sufrimiento no desaparece. Achmatova, fiel a sí misma, pondrá siempre el tema amoroso en el centro de su poética, pero el dolor existencial deja paso a lo trágico y a la toma de conciencia de su papel como poeta. Siente la obligación moral de ser la voz de su pueblo.

Rechaza la posibilidad de exiliarse, pero eso no la salvará de la represión. Su registro íntimo, místico, de su poesía parece incompatible con la nueva realidad socialista. Acusada de ser una figura del pasado "exiliada en el interior", es obligada a permanecer en silencio, y hasta la lenta y cauta recuperación de los años sesenta no podrá publicar casi nada.

Fiel a su país, y fiel también a sus amigos, con gran coraje acude a visitar a su querido Osip Mandel'stam confinado entonces en la ciudad de Voronez. En memoria de sus amigos desaparecidos, casi todos víctimas de la represión o de la persecución, escribe versos vibrantes y doloridos: a Mandel'stam, a Pasternak, Cvetaeva. En los años sesenta los agrupará bajo el título Una corona para los muertos.

En 1938 la represión la sacude aún más duramente: su hijo, Lev, es arrestado y condenado a trabajos forzados. Durante 17 meses esperando la sentencia, Anna acude todas las mañanas a la cárcel en busca de noticias. El episodio es muy conocido: en la interminable fila en la puerta de la cárcel, Anna es reconocida y se extiende la noticia de su presencia. Entonces, una mujer se le acerca y la pregunta: "¿Puede describir esto?". Su respuesta es Requiem, un trágico testimonio de la feroz represión estalinista.

En aquellos años empieza también a escribir el Poema sin héroe, en el que trabajará durante más de veinte años. Es una obra compleja y fascinante, en la cual pasado y presente se contraponen continuamente. El pasado es el mítico año "novecientos trece", el presente es la última noche del "novecientos cuarenta", inmersa en el ruido de la ciudad asediada. Dos épocas opuestas -la primera una fiesta de carnaval, la otra un año nuevo solitario en tiempos de guerra-, pero quizá no tanto. De hecho, la alegría de los carnavales es más aparente que real. Y el triste año nuevo la autora lo pasa "bajo el techo de la casa de la Fontana", la casa refugio que tanto amaba. Allí irrumpe con fuerza la Poesía, que se convertirá en su invitada.

En realidad, los tiempos se superponen, se reflejan el uno en el otro, una serie de vínculos subterráneos, secretos, unen el pasado y el presente. Emerge así en el Poema sin héroe la Rusia eterna, profunda, que resurge, y es la poesía la que hace posible reconocerla. La poesía y la memoria permiten resistir los golpes de la historia y la opresión. Bien lo sabe la multitud que, agradecida, acudió a acompañar a Anna Achmatova en su último viaje.

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