La pizarra llena
¿Quién es Julián Carrón? [1]
Julián Carrón es un cristiano que ha tenido en su vida la suerte de sentir con una potencia única toda su humanidad, que no ha podido dejar de buscar algo que pudiera estar a la altura de ella. Por eso he afrontado la vida siempre partiendo de mi propia humanidad, (utilizándola) como criterio para interceptar qué podía corresponder a la espera que llevaba dentro. En otros momentos he dicho que lo que me ha salvado la vida ha sido ser leal con mi humanidad. Una humanidad con la que nunca he hecho las paces, nunca he tratado de atenuarla o mantenerla a raya. Ser leal con todas mis exigencias humanas me ha permitido entender quién era Cristo. Siempre he dicho que las piedras no se sorprenden por la belleza de las montañas. Alguien que carece del sentido de las cosas, que no se deja tocar, no podrá disfrutar de ellas, no podrá gozar de la presencia de un rostro alegre, no podrá asombrarse por la belleza del cielo estrellado, no podrá relacionarse con nada en la vida y por tanto no podrá saber cuándo se encuentra con algo que es absolutamente único. Cuando me encontré con don Giussani me hizo más consciente de este método. No podré, no tendré tiempo, no tendré días en la eternidad para darle las gracias porque desde que le conocí he podido hacer un camino humano. Solo así se puede verificar todo, pero todo, todo. (Solo así se activa) un detector que permite distinguir al buey de la mula. A partir de ese momento pude ir adquiriendo – dando pasos, a tientas, mediante intentos irónicos y aproximativos- una certeza cada vez mayor de lo que es vivir.
¿Por qué te parece tan importante El sentido religioso de Giussani?
Lo primero que me impactó de su propuesta es el primer capítulo y el décimo. En el primer capítulo explica de manera evidente cuál es el método que nos permite caminar en la vida. Ahí hace un planteamiento decisivo. Si yo quiero saber qué es el sentido religioso, si alguien quiere saber algo, la mayoría de las veces, ¿qué hace? Va a Google y ahí tiene todas las definiciones e informaciones posibles. Pero luego, con todas esas informaciones, ¿qué demonios hago? Al final tengo una cantidad ilimitada de información que no sé valorar. Entonces, o me fío de algo que está fuera de mí, y entonces me alieno porque en estas cuestiones fundamentales de la vida dependo de otro; o bien –y esta es la alternativa que plantea don Giussani– el punto de partida para no quedar alienado, y por tanto sometido a cualquier gurú del universo, secundo la experiencia. La experiencia tiene algo único que nunca te engaña. De modo que si uno quiere realmente no vivir alienado en este mundo donde todo depende de las redes sociales, en un mundo multicultural donde hay tantísimas opciones… (necesita la experiencia). A mí me entusiasma que pueda existir un espacio de libertad donde todas las opciones están presentes. Esto facilita descubrir el valor de cada una. No todo es igual, no cualquier cosa es adecuada para la exigencia humana, no cualquier cosa corresponde a nuestra espera. Tenemos un criterio, dentro de nosotros que nos permite identificar, descubrir, sorprender -porque no es una decisión nuestra, es una sorpresa- cuándo hay algo que cautiva la totalidad del yo, cuando hay algo que corresponde a la exigencia elemental de justicia, de plenitud, de belleza que hay en el corazón del hombre. Porque sin esto somos como una mina flotante, fluctuando de aquí para allá según las modas o el poder que nos (intenta) atraer con imágenes de todo tipo, intentando cautivar nuestra alma. El (poder) no se conforma con menos. Si el poder ejerce su potencia sobre nosotros es porque el yo está adormecido. Nuestro yo es la única arma que tenemos contra su dominio. Y cuanto más consciente es uno de sí mismo, cuanto más cuenta se da de que lleva dentro una exigencia de verdad, de belleza y de justicia menos se someterá al poder. Podrá ver, siendo sencillamente leal, qué espera y qué corresponde a esa espera. Este es el paso que me hizo dar Giussani. Yo percibía mi humanidad, pero no tenía la conciencia de que era el criterio para juzgarlo todo. Estas exigencias humanas eran el criterio para juzgarlo todo. Cada cosa que vivimos es para aprender algo.
Me sorprendía que cuando empecé a dar clase, por la mañana, tenía a mis alumnos que habían llenado la pizarra de preguntas. Estaban dando sus primeros pasos como adultos. Y por la noche venían a verme personas, podríamos decir que con un largo recorrido vital, y me hacían las mismas preguntas que los chavales. Se puede perder la vida viviendo. (A estas personas) la vida no les había hecho recorrer un camino e identificar una respuesta para sus preguntas. Si la vida es así, perdemos la vida viviendo. No porque hagamos estupideces, todos nos equivocamos. El problema es que no aprendemos nada de nuestro error. En cambio, yo estaba entusiasmado porque, aunque me equivocara, aprendía. Y me decía: “no es esto, punto final; es esto”. Todo era como un ladrillo en la construcción, cuando acertaba y cuando no. Cuando uno no acierta y no se da cuenta, o cuando acierta pero tampoco se da cuenta, no sirve para nada. Me pasaba con mis alumnos cuando les hacía una pregunta. El primero en hablar acertaba la respuesta pero le podía tomar el pelo durante una hora porque no se había dado cuenta de que había acertado. Uno puede acertar por casualidad, pero si no se da cuenta no aprende nada.
La nada no ha matado a la pregunta
Creo que estás diciendo dos cosas fundamentales. La primera es la cuestión del corazón como factor humano decisivo. La segunda es lo de “aprender incluso de los errores”. ¿No te da miedo arriesgar, tener que aprender también de los errores? ¿Qué te permite apostar tan alto por lo humano?
El ser humano es tan irreductible en sí mismo que no puedo hacer trampas, no puedo manipularlo. Me sorprendió recientemente una exposición del Meeting dedicada a Pessoa, donde había un texto que decía: “Puedo tener todo en mis manos menos mi corazón, no puedo poseerlo, no puedo manipularlo, yo no puedo decidir”. Puedo imaginar que el corazón es una cosa u otra. Puedo reducirlo a una imagen y puedo pensar: “el día que acabe el doctorado seré el top”. Acabas el doctorado, ¿y qué? ¿Te sirve para levantarte por la mañana? Me sorprende que Jesús también se lo indicaba a los discípulos. Habían tenido un éxito formidable en su misión: Él les había enviado, les había dado el poder, habían hecho milagros para expulsar demonios, volvían emocionados por el éxito. Pero Jesús los mira con una ternura infinita, porque hace falta ternura para mirar así (y les dice): “No os alegréis por eso, alegraos más bien porque vuestros nombres están escritos en el cielo”. Es decir: “mirad, lo que habéis hecho es estupendo, os he enviado yo, pero esta no es la razón última de la alegría. Porque para levantarse mañana por la mañana, esto no sirve para nada”. Para mí, el criterio era si lo que me pasaba era útil para levantarme al día siguiente. Lo que sirve es tener a alguien, alguna presencia que sea tan determinante que incluso al irse a dormir, uno ya nunca está solo y al despertar ya nunca está solo. Si no, uno puede agitarse, llenar el tiempo, hacer una cosa tras otra, pero luego vive como un perro. La verdadera cuestión, por tanto, es si ese ser irreductible que no se conforma con el éxito, que no se conforma con nada que no corresponda a esa espera, es verdadero o no, en todos y cada uno. No es que, como yo creo en algo, lo reconozco. Como decía un escritor argentino: me acusan de tener siempre una nostalgia última. Esta nostalgia es el criterio con el que lo juzgo todo, porque sin respuesta (a esa nostalgia) no encuentro la paz.
Leo algunos fragmentos de la letra de canción “Anyone” de Demi Lovato: “He intentado hablar con mi piano, he intentado hablar con mi guitarra, hablar con mi imaginación. Me he dado al alcohol. He probado, he probado, he seguido probando. Por favor, mándame a alguien, Señor, ¿hay alguien? ¡Necesito a alguien!”. Esta petición de sentido que grita esta canción en estos años se ha acrecentado. Es una pregunta que los jóvenes viven con desesperación, cayendo incluso en las autolesiones o el suicidio porque creen que no hay respuesta o porque no la ven.
La forma de acompañar a los jóvenes es que esa pregunta esté viva en nosotros. La mayoría de las veces, como demuestra esta canción que tanto me gusta de Demi Lovato, uno puede gritar, intentar hablar con el piano, con la guitarra, con la imaginación, y no encontrar a nadie que escuche su grito. Se ha encontrado con un montón de gente por la calle, pero no ha encontrado a nadie que intercepte su grito. Hace falta una familiaridad con lo humano para captar el grito del otro y somos tan ajenos a nosotros mismos que (no lo captamos) Si no sucede esto todo queda reducido, en el fondo, a algo superficial y entonces no se percibe la naturaleza del grito. Esta chica ha llegado a autolesionarse precisamente porque no encontraba a nadie: primero sufrió una sobredosis y luego dejó de cantar, en la cima de su carrera.
Esta situación demuestra que hoy, décadas después de Nietzsche, cuando parecería que la nada ya se había extendido, nos encontramos una sorpresa. La nada no se ha extendido tanto y se ha acrecentado aún más esta pregunta tan dramática. Si uno no se mide con su humanidad, puede reducirla a una enfermedad, a un problema psicológico. Pero no, eso son solo epifenómenos de un drama que está en el centro de la persona, que es irreductible. No nos conformamos con otras cosas y por eso gritamos: ¿pero hay alguien? Todo el problema educativo consiste en responder a esta pregunta: ¿pero hay alguien? Porque todos, de formas a veces muy variopintas, están esperando a alguien que les mire, alguien que abrace su humanidad, alguien que entienda de qué está hecho ese grito, de qué está hecha su naturaleza. Sin ese (abrazo) no habrá posibilidad de responder. Trataremos de responder poniendo límites moralistas inútiles, pensando que la gente tiene que rebajar su deseo en vez de encontrar una respuesta. No es cuestión de rebajar el grito, como si fuéramos griegos, “conformándonos con un poco menos”. Si queréis, intentad conformaros o decídselo a los chavales, que se conformen con un poco menos. Eso es no tener un mínimo de familiaridad con lo humano. Así que la primera cuestión es quién es capaz de interceptar (el deseo), solo alguien que no haya censurado su propia humanidad. Y la segunda cuestión es que para que yo pueda ofrecer una contribución sin censurar mi humanidad, debo haber encontrado algo que sea capaz de abrazar el grito. De lo contrario huiré, de mi grito y del grito del otro, seré incapaz de mantenerme delante de él.
Muchos padres dicen: “la vida te pondrá en tu sitio, calma, no te preocupes por esas preguntas”. Un profesor de filosofía me contó que había ido a verle al colegio la madre de un chico y le dijo: “mi hijo ya se hace muchas preguntas, no le fomente más con las cuestiones filosóficas, déjelo”. Si esto es amor por el hijo, amor por un amigo, amor por un compañero… Solo quien no haya censurado (las preguntas) podrá ver si ha encontrado una respuesta que le valga. Si la ha encontrado, podrá testimoniarla en su rostro, en su manera de abrazar y de mirar al otro, llenándolo de un bien que no sabrá cómo agradecerle.
Es como si pudiéramos actualizar hoy la mirada que Jesús dirigió a Zaqueo. Era un ladrón, pero eso no le bastaba y tuvo la curiosidad de ir a ver a alguien de quien había oído hablar. Y se sintió invadido por una mirada tan potente, tan única, tan distinta de todos los que decían: “¡cómo va a alojarse en casa de un pecador¡”. Jesús fue el único que le miró de otra manera, y eso le hizo vivir tal experiencia de plenitud que empezó a deshacerse de sus riquezas porque no le bastaban. Le liberó de sus ataduras con el dinero. Si no fuera así, ¿por qué iba a deshacerse de ellas? ¿Qué le liberó? ¿Qué le liberó del dinero que no podía llenar su vacío? Si queremos afrontar hasta el fondo la emergencia educativa, no podrá ser de otra manera que, como decía Pasolini, a través de la persona: “si alguien te hubiese educado, no podría haberlo hecho más que con su persona, no con sus palabras”. Ya estamos todos hartos de palabras. Es una vida, es una vida lo que puede comunicar. En este momento solo comunica la vida, la vida misma que te puedes encontrar. Sin esto, nosotros seríamos parte del problema de estos chavales, sin ofrecerles ninguna solución.
No ahorrar el impacto con la realidad
No palabras, sino una vida. El capítulo X (del Sentido Religioso) que citabas antes termina diciendo: “¿Cuál es la fórmula para recorrer el itinerario que conduce hacia el significado último de la realidad? Vivir intensamente lo real”. Para ti, ¿qué significa “vivir intensamente lo real”?
Vivir intensamente lo real no quiere decir, como se podría imaginar, vivir como si tuviera que llevarse todos los golpes. Vivir intensamente lo real es no quedarse en la apariencia de las cosas. El signo más evidente de que alguien se queda en la apariencia de las cosas es que se ahoga. Si no puede encontrar algo en lo real – cualquier realidad que sea, la soledad de una habitación, el despacho donde me paso horas, una relación afectiva que no es capaz de llenarme- si no voy hasta el fondo de cualquier realidad que es más real que cualquier imaginación, no podré encontrar lo que hace que la realidad sea real. Lo más llamativo es que esta realidad es tan patente, tan única, se presenta de tal manera ante mis ojos, que solo delante de esta realidad se suscita la pregunta: ¿qué es esta realidad? ¿cuál es el punto del que brota esta realidad? ¿cómo explicar la realidad que tenemos delante? Esto es lo que los jóvenes y cada uno de nosotros estamos tratando de encontrar. Los jóvenes están buscando algo que les introduzca en esa realidad misteriosa que es más grande de lo que imaginan. Siempre recuerdo una vez, cuando daba clase, que acompañé a mis alumnos al planetario. Lo he contado muchas veces porque me impactó muchísimo. Los días siguientes, en clase con ellos, me llenaban la pizarra de preguntas, pero a nadie le interesaba la información del planetario (cuántas galaxias hay, etc). Ya habían recibido toda esa información. Lo que no podían evitar era el impacto con el espectáculo del universo, de lo real. Me bombardeaban con las preguntas fundamentales: ¿pero quién ha hecho esto? ¿Pero nosotros somos dueños de todo esto? Los chicos ya tenían estas preguntas hace cuarenta años. Tenían toda la información, pero querían conocer el sentido. Cuanto más real es este impacto, más despierta las preguntas fundamentales. La mayoría de las veces respondemos a estos chavales con una serie de datos. Pero esos datos ya los tienen todos, para buscar esos datos les basta Google. El problema es quién responde a las preguntas que suscita lo real. Sin vivir lo real tan intensamente como lo viven ellos no podrán encontrar una respuesta adecuada, y se quedarán totalmente desvalidos ante el significado. Vivir intensamente lo real es no quedarse en la superficie, eso hace que la gente se vuelva escéptica. Hay que ofrecerles al menos una hipótesis de trabajo que puedan verificar con su propia capacidad crítica para ver si es verdadera o no. No les impones nada. Les ofreces algo que ellos pueden verificar. Luego podrán tirarlo a la basura o secundarlo, según lo verifiquen. Pero sin esto, será difícil que los chavales dejen de perderse porque nadie es capaz de arriesgar una respuesta. Como hipótesis de trabajo, atención, como hipótesis de trabajo porque no hay ningún dogma. Yo te ofrezco mi hipótesis, como una madre o un padre ofrecen su vida al niño desde que nace. La madre está viviendo la realidad de un modo X, cualquiera que sea la fórmula, y así le está ofreciendo al niño, viviendo su vida, una hipótesis. Viviendo es como si le dijera: “mira, para mí la vida tiene este sentido”. ¿Recordáis cómo cuenta Olivier Clement lo que hacía su padre? Va con su padre a velar el cuerpo de su amigo que se acaba de morir y le dice: “papá, ¿dónde está Antoine?”. Según su hipótesis, “Antoine está muerto, no hay más”. Pues bien, siguen adelante, la vida continúa, una noche están dando un paseo bajo un cielo estrellado impresionante y otra vez surge la pregunta: “¿qué hay más allá de las estrellas?”. El padre le da una respuesta, pero eso no amortigua el impacto del cielo estrellado, y vuelve a plantearse la pregunta. Sigue buscando hasta que encuentra una respuesta. Eso es inevitable en la dinámica de la vida. Uno no se cansa, como no se cansa Demi Lovato, que no deja de gritar. Porque la vida es exigencia de significado. Esto es vivir intensamente lo real. No puede dejar de gritar porque la exigencia de significado nace de las entrañas del vivir. No es algo propio de una persona que tiene un problema psicológico por las preguntas. La pregunta surge del impacto con la realidad, tanto es así que al empezar el capítulo dice: alguien a quien se le haya evitado la fatiga de vivir nunca podrá percibir la vibración de su razón. Muchas veces los padres intentan ayudar a sus hijos ahorrándoles la realidad, pensando que si están en una burbuja no sufrirán la fatiga de la vida. Pero esto les debilita, cada vez están más a merced de su debilidad. Hay que educarles para que vivan la realidad con alguna hipótesis, para que puedan tener una mayor consistencia, para que puedan verificar si su vida tiene consistencia. Si falta esto, no educaremos a los chavales para vivir en este mundo multicultural, en este mundo en que no sabemos dónde acabarán trabajando. En este mundo en el que no sabemos cómo de diferente será el contexto en el que tendrán que vivir. O educamos a la persona, o la sociedad, cualquier instancia educativa, educa a la persona para esto, o la emergencia educativa serán solo frases.
Tú corres el riesgo de dejar libres a tus alumnos, ¿qué te empuja a actuar así? Porque comprendo que un padre… entiendo la tentación de un padre.
Esta es la cuestión, que nos da demasiado miedo su capacidad crítica. Tenemos demasiado miedo a su verificación. Yo puedo arriesgarme porque cuando miro al otro, el yo del otro no es el resultado de sus antecedentes históricos, sociológicos o psicológicos. Actuamos como si no hubiera un “yo” irreductible que puede juzgar cualquier cosa. Yo puedo arriesgar porque aquí el mayor riesgo lo asume Dios generando hombres libres. No hace falta mucha imaginación para pensar que, creando un “yo” libre, algún lío se podía montar y algún uso de la libertad podía ser distinto del que pudiéramos imaginar. La libertad es la libertad. El riesgo lo asume Dios.
¿Nosotros cómo hemos llegado a ser conscientes de nosotros mismos? La cuestión es si la libertad es un elemento decisivo en la vida. No hay otro acceso a la verdad, para descubrir qué responde a la espera humana, más que la libertad. Lo contrario es intentar meterle a alguien la verdad con calzador. Como hemos visto en muchos momentos de la historia (se sostiene): “para que no te equivoques, ya te digo yo la verdad”. Los cristianos hemos tenido que hacer un camino muy largo para entender el valor de la libertad. En un momento dado perdimos el camino de esta conciencia porque el Misterio entró en la historia casi despojado de su poder divino, apareció en la historia desarmado. Se le podía confundir con el primero que pasaba. ¿Quién dice la gente que soy yo? Uno dice “un profeta”, otro que “Juan el Bautista”. Así entró en el mundo judío, con fariseos, saduceos, zelotes. Los desafió a todos con su manera de estar en la realidad. Luego, cuando el cristianismo salió del mundo judío y entró en el mundo cultural greco-helenístico, se encontró con todos los panteones de dioses y no tuvo ningún problema. Allí se comunicó el cristianismo. ¿Por qué? Porque había una novedad que se comunicaba y se transmitía de persona a persona. Y no querían perderse lo que veían vivir a otros. Hubo un momento, cuando los romanos se cansaron de atacar (a los cristianos) en que llegó el Edicto de Milán. Libertad de culto, menos mal, al menos un espacio de libertad para cualquier expresión cultural y religiosa. Duró poco, a decir verdad, cincuenta años. Porque después llega Teodosio y de Teodosio en adelante (la fórmula fue): “yo te digo cuál es la verdad. Porque como ha llegado el hijo de Dios a comunicarnos la verdad, ya te la digo yo”. Empieza entonces a imponerse algo por el hecho de ser verdadero. El Vaticano II, gracias a Dios, hizo entender que la única manera de hacer resplandecer la verdad es la verdad misma. La verdad no necesita verse forzada por ningún tipo de política, por ninguna política que obligue a nadie. No se trata de decir: “como no hemos convencido a los hombres de que el cristianismo es la religión verdadera, les dejemos libertad religiosa”. ¡No! Se trata de profundizar en la verdadera naturaleza del cristianismo. No hay otro acceso a la verdad que no sea la verdad misma. La forma en que el cristianismo se nos ha comunicado es solo un atractivo. Pero muchas veces creemos que ese atractivo es demasiado soft, demasiado débil para atraer, así que intentamos echarle una mano. No, no se trata de forzar ni imponer nada. Toda la secularización ha demostrado que no hemos convencido a nadie de esta manera. Tal vez los cristianos debamos entender algo de esta situación y volver al principio, es decir, a la forma en que empezó todo: con esta presencia totalmente desarmada que era Jesús. Nunca hemos visto nada igual. Me parece que la libertad es el elemento decisivo de la partida que está en juego en el presente.
Giussani recuerda en este a punto a Platón: la cuestión es si se cuenta con la ayuda de un Dios que se haya hecho carne. La cuestión cambia de golpe. ¿Ha sucedido o no, Julián?
Eso es lo que cada uno debe verificar porque cualquiera que reciba la noticia de que esto ha sucedido está obligado a decidir, como dice Kierkegaard. Imaginemos que uno de nosotros tuviera una enfermedad hasta ahora incurable y recibe la noticia de que en alguna parte del mundo ha sido vencida, ¿qué otra cosa tiene esta persona mejor que hacer que verificar si la noticia es verdad? ¿Ha sucedido o no? Cuanta mayor es la urgencia de curarse, mayor será la urgencia de verificarlo. No hay ninguna cuestión más importante para esa persona, después de oír que su enfermedad ha sido vencida, que verificarlo. Todo dependerá de la estima que tenga por sí mismo. En último término, por amor a uno mismo, se va al lugar donde se anuncia que la enfermedad ha sido vencida para verificarlo. Pero ya solo el hecho de que exista esa posibilidad cambia el día. Es como cuando uno pilla un resfriado, no se asusta porque sabe que es algo que se cura. No pierde el tiempo en discusiones absurdas. Si uno hace esto por una enfermedad, qué no hará por su vida si tiene estima por sí mismo y quiere responder al grito de alguien como Demi Lovato o al grito que hay cada uno de nosotros. Cada uno tendrá que ver si le sigue interesando la vida para empezar a verificar si ha sucedido.
Última pregunta, coincidiendo con la clausura de este ciclo, ¿qué ha supuesto para ti la relación con don Giussani y cómo continúa hoy?
Creo que en parte ya he respondido al principio a esta pregunta. ¿Qué significa hoy? Significa lo que ha significado siempre, cada vez más. Desde que le conocí, aunque él vivía en Milán y yo en Madrid y no tenía la posibilidad de frecuentarle, en todo lo que me llegaba del él, percibía que había algo que interesaba a mi humanidad, a mi camino humano. Por eso me lo tomaba en serio. ¿Cómo sigo tomándomelo en serio ahora que ya no está entre nosotros? Todo lo que nació de él, todo lo que brotó de él- de una experiencia que no se ahorró nada para mostrar cómo afrontaba la vida -todo eso está realmente aún por aprender. No creo que tenga tiempo en el resto de mi vida para adentrarme en toda la densidad de una persona como él, a quien vi seguir un método que me permite verificar en el presente -no, mis ideas y mis interpretaciones- sino aquello que intercepto en la realidad y es capaz de responder a mi humanidad. Por tanto, para mí sigue siendo una presencia tan significativa que no pasa un día sin que sienta una inmensa gratitud por su presencia.
[1] Texto del encuentro celebrado en el Centro Culturale Città Ideale (Pesaro, Noviembre de 2022)
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