La peste (Camus)
Cuando la peste comienza a arremeter contra la ciudad de Orán (Argelia) nadie se imagina hasta qué punto el mundo conocido, el que es familiar y querido, se vendrá abajo. “Ha habido en el mundo tantas pestes como guerras y sin embargo, pestes y guerras cogen a las gentes siempre desprevenidas´. Al principio, ni los ciudadanos bien asentados ni el poder quieren creer lo que ya es evidente. Con el paso del tiempo, lo único que anhelan es escapar del mal que los atenaza. Tras meses de muerte, parece que los hombres se olvidan de vivir: ´Todos tenían miradas errantes, todos parecían sufrir de la separación de aquello que constituye su vida. Y como no podían pensar siempre en la muerte, no pensaban en nada´.
Camus nos introduce en los abismos de la miseria, aquella que nace de las guerras o de las enfermedades más devastadoras. Sin duda, no solo el recuerdo de las grandes epidemias aletea sobre la novela. La reciente II Guerra Mundial, finalizada apenas tres años antes que el libro, se había tragado a muchos más hombres de los que habían perecido en cualquiera de las pestes anteriores. El pesimismo y el optimismo luchan ferozmente en cada una de las personas de Orán, generando desesperación y esperanzas en un vaivén que parece no acabarse nunca. En esta incertidumbre existencial, Camus nos presenta a grandes batalladores, incansables en su lucha contra el mal, pero conscientes de su limitadas fuerzas: “puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa”.
La peste que describe Camus no solo divide a sanos de enfermos, a hombres afortunados de hombres sin suerte. Estas divisiones generan inquietud y desasosiego en miles de personas que afanosamente se esfuerzan por evitar lo inevitable. La peste también hace emerger los secretos y las luchas más hondas de los hombres, y es aquí donde combate la esperanza contra la desesperanza más radical, la grandeza del corazón del hombre frente a todas las miserias y mezquindades:
Rieux sabía lo que estaba pensando en aquel momento el pobre viejo que lloraba, y también como él pensaba que este mundo sin amor es un mundo muerto, y que al fin llega un momento en que se cansa uno de la prisión, del trabajo y del valor, y no exige más que el rostro de un ser y el hechizo de la ternura en el corazón.