La permanente debilidad de nuestra economía
Acabamos de conocer el informe del Fondo Monetario Internacional (FMI) para el año 2014, y las previsiones son francamente pesimistas acerca de la evolución de nuestra economía. Según este organismo internacional, tan sólo seremos capaces de crecer un 0.2%, y el desempleo bajará sólo dos décimas, pasando del 26.9% en que acabaremos este año al 26.7% para 2014. Con ello viene a contradecir las previsiones del Gobierno español, que esperaba crecer un 0.7% y bajar el desempleo al 25.9%. Honestamente, entre unos cálculos y otros, me quedo ampliamente con los del FMI, ya que, además de no tener que enfrentarse a la realidad de una población descontenta, ha demostrado ser bastante más realista sobre la situación de nuestra economía.
En realidad, no hace falta ser un economista altamente cualificado para darse cuenta que la recuperación que permanentemente nos intenta vender el Gobierno es sencillamente imposible. Y lo es porque nuestra economía muestra una debilidad permanente fruto de numerosas carencias que nada o poco hacemos por resolver. Veamos algunas de ellas.
El sector primario (agricultura, ganadería, pesca y explotación forestal) es el que menos problemas nos da y el que más competitividad muestra. Nuestros productos agrarios, desde que trabajamos las denominaciones de origen, se está vendiendo muy bien en el extranjero, donde aprecian la calidad de nuestro vino, aceite de oliva o jamón serrano. En la pesca somos desde hace mucho tiempo una potencia mundial, y la ganadería goza de prestigio y reputación mundial.
Pero, cuando llegamos al sector secundario (industria)… aquí comienzan los problemas. Nunca hemos sido una auténtica potencia industrial, entre otras cosas porque nuestra industria fue siempre sectorial y con una determinada localización geográfica. La minería de Asturias y la siderometalurgia del País Vasco, ¿qué quedó de todo aquello? Prácticamente nada. ¿Y de la industria catalana? Sigue habiendo, pero menos relevante y menos competitiva que la de antaño. ¿Y en el resto del país? Alguna alegría, como la fábrica de la Opel en Figueruelas (Zaragoza), que es la de mayor productividad de toda Europa. Del resto, destaca por su escasez y falta de relevancia. La cultura de la permanente subvención (dinero fácil frente al difícil, que es lo que se logra competiendo) no ha hecho más que llevarnos hacia cotas productivas cada vez menos relevantes. Y, sí, tuvimos una industria tremendamente pujante durante casi doce años (1996-2008), la de la construcción, pero esta ya ha dado todo lo que podía dar y tardará mucho tiempo en volver a ser uno de los motores de nuestra economía.
Frente a todos estos problemas productivos, nos encontramos con el problema central al que no quieren enfrentarse los gobiernos (y este, tampoco) y que es un lastre para todo el sistema económico: el ingente gasto público. Estado de las Autonomías, funcionarios, pensiones, desempleo, sanidad, educación… todo ello va con cargo a las arcas públicas sin que a cambio lleguen los ingresos necesarios. España tiene en este momento más de nueve millones de pensionistas (y subiendo) y apenas dieciséis millones de personas (y bajando) cotizando a la Seguridad Social. Es decir, por cada pensionista hay menos de dos trabajadores pagando su pensión, lo que resulta sencillamente insostenible. Por eso la Seguridad Social ha tenido que echar mano ya del fondo de reserva, y más que lo hará en el futuro mientras la cosa no cambie. Porque no debemos olvidar un principio fundamental, y es que las pensiones no se pagan con lo que una persona ha estado cotizando durante toda una vida de trabajo, sino con el dinero que aportan los que actualmente cotizan, y ese es el mayor drama.
Porque tener a cinco millones de personas sin trabajo en nuestro país es una auténtica ruina. Esos cinco millones, si tuvieran trabajo, no sólo podrían pagar las pensiones que nuestros mayores se han ganado sobradamente con el sudor de su frente (ellos fueron los que convirtieron un país subdesarrollado en la cuarta potencia de la eurozona), sino que activarían el cada vez más hundido consumo interno. Las prestaciones por desempleo sólo sirven para que el parado pueda hacer frente a sus gastos básicos, pero no para que consuma. Y si no consume, entonces muchos negocios tendrán que acabar echando el cierre, como viene sucediendo desde hace tiempo sin que nadie sea capaz de parar esta sangría.
Lo más preocupante de todo esto es que tenemos un Gobierno con una amplia mayoría absoluta y con el control de la mayor parte de las autonomías, y ni por esas se atreven a hacer nada realmente significativo para cambiar el rumbo de nuestra economía. Pero que no se engañen: ya en mayo de 2010 Zapatero tuvo que abjurar de sus innegociables políticas sociales; y ya en julio de 2012 estuvimos cerca de la intervención (nos salvó el volumen de nuestra economía). Pero seguimos estando dentro del euro, y la principal adalid de la política de austeridad (Angela Merkel) acaba de salir más que reforzada de las elecciones alemanas. Si no hacemos lo que tenemos que hacer, vendrá Frau Merkel a ponernos los deberes. Y les puedo asegurar que los alemanes se andan con muy pocas tonterías, que es precisamente lo que nos sobra a nosotros.