La paz no querida

Editorial · Fernando de Haro
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16 mayo 2021
Es un semisótano de la parroquia de la Sagrada Familia, la única parroquia católica de Gaza. En el centro de la ciudad vieja, entre calles estrechas. Es un semisótano pero es como si fuera un oasis.

A estas alturas del año ya hace bastante calor en la franja, pero las habitaciones están frescas y en penumbra. Fuera suenan los cohetes lanzados por Hamás, la réplica contundente del ejército israelí que derriba edificios y provoca decenas de muertos. Dentro de la casa de las hermanas de la Madre Teresa poco ha cambiado desde que se volviera a abrir la herida de la guerra eterna, la guerra de siempre. Con sus saris las religiosas van de una cuna a otra de los 50 niños discapacitados a los que atienden. Un oasis en Gaza, un oasis en el que se cuida la vida más indefensa. Fuera, incluso antes de que comenzaran los últimos bombardeos, antes de que llegara el Covid, la lucha por la vida era feroz. Gaza vibra, ríe, incluso juega porque cuatro de cada diez vecinos de la mayor cárcel del mundo, una cárcel a cielo abierto, son niños y jóvenes que nunca han salido de sus 385 km². Pero el bloqueo impuesto por Israel desde 2007 y las tres últimas guerras (2008, 2012 y 2014) han convertido a la franja en un inmenso campo de refugiados donde el 80 por ciento de la población vive de la ayuda internacional. Por eso es tan importante que sigan abiertos colegios como el de las Hermanas del Rosario, otra de las instituciones católicas. Al estar cerca de los túneles se ha visto afectado por los bombardeos.

Los niños que hay en las grandes cunas de las hermanas de la Madre Teresa no saben que el estrépito que escuchan es el estrépito de la guerra eterna que ha vuelto a estallar con los ingredientes de siempre y algunas novedades.

Israel tiene derecho a defenderse, faltaría más. Otra cosa es que desde que Netanyahu llegara al poder en 2009 la política israelí se haya ido alejando de una posible paz. Israel ha dado importantes pasos para garantizar la seguridad de sus ciudadanos pero ha ido distanciándose de una posible convivencia pacífica no solo con los palestinos de los territorios de Gaza y Cisjordania, sino del 20 por ciento de la población árabe-israelí que vive en sus fronteras. Hamás, apoyada por Qatar y Turquía, encuentra en esa falta de voluntad de paz, la justificación perfecta para seguir minando la credibilidad de una torpe e incompetente Autoridad Nacional Palestina.

Netanyahu en los 11 últimos años no ha tenido más plan que dejar atrás, por la vía de los hechos, los Acuerdos de Oslo y cualquier otra fórmula de un proceso de paz muerto y sepultado (lo de Trump fue una caricatura). La división de los palestinos, la debilidad de la Autoridad Nacional Palestina que ni siquiera ha querido recobrar el control de la franja de Gaza, le ha permitido llevar a cabo la extensión de las colonias en los territorios ocupados y la judaización del Estado de Israel sin resistencia significativa y con sucesivos apoyos electorales. Cuando esos apoyos han dejado de ser suficientes, se han repetido las elecciones cuatro veces para que llegaran a serlo.

Esta es la lógica que le llevó a impulsar la expulsión de los palestinos del barrio de Shaikh Jarrah en Jerusalén o a considerar normal que la policía reprimiera a los musulmanes en la explanada de las mezquitas (han sido los dos factores que han provocado el último enfrentamiento). Los palestinos están, de facto, vencidos pero no dispuestos a aceptar una humillación tras otra. Hamás necesitaba un pretexto para reabrir la herida y dotarse de una supuesta legitimidad que después de 15 años es cada vez menor entre la población de Gaza que tiene hambre y sed de futuro. La organización islamista sabía que la respuesta iba a ser contundente. También había calculado, como en otras ocasiones, que el dolor les fortalecía. Al lanzar los cohetes contra Israel, Hamás les está diciendo a los palestinos que son los únicos que defienden su honor. Lo ha hecho cuando la Autoridad Nacional Palestina ha aplazado las elecciones que se iban a celebrar en mayo después de 15 años sin comicios. Los cohetes de Hamás siempre van contra Israel y contra la Autoridad Nacional Palestina. Después de más de un centenar de muertos Netanyahu tendrá un plus de legitimidad, como también lo tendrá Hamás.

Netanyahu y Hamás reforzados. Los israelíes y los palestinos más lejos de la paz. En cada edición de esta guerra se rompe algo. Y lo que se ha roto ahora ha sido la paz en las ciudades en las que convivían israelíes y árabes-israelíes. Hasta hace unos meses, unos años, cuando uno se alejaba de Jerusalén y de los territorios ocupados hacia Tel Aviv o hacia Galilea viajaba a otro mundo. Un mundo donde los ciudadanos judíos y los ciudadanos musulmanes y cristianos convivían, con el recuerdo de las afrentas del pasado, pero sin violencia. En estos días, en pueblos como Lod (junto a Tel Aviv) han estallado los enfrentamientos entre judíos ultra-ortodoxos y árabes-israelíes. El nacionalismo que politiza la religión no le hace ningún bien al país.

No hay paz sin justicia, ni justicia sin perdón, decía un viejo lema de hace 20 años. No habrá paz sin que, de algún modo, parte de la mirada y la pasión por la vida que tienen las hermanas de Madre Teresa en su semisótano de Gaza alcance a todos.

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