La paradoja occidental de negar la evidencia

Mundo · Robi Ronza
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3 enero 2017
“En la continuación de las benditas operaciones que el Estado Islámico está llevando a cabo contra el protector de la cruz, Turquía, un heroico soldado del Califato golpeó una de las discotecas más famosas donde los cristianos celebran su día de fiesta apóstata”. Si no fuera porque rezuman sangre, estas palabras con las que el Isis ha reivindicado la matanza de la noche de año nuevo en la discoteca Reina de Estambul se podrían considerar como ejemplo de humor involuntario.

“En la continuación de las benditas operaciones que el Estado Islámico está llevando a cabo contra el protector de la cruz, Turquía, un heroico soldado del Califato golpeó una de las discotecas más famosas donde los cristianos celebran su día de fiesta apóstata”. Si no fuera porque rezuman sangre, estas palabras con las que el Isis ha reivindicado la matanza de la noche de año nuevo en la discoteca Reina de Estambul se podrían considerar como ejemplo de humor involuntario.

Mientras no pasa un día sin que en Occidente se afanen en negar la inspiración marcadamente anticristiana del terrorismo islamista, los terroristas se afanan en cambio en aprovechar cualquier ocasión para afirmarla. Como en otros comunicados previos, también aquí hay errores y falsedad. No se entiende en función de qué se puede definir a Turquía como “protector de la cruz”, y el año nuevo es una fiesta laica, no cristiana. Pero eso da igual en este caso. Lo que importa es el motivo que está en la base de tal manipulación.

Paradójicamente, esta feroz movilización del terrorismo islamista contra el Occidente europeo, cuyas raíces cristianas son en efecto muy evidentes, tiene estrechos vínculos con la terrible guerra civil transnacional que lleva años en vigor en el mundo musulmán. Lo confirman los datos sobre las víctimas del terrorismo islamista. En el año que acaba de terminar, frente a los muertos por los cinco atentados más graves en Europa (tres en Bruselas el 22 de marzo, uno en Niza el 14 de julio y otro en Berlín el 23 de diciembre), que fueron casi 140, en Turquía hay que contar seis atentados con bombas en lugares multitudinarios con un total de 209 muertos, y 24 atentados en Iraq llevados a cabo con explosivos y en tales situaciones que provocaron cada uno entre un mínimo de 20 y un máximo de más de 300 muertos.

Por supuesto, los atentados en Europa sumergieron repentinamente en el luto a cientos de familias, y al tener lugar en lugares donde existen poderosas redes televisivas se han multiplicado durante días y días de eco mediático continuo. Sin embargo, los hechos son los hechos, y comprensiblemente en Turquía e Iraq los atentados cometidos en la patria dejan más huella que los cometidos en Europa. Si luego vamos a mirar los años precedentes y vemos también las guerras convencionales que se deben al conflicto entre sunitas, la principal confesión del islam, y las demás confesiones, empezando entre ellas por la chiíta, el rastro de sangre y destrucción no deja de crecer. Por ejemplo, así se explican, desde 1980 hasta hoy, todas las vicisitudes y guerras de Iraq, así como la actual guerra en Siria.

Sin perjuicio de la posibilidad y por tanto del urgente empeño en estructurar una defensa policial, política y militar, a largo plazo la cuestión tiene también un aspecto cultural. En definitiva, hay que buscar la manera de ayudar al islam a salir del callejón sin salida en que se ha adentrado. En esta perspectiva, los cristianos occidentales tienen más cartas que jugar y los “laicos”, más responsabilidad. Al querer negar las raíces cristianas de Europa, los “laicos” se condenan a no entender cómo es posible que Occidente esté por delante de otras culturas, y por tanto ni siquiera consiguen explicarse por qué esa condición ventajosa la pueden compartir con otros, musulmanes incluidos, y que sería una solución también para su eterno problema del conflicto entre sunitas y chiítas.

En cambio hoy, al entrar en contacto con Occidente, los musulmanes solo se encuentran con el actual caparazón exterior: un nihilismo y un relativismo en masa que por un lado escandaliza y por otro no les permite entender cómo Occidente, aparentemente tan perverso, pueda estar al mismo tiempo en los primeros puestos de cualquier sector de la ciencia, la técnica, la economía, el pensamiento. No sorprende pues que entre cierto número de ellos ese malestar termine desembocando en odio irracional, hasta el punto de empujarles a cometer delitos.

Tal como están las cosas, responder a los musulmanes con sentimientos de odio igualmente irracional no ayuda en absoluto a resolver el problema, de hecho lo complica. Hay que trabajar partiendo más bien de aquellos que en el mundo musulmán ya están buscando tales reformas, a pesar de ser lamentablemente ignorados en un Occidente que o no entiende o se ilusiona con poder resolver el problema del terrorismo islamista tan solo con lugares comunes o por la fuerza.

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