“La pandemia ha puesto en evidencia la necesidad de reconsiderar nuestra vida”

Entrevistas · Juan Carlos Hernández
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2 septiembre 2021
La vida pequeña (Anagrama) es la última publicación de José Ángel González Sainz con el que hemos conversado sobre su libro. “La gratitud tiene que ver con echar primero cuenta de lo que hay, y de que lo que hay se nos da para que sepamos verlo y apreciarlo y aprovecharlo, contárnoslo también y currárnoslo, y ahí la libertad, el discernimiento”, afirma el escritor soriano.

El director cultural del Centro Internacional Antonio Machado escribe y mira, sobre todo mira la realidad, que es una de las mayores insistencias en su último libro, como describe de un modo bellísimo en este párrafo: “En aquel momento, al abrigo del aguacero bajo la tejavana y entre los troncos apilados contra los muros de piedra, quieto sobre el suelo de tierra de la leñera, todavía sin pero ya con, es decir, en el siempre de los ahoras, yo era el que está aquí con las cosas del ahí ensanchando el mundo con su asombro. El asombro del ahora […] Y el asombro es, por encima o por debajo de todo, asombro de existir ante lo que existe, comunión de existencia. Allí dentro, guarecido, aparte, ya no me mojo, pero veo caer el agua por el vano abierto de la puerta y sobre todo la oigo repiquetear contra la tejavana del techo y su visión –su escucha– me imanta lo mismo que me imanta el olor y tacto de la madera […] Ese imán, aunque no pudiera saberlo ni se sepa quizá nunca lo suficiente, era ya una plegaria del lenguaje, la plegaria de que algo venga a nosotros desde otro reino y se haga una voluntad de sentido”.

“Ese capítulo es central, afirma el autor, un concentrado de vida y de vida de escritura, y si me permites voy a eludir cualquier comentario y, sencillamente, remitir a su lectura, que a cada lector le llegue a donde le llegue y haga en él lo que haga”.

¿Qué le ha enseñado la pandemia? Este echar cuentas sin hacernos trampas del que habla.

Tal vez sobre todo que no aprendemos; que no aprendemos y que, si lo hacemos por un momento o nos parece que lo hacemos, en seguida olvidamos, y lo que mejor olvidamos es lo valioso. Para ver lo valioso hay que valer, y ni valemos ver lo que es la pandemia en realidad. La tenemos ahí, ha matado, arrasado, sigue matando y arrasando, ha puesto todo patas arriba, y no vemos más que lo que la fabricación de relatos de la pandemia nos dice, las interpretaciones interesadas y trapaceras de los equipos de comunicación, las sibilinas y torticeras articulaciones de las parrillas de los informativos, del Poder, las imágenes mentales que nos fabricamos y nos fabrican, que nos comunicamos y nos comunican. Casi todo el mundo ha estado cerca de los hechos, en los hechos mismos, en las soledades tremendas de muchas muertes, en las agonías, en los miedos, las convalecencias, en las crisis que provocó todo ello en la sociedad y en las personas, pero el hecho fundamental es que, tal vez como siempre, nos hemos hecho trampas, agarrado tramposamente a palabras, a imágenes malas, falsas, barulleras, inconsistentes. Y en España además al maldito cainismo. Somos los hombres los relatos que nos hacemos de las cosas, pero hay relatos y relatos; algunos no dejan ver, ocultan, trampean, embarullan, ciegan. Seguramente algo de ceguera y de olvido y hasta de trampa sea siempre necesario, pero habrá que intentar ver de veras, penetrar, distinguir, ir a fondo y plantearnos de nuevo las cosas. Que una pandemia así no nos haya llevado, como personas y como sociedad, a plantearnos en serio y a fondo muchas de las cosas que hacemos y que dejamos de hacer, los valores de las cosas y los hechos, es para perder toda esperanza. Mi libro La vida pequeña se inscribe en esa urgente necesidad de reconsideración de nuestra vida individual y social, de nuestra vida espiritual y material, en momentos, además de la pandemia, de una zancada tecnológica de alcances nunca vistos, mucho mayores que lo que dan de sí nuestras piernas y nuestras cabecicas humanas.

“Nuestro interior, nuestros adentros, resuenan cuando no hay barullo fuera ni dentro”

Dice en el libro que “un alma está hecha de preguntas y de voces interiores, y si el alma está ensordecida por el ruido el alma no respira” y en otro momento afirma que “ningún amor verdadero empieza nunca sin su antesala de silencio y asombro”. ¿Es esta falta de silencio uno de los grandes déficit de nuestra época en sociedades donde dice que hasta la soledad es fraudulenta?

Eso me parece, no sé, pero lo siento y lo pienso así. Las voces se oyen cuando hay silencio, la música música, no el ruido musical, se oye cuando hay silencio, la naturaleza, el campo, se oye cuando callamos. Nuestro interior, nuestros adentros, resuenan cuando no hay barullo fuera ni dentro. Pero nuestra sociedad, y nuestro país, parece necesitar llenarlo todo de ruido, los bares, las tiendas, las calles, las conversaciones, las líneas telefónicas, las noticias, los coches, todo con su chunta chunta de fondo… igual que los espacios, llenarlo todo, pintarrajearlo todo, líbrenos nuestro tiempo de las paredes en blanco, de los muros limpios, igual que los tiempos, llenarlos, animarlos… Luego nos paramos un poco por lo que sea un día y nos da un telele.

Leopardi en uno de sus poemas escribía: “El no poder estar satisfecho de ninguna cosa terrena, ni, por así decirlo, de la tierra entera […] y encontrar que todo es poco y pequeño para la capacidad del propio ánimo […] y siempre acusar las cosas de su insuficiencia y de su nulidad […] me parece el mayor signo de grandeza y de nobleza humana”. Por otra parte, citando a Antonio Machado, dice que el peor de los hombres malos es el que en los días buenos va siempre cabizbajo. 

Del romanticismo y de los románticos, y Leopardi, con ser mucho más, es también un romántico, yo lo que he aprendido es a sospechar. Allá cada uno, ya sé que la palabra romántico, un tipo romántico, el romanticismo de una idea o de la vida y todo ese blablablá, tiene brillo y prestigio, pero con el tiempo me ha ido oliendo cada vez más a chamusquina. Eso del carácter faltusco, que decía Machado, de que siempre nos falta algo, de que nunca tenemos suficiente o bien no tenemos lo que querríamos en ese momento, que es en el fondo siempre seguir queriendo, y que siempre tenemos derecho al berrinche por no tener lo que desearíamos, ese anhelo infinito, ese “encontrar que todo es poco” me parece nefasto. Muy humano, terriblemente humano, pero también gilipollísticamente humano. Frente a ello pienso que Spinoza, que defiende lo contrario, que todo está ya pleno, tiene razón, o por lo menos una razón más útil, más rica, más bondadosa en el sentido también de Machado que has citado. La vida pequeña va por ahí, nada de romanticismo, a no ser que se me cuele, claro, porque de ciertas cosas a lo mejor no se libra uno nunca.

“Al deseo hay que educarlo y elaborarlo, templarlo, darle riendas a veces y otras tirar de ellas”

El deseo es el motor de lo humano pero al mismo tiempo se tiene que gestionar, según usted, adecuadamente sin caer en falsas imágenes sobre qué responde nuestro deseo. La mayoría de las veces, ¿caemos en falsas imágenes sobre qué responde a nuestro deseo?

Bueno, de eso saben los que saben, yo simplemente trato de fijarme en algunas cosas de las que dicen y en lo que he ido viendo y sintiendo. El deseo es fundamental, vaya si no, un motor y todo eso, la promesa del placer y el placer de la promesa, y entre tanto a veces el placer mondo y lirondo, pero como a todas las cosas fundamentales es mejor no dejarlas solas, deseando a todo meter y deseando todo el rato y nada más que deseando. Como a todo, hay que hacerse y educarlo y elaborarlo, templarlo, me gusta mucho esa palabra, darle riendas a veces y otras tirar de ellas. El don Juan es un tipo patético pero también genuinamente humano y que dice mucho de lo humano, por eso es un mito, un relato, literario de primer orden. Pero nuestra época de consumidores se basa demasiado en el prestigio, el cultivo y el acicate del deseo generalizado, inmediato y omnisciente. Y eso produce muchas frustraciones, sobre todo cuando no va acompañado, como los menores en ciertos sitios. Claro que nuestra época a veces parece una época de menores no acompañados.

Escribe que la experiencia del discernimiento es la experiencia de la libertad, que puede que no sea al cabo muy distinta, por mucha extrañeza que cause, de la experiencia de la gratitud. ¿Por qué relaciona gratitud con libertad?

Tal vez esa relación sea una verdadera relación amorosa, unitiva amorosamente, es decir poética en sentido pleno, profundo, y arriesgado. La gratitud tiene que ver con echar primero cuenta de lo que hay, y de que lo que hay se nos da para que sepamos verlo y apreciarlo y aprovecharlo, contárnoslo también y currárnoslo, y ahí la libertad, el discernimiento. Libertad también para ver, para apreciar, para aprovechar y contar y trabajar discerniendo. No es fácil ser libres, nada fácil. Pero me preguntas cosas difíciles y yo no sé, sólo me pongo a escribir lo mejor que puedo y a veces la escritura parece que algo puede saber.

Citando la novela La peste de Camus, describe al médico que en medio del desastre testimonia, por su modo de estar, una esperanza. ¿El antídoto frente a la tentación de huir de la realidad es encontrarse con personas como este médico?

Sí, los antídotos existen, pero hay que buscarlos con ahínco. A veces son venenos en dosis muy pequeñas. La vida pequeña parece que aboga por huir a la realidad, no de la realidad, a sabiendas de que la realidad incluye sobre todo sus relatos. Asimismo, en esa celebración de la literatura que es también La vida pequeña, es decir de los buenos relatos, se da cabida, se invita en sus páginas a ejemplos como el de ese médico de Camus al que haces referencia con perspicacia, su labor, su oficio, su hacer cotidiano, su deber, sin ideología, sin teologías, sin idolatrías, sin esperanza también a lo mejor, no sé eso en el fondo, nada más que con su desnudez humana y su oficio y su búsqueda de sentido.

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