Editorial

La oportunidad tras la victoria socialista

Editorial · Fernando de Haro
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4 mayo 2019
Una semana después estamos en mejores condiciones de comprender lo que ha sucedido en las elecciones generales y de entender la oportunidad que puede proporcionar la nueva situación política. Tras diez meses de un Gobierno en precario, el PSOE ha conseguido una victoria amplia (123 escaños de un total de 350) en un Congreso con cinco fuerzas de peso nacional. Todo esto en una Europa en la que los partidos tradicionales tienden a desaparecer. La victoria se debe a la recuperación de parte del voto que había emigrado al populismo de izquierdas (Podemos), a la movilización de un millón extra de votantes de izquierda y a la fragmentación de la derecha en tres fuerzas (PP, Ciudadanos y Vox). Algo más de un tercio de los votos de Vox (700.000 votos) se han quedado sin representación parlamentaria y han favorecido al PSOE por la ley electoral.

Una semana después estamos en mejores condiciones de comprender lo que ha sucedido en las elecciones generales y de entender la oportunidad que puede proporcionar la nueva situación política. Tras diez meses de un Gobierno en precario, el PSOE ha conseguido una victoria amplia (123 escaños de un total de 350) en un Congreso con cinco fuerzas de peso nacional. Todo esto en una Europa en la que los partidos tradicionales tienden a desaparecer. La victoria se debe a la recuperación de parte del voto que había emigrado al populismo de izquierdas (Podemos), a la movilización de un millón extra de votantes de izquierda y a la fragmentación de la derecha en tres fuerzas (PP, Ciudadanos y Vox). Algo más de un tercio de los votos de Vox (700.000 votos) se han quedado sin representación parlamentaria y han favorecido al PSOE por la ley electoral.

En realidad no se entiende la victoria de los socialistas sin la emergencia de Vox, convenientemente utilizada para sembrar el pánico y movilizar a los abstencionistas de la izquierda. La nueva formación se presentaba como el partido que, después de años de renuncias de la derecha a principios y valores, venía a restaurarlos. Ha hecho de la unidad de España, de la lucha contra la ideología de género, de la lucha contra el aborto, del combate contra el feminismo, sus banderas. No es un partido como el Frente Nacional o Alternativa por Alemania porque apenas recibe un cinco por ciento de votos desencantados de la izquierda. Es un partido apoyado por cierta derecha sociológica que, curiosamente, hace suyo algo propio de la izquierda utópica: convertir la política en un instrumento salvífico, reclamar la teologización de la política para que defienda ciertos valores aunque estos hayan sido abandonados o relativizados por la sociedad (se acaba culpando a la “ingeniería social” de su destrucción).

Vox, que se enfrenta al progresismo, acaba asumiendo los principios metodológicos revolucionarios, sobre todo cierto maniqueísmo dialéctico (cuanto peor, mejor). Para algunos es el partido católico, a pesar de haber perdido lo más católico que hay en política: la “reserva escatológica”, la referencia de las dos ciudades.

La voluntad expresa de afirmar políticamente ciertos valores, porque el PP no lo hacía, y el corrimiento del PP hacia posiciones de Vox ha provocado la movilización de una casi-mayoría de izquierda (48 por ciento) y el crecimiento de la opción liberal que no se reconoce en esos principios. El empeño en afirmar un bien innegociable ha contribuido a que no se realizara el bien posible.

La victoria de los socialistas en cualquier otro país de la Unión Europea podría verse como una buena noticia. Ha estado acompañada de la emergencia con fuerza de un partido bisagra liberal (Ciudadanos), y llega después de que el ciclo del centro-derecha (PP) quedara claramente agotado por la gestión de la crisis y por la corrupción.

Pero no todo es tan sencillo. La derrota cosechada por el centro-derecha (PP) permite vaticinar, si no la desaparición del partido, sí una larga travesía del desierto, lo que sin duda no será bueno para el sistema de contrapesos. A menos que los liberales de Ciudadanos lo sustituyan por completo (lo han sustituido ya en la mente muchos ex votantes del PP).

A la mitad de los españoles (derecha e izquierda están empatados técnicamente) un Gobierno socialista les da miedo y les inquieta. El triunfo de Sánchez viene acompañado de una emergencia del voto independentista catalán y del crecimiento de la representación del partido heredero de ETA (Bildu). Las conversaciones de Sánchez, en el pasado, con los independentistas y la volatilidad de sus posturas sobre el modelo territorial hacen temer a muchos que se produzcan cesiones. En realidad el resultado obtenido le permite no depender en exceso del independentismo. Y una vez concluido el juicio de los políticos que están presos, será el socialismo el que tenga que asumir un previsible (y en parte justificado) indulto y la apertura de vías políticas para hacer frente al conflicto.

Buena parte de la clase empresarial, especialmente las pequeñas y medianas empresas, tienen miedo a que la subida de las cotizaciones sociales y el alza de los impuestos (el PSOE ha enviado una previsión a Bruselas con un alza de la presión fiscal de 26.500 millones durante los próximos cuatro años) sean una rémora para el crecimiento económico. Hay temor a que Podemos cuente demasiado.

En el campo social (eutanasia, género) y en el de la libertad educativa, el Gobierno de España será radical y estatalista. El derrumbe del PP (que con gran dificultad y en contadas ocasiones ejercía de contención) y el poco peso de Vox hacen imposible pensar que en la política española vaya a existir aprecio por la iniciativa social dedicada a la educación y por los valores de una antropología tradicional. Si acaso, en el tema educativo, habrá algunos Gobiernos autonómicos menos estatalitas que el Gobierno central.

¿Están justificados tantos miedos? Paradójicamente esta situación, que no es deseable, puede ser una gran oportunidad porque aumenta el espacio de la responsabilidad social y personal. Para que una sociedad civil, demasiado dependiente del poder político, sea más creativa. Esta puede ser la ocasión para comprobar si una determinada experiencia y concepción de la persona y de la sociedad es verdadera, es decir, puede abrirse paso sin respaldo político o con el poder en contra. Para comprobar si la libertad y el riesgo de educar se abren paso en cualquier circunstancia.

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