La onda larga del Covid llega a los adolescentes
“Tal vez nos hemos ilusionado pensando que los más pequeños no se resentirían. Pero hemos descubierto que ellos también tienen miedo e incertidumbre, aparte de sufrir por el aislamiento físico y social debido al primer y prolongado confinamiento”. “Subestimar el impacto del Covid-19 entre los más jóvenes puede acabar transformando una emergencia sanitaria como la que estamos viviendo en una crisis de los derechos de los niños y jóvenes. Además, aunque todavía es pronto para establecer concretamente las consecuencias reales de la pandemia en el bienestar mental de los más pequeños, empezamos a tener datos poco tranquilizadores”. “No podemos quedarnos esperando inermes, dejar que pase el tiempo sin imaginar posibles respuestas o precauciones para intentar reducir al menos las consecuencias que ya se están mostrando muy negativas. Tomar en consideración seriamente estos análisis y reflexiones resulta por tanto fundamental para poder intervenir inmediatamente, tratando de mitigar todo lo posible los efectos negativos registrados hasta el momento, así como los que aún solo son hipótesis”.
Frases como estas aparecen en la introducción del libro “Niños, adolescentes y Covid-19”, de Stefano Vicari y Silvia Di Vara, que aborda el impacto que ha tenido la pandemia desde el punto de vista emotivo, psicológico y académico. Vicari, profesor de Neuropsiquiatría infantil en la Universidad Católica de Roma, lleva meses llamando la atención todos los días desde su página de Facebook sobre las consecuencias no sanitarias del Covid en los jóvenes, partiendo de su experiencia directa en la planta de Neuropsiquiatría infantil y adolescente en el hospital Niño Jesús de Roma, en respuesta a quienes califican el sufrimiento de miles de jóvenes como caprichos o efectos colaterales necesarios. No hay que dejar a los jóvenes en el último lugar ni pedir a los que aún están creciendo que se queden quietos y en silencio, invisibles y obedeciendo pasivamente todas las decisiones que los adultos toman en relación a sus vidas y necesidades.
En Italia son muchos los médicos que han lanzado la voz de alarma, presentando incluso un recurso en el tribunal administrativo de Lombardía, firmado por decenas de profesores universitarios, médicos e investigadores sociales, pidiendo la suspensión de la orden que ha prolongado el cierre de los centros educativos superiores. Sin embargo, el debate es acalorado, y hay quien afirma que los que reclaman más atención y derechos para los jóvenes no comprenden que estamos inmersos en la emergencia de una pandemia.
Reclamar más atención para los chavales no implica ignorar la exigencia de una precaución sanitaria, ¿es posible que no haya una vía de salida? ¿Por qué obstinarse en fingir que la situación actual es irrelevante y no traerá una onda larga de consecuencias? ¿Qué supone empezar a afrontar el problema ahora en vez de esperar a que todo esto acabe?
Lo primero es ver de qué estamos hablando. Debemos ser conscientes de que estamos viviendo una situación especialmente compleja donde nos hemos olvidado de los adolescentes. ¿En qué debería traducirse? En una ayuda concreta, hoy y mañana. Significa apoyo psicológico, para los jóvenes y para sus profesores. Un apoyo psicológico que debe combinarse con la educación, presencial o a distancia, intervenir en los centros educativos es algo que, si se quiere, se puede hacer rápidamente. El otro aspecto es que los centros no descuiden el diálogo con sus alumnos, que se confronten con ellos respecto de lo que están viviendo, hay muchas herramientas disponibles. Para empezar, las escuelas deben estar abiertas. Los datos cifran los contagios en los centros educativos en un 2%. Sin duda hay que tener mucha precaución, tal vez no hay que volver al 100%, pero es fundamental que los jóvenes salgan de casa y se relacionen con sus semejantes.
¿Por qué los jóvenes a esta edad tienen una necesidad fisiológica de relacionarse?
Reducir la educación al mero desarrollo de la enseñanza corre el riesgo de acabar siendo muy mortificante. Décadas de investigación pedagógica nos recuerdan que la educación de un niño no es tanto el aprendizaje de las materias curriculares sino sobre todo una ocasión única para experimentar relaciones, reconocer en otros nuestras propias emociones, descubrirnos a nosotros mismos. Hay que recuperar este aspecto que mejora enormemente la experiencia escolar.
En la adolescencia suceden cosas, el cerebro ha alcanzado su máxima maduración. Durante este tiempo de aislamiento y confinamiento, no tener una confrontación real con sus coetáneos hace que los chicos no tengan mediación para sus pulsiones, sus pensamientos y su inmenso aburrimiento. El aburrimiento refuerza ciertos pensamientos y círculos viciosos, y favorece la depresión. En este sentido, la escuela como ámbito social da al alumno la posibilidad de encontrarse con otro, contarle lo que se le pasa por la cabeza, hay una mediación entre su pensamiento interior y la realidad. Sus compañeros y profesores actúan como amortiguador de ciertos pensamientos. Hay que recordar que un adolescente no habla con su padre y su madre, que no bastan para desempeñar esta función. Nosotros hemos pasado por esa edad, pero el adolescente es aquel que deja su casa, que experimenta la separación de sus padres.
Hace unos días decía usted: “Nunca he tenido tantos casos en urgencias de intentos de suicidio y autolesión. Recibimos tal cantidad de peticiones de auxilio que supera nuestra posibilidad de atenderlas”. ¿Cómo está la situación?
En estos meses ha habido semanas enteras con las ocho camas disponibles ocupadas, todas por intentos de suicidio. Es algo que no había sucedido nunca. He tenido niños de doce años que habían saltado por la ventana. Y he tenido que dar “apoyo” a otros pacientes fuera de la planta. No puedo decir con certeza si hay una relación de causa-efecto con el confinamiento, la reducción de la vida social, las clases online, la suspensión de las competiciones deportivas… pero es una coincidencia que da que pensar. Me llegan chavales en ambulancia desde todo el país. Las ocho camas de las que disponemos son prácticamente el 10% de todas las camas disponibles en Italia para neuropsiquiatría infantil. Solo hay 92 plazas en todo el país, es grotesco.
¿Pero qué está pasando?
Algunos afrontar las restricciones con agresividad, impaciencia, intolerancia, muchos se vuelven agresivos con sus familias o vuelcan esa agresividad contra sí mismos. Algunos cruzan incluso el umbral de la autolesión y el intento de suicidio. Otros se aíslan, se encierran en su habitación. Es preocupante qué pasará cuando todo esto acabe, costará mucho convencerles para que vuelvan a salir de casa y no será nada fácil. Habrá que pensar, con los recursos sanitarios disponibles, en destinar una parte a la salud mental de los adolescentes. Los datos –y hablo de datos antes del Covid– dicen que al menos un 20% de los adolescentes sufre algún problema mental, que es el mismo porcentaje que se registra entre la población general, mientras que en la infancia alcanza el 10%. Son los problemas más frecuentes en este momento, la buena noticia es que se pueden tratar y se curan, pero lo paradójico es que en pediatría no se estudia psiquiatría, y por eso el diagnóstico suele tardar en llegar, o los padres tienen que enfrentarse solos a esto, y sin saber a dónde dirigirse acuden al psicólogo que tienen debajo de casa, que normalmente no está especializado en ello. Requiere un trabajo en equipo.
Últimamente hemos tenido noticias de grupos de chavales que quedan por redes sociales para reunirse luego en la calle para montar lío. Sin justificarlo en absoluto, ¿puede explicarse por todo lo que están viviendo?
Dos reflexiones sobre esto. Por un lado, todos los adolescentes experimentan la transgresión y quieren ponerse a prueba incluso al límite de lo legal, todos violan alguna norma, forma parte de su crecimiento. Ahora se reduce mucho la posibilidad de violar las “normas normales”, todo se exagera. No trato de justificarlo, tienen que modular esa necesidad de transgredir. Pero, por otro lado, me gustaría pedir a los padres que asuman su responsabilidad y que lo hagan con afecto: vuestros hijos en este momento os necesitan muchísimo. Y si no podéis, no tengáis miedo a pedir ayuda. Ser padres nunca ha sido fácil, pero cada vez lo es menos, y pedir ayuda no es motivo de vergüenza.
Pero también hay quien advierte del riesgo de “acunar” un poco a nuestros hijos en esta situación de víctimas, criando así a una generación que siempre tendrá la excusa de todo lo que le quitó la pandemia.
Los que tienen recursos saldrán adelante igualmente, pero pienso en los jóvenes que viven en 25 metros cuadrados, sin internet, con padres poco disponibles a dialogar… Yo soy profesor universitario y médico, pero vengo de una familia sencilla y si no hubiera estudiado no habría tenido esta oportunidad. Es decir, la educación es para muchos la única posibilidad que tienen de salir adelante.