Enfoque de urgencia de la nueva encíclica de Francisco

La naturaleza, un libro único e indivisible

Mundo · José Luis Restán
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18 junio 2015
La nueva encíclica de Francisco está profundamente enraizada en la Doctrina Social de la Iglesia, que desde hace cincuenta años advierte de los riesgos de una profunda degradación de la naturaleza y reclama una conversión ecológica global. Son palabras de San Juan Pablo II.

La nueva encíclica de Francisco está profundamente enraizada en la Doctrina Social de la Iglesia, que desde hace cincuenta años advierte de los riesgos de una profunda degradación de la naturaleza y reclama una conversión ecológica global. Son palabras de San Juan Pablo II.

El Papa Bergoglio ha querido partir en esta carta del estupor y la maravilla ante lo creado expresados por San Francisco de Asís en su cántico de las criaturas. La creación no es un mero objeto de uso y de dominio para el hombre, sino un libro en el que Dios nos habla, una casa común confiada a nuestro cuidado.

La encíclica Laudato si’ levanta acta de una crisis ecológica con diversas manifestaciones: incremento de la contaminación, acumulación de basuras, deforestación, calentamiento global y mala calidad del agua, entre otras. La Iglesia no pretende sustituir a la ciencia en el examen de estos temas, sino que está atenta al debate científico; sin embargo, fiel a su vocación, advierte del grave deterioro de nuestra casa común y señala que los más pobres son sus primeras víctimas.

En la raíz de esta crisis ecológica, el Papa señala una concepción de la tecnología y de las finanzas desvinculadas de cualquier referencia moral, en clara continuidad con la Caritas in Veritate de Benedicto XVI. Advierte Francisco que “todo está conectado” y cuando no se reconoce el valor de un pobre, de un embrión humano o de una persona con discapacidad, difícilmente se escucharán los gritos de la naturaleza.

La encíclica sostiene el valor de todos los seres como reflejo de Dios Creador pero rechaza cualquier forma de divinización de la naturaleza y reafirma la dignidad única del ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, que le encargó cuidar y labrar la tierra.

El Papa propugna una ecología integral que incluya las dimensiones ambiental, económica y social. Incluye también un apartado sobre ecología cultural, en el que reflexiona sobre el ordenamiento del territorio y de las ciudades al servicio de una vida buena del hombre y de sus comunidades, preservando la memoria de su propia historia. Y recuerda que el medio ambiente es un préstamo que recibe cada generación y debe trasmitirlo a la siguiente. Para afrontar todos estos desafíos, advierte que es preciso superar la miopía de la agenda política, pero también el egoísmo y la cultura de la indiferencia. Se trata de sumar fuerzas y profundizar el diálogo para lograr una suerte de revolución cultural, para alumbrar una nueva “cultura del cuidado”.

Concluye la encíclica con un capítulo dedicado a la educación y a la espiritualidad para alcanzar lo que Juan Pablo II denominaba una conversión ecológica. Y ofrece una cita elocuente de su predecesor, Benedicto XVI: si los desiertos exteriores se multiplican en el mundo es porque se han extendido los desiertos interiores.

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