La multitud de los números primos

Cultura · Tatiana A. Kasatkina
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10 febrero 2020
La razón por la que a los jóvenes de hoy les atrae la filosofía de Dostoyevski y sienten la necesidad de acercarse a ella tiene que von el objetivo mismo por el que el autor escribió esos textos literarios donde se inserta su filosofía. Dostoyevski quería ofrecer al lector modelos de comportamiento orientados a hacer que el hombre piense, exista y se relacione con el mundo de un modo nuevo, a otro nivel. El orden de los factores de cambio es absolutamente preciso. El primero se sitúa al nivel del comportamiento, es decir, de la experiencia personal. A partir de ahí es hombre puede abrirse de par en par a una manera nueva y diferente de pensar y sentir el mundo.

La razón por la que a los jóvenes de hoy les atrae la filosofía de Dostoyevski y sienten la necesidad de acercarse a ella tiene que von el objetivo mismo por el que el autor escribió esos textos literarios donde se inserta su filosofía. Dostoyevski quería ofrecer al lector modelos de comportamiento orientados a hacer que el hombre piense, exista y se relacione con el mundo de un modo nuevo, a otro nivel. El orden de los factores de cambio es absolutamente preciso. El primero se sitúa al nivel del comportamiento, es decir, de la experiencia personal. A partir de ahí es hombre puede abrirse de par en par a una manera nueva y diferente de pensar y sentir el mundo.

En la situación actual, en un momento histórico en que la imagen y percepción que el hombre tiene de cuál es su lugar en el mundo están sufriendo cambios impetuosos, estos modelos de comportamiento son extraordinariamente necesarios.

Las preguntas que Dostoyevski sitúa en el centro de su obra son, de hecho, las mismas que los jóvenes de hoy reconocen esenciales para vivir (…) En virtud de todo lo anterior, he podido constatar que la interacción entre la posición existencial de los jóvenes y adolescentes de hoy y la filosofía de Dostoyevski se realiza, sobre todo, según las líneas fuertes de ciertas preguntas.

¿Qué relación se da entre el hombre y el mundo, y cómo se construye esa relación? ¿Es el hombre quien depende del mundo, o el mundo depende del hombre? Es decir, ¿el hombre está definido por el mundo en que le toca existir? ¿Debe ocupar en el mundo un espacio ya prefijado? Para ocupar su espacio, ¿debe obligar a los demás a apretarse? ¿O, en cambio, la aparición de un nuevo hombre cambia al mundo, ofreciéndole posibilidades que no tenía y un espacio y tiempo nuevos a los que antes nadie tenía acceso?

En otras palabras, ¿qué produce en el mundo la aparición de un nuevo ser humano? ¿Agota o enriquece el mundo? (…) ¿Qué caracteriza la relación hombre-mundo? ¿Miseria e impotencia, o más bien la omnipotencia del hombre “pequeño” respecto al mundo? Y entonces, ¿por qué el hombre se siente “pequeño” frente al mundo? ¿Es una percepción de sí que depende de la naturaleza o en cambio es algo que le viene impuesto por la sociedad, que se fija el objetivo de alcanzar y garantizar la estabilidad, de conservar lo que hay, insertando rígidamente lo nuevo que aparece en el perímetro de lo que ya existe? (…) ¿Cómo alcanzar la omnipotencia humana? ¿Cómo cambiar el mundo? En otras palabras, ¿dónde puede encontrar el hombre las herramientas que le permitan influir en el mundo, dando lugar a cambios al mismo tiempo imponentes y no destructivos?

¿Qué significa “cambiar el mundo cambiando uno mismo? ¿Y por qué debo ser yo mismo el instrumento de apoyo para producir un cambio y obtener un resultado que vaya mucho más allá de mi mero cambio personal?

¿Por qué el sacrificio de sí, el donarse totalmente (es decir, salir de los confines de uno mismo), no lleva a una reducción sino al contrario, a un incremento de mí mismo que coincide con mi realización? ¿Cómo puede el don de sí crear vínculos con los demás e influir en el mundo?

Queda la última pregunta que, siendo muy práctica, requiere una aclaración más, pues lo que interesa a los jóvenes y adolescentes de hoy es precisamente la práctica. Todas sus preguntas, de hecho, tratan de entender no cómo pensar sino cómo hacer. Los jóvenes perciben de manera decididamente práctica hasta el pensamiento y se preguntan instantáneamente qué acciones y modalidades de existencia derivan de una determinada concepción del mundo.

A mi modo de ver, esa es precisamente la mejor manera de acercarse a cualquier pensamiento o concepción. Una pregunta que permite a un adolescente intentar poner en práctica inmediatamente un nuevo modo de existir (porque es justo así como, normalmente, percibe su condición existencial un chico de edad adolescente, incluso cuando se encuentra bien integrado socialmente). ¿Cómo poder darlo “todo” cuando no se tiene “nada”? (…) Dostoyevski responde a estas preguntas en todos sus textos, pero las afronta de un modo más concreto sobre todo en las páginas de su ‘Diario de un escritor’, que de hecho fue pensado por el propio autor como un espacio destinado a ofrecer respuestas a preguntas de este tipo. Pero para Dostoyevski la dimensión en que se pueden rastrear respuestas para tales preguntas no se puede reducir a los límites en los que normalmente circunscribimos la “realidad”. Se trata, en cambio, de un espacio distinto, más grande, inconmensurable, que el escritor señala a sus lectores definiendo los textos de su Diario, donde propone directamente sus respuestas como de género “fantástico”. (…)

Sencillamente, Dostoyevski no se habría podido permitir declarar abiertamente, es decir no interiormente, lo que quería que fuera la orientación, la convicción y el objetivo por el cual se disponía a publicar su Diario, exactamente igual que nunca se había podido permitir explicitar en la versión definitiva de los Demonios el programa social que había anotado en sus cuadernos de apuntes para la novela y que sustancialmente se reduce a las palabras “si todos fuéramos Cristos…”. Ese “todos Cristos” vuelve como un estribillo en los cuadernos de la novela y se repite de varias maneras, siempre y en todas partes, para indicar la única manera posible de realizar transformaciones sociales reales. ´Sacrificar y sacrificar, entonces todos seríamos felices mutuamente, si supusiéramos ser todos Cristos”; “si imagináramos ser todos Cristos, ¿acaso podría existir el pauperismo? En el cristianismo, incluso la falta de alimento y combustible llevarían a la salvación (uno no puede dejar morir a un niño y morir él mismo por su hermano)”; “imaginad que todos fueran Cristos, ¿acaso serían posibles todos los problemas actuales, los trastornos, la pobreza? Quien no entiende esto, no entiende nada del cristianismo ni es cristiano. Aunque la gente no tuviera la más mínima noción de qué es el estado o cualquier ciencia, pero todos fueran Cristos, ¿acaso sería posible que no se realizara ya, instantáneamente, el paraíso?”.

Dostoyevski no se habría podido permitir exponer tan claramente este programa, precisamente por su grado de “fantasía”. Sin embargo, Dostoyevski estaba totalmente convencido del hecho de que para cambiar radicalmente el mundo bastaba solo con una personalidad desarrollada y su objetivo era informar a sus lectores de la existencia de esa posibilidad, comunicándoles también las modalidades “técnicas” para ponerla en práctica. Puede decirse que quería inculcarles este conocimiento.

El escritor declara su convencimiento y su programa de un modo casi totalmente explícito en un fragmento de su Diario. “Ustedes, señores novelistas, siempre están buscando héroes –me dijo el otro día un hombre que ha visto muchas cosas–, y cuando no los encuentran entre los rusos, se enfadan y la toman con el país entero. Permítame que le cuente una anécdota: en tiempos del difunto soberano, vivía un funcionario que primero había servido en San Petersburgo y después, creo, en Kiev, donde murió; a eso se reduce, por lo visto, toda su biografía. Y sin embargo, ¿puede creerlo? Durante toda su vida, ese hombre modesto y silencioso sufrió lo indecible por el régimen de servidumbre, por el hecho de que en nuestro país un hombre, que ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, pudiera ser esclavo de otro hombre como él; así que se puso a ahorrar una parte de su magro sueldo, privándose él mismo, y privando a su mujer y a sus hijos, casi de lo imprescindible; y cuando conseguía acumular algún dinero, compraba la libertad de algún siervo a su propietario; naturalmente, a razón de uno cada diez años. A lo largo de su vida logró redimir de ese modo a tres o cuatro personas y, cuando murió, no dejó nada a su familia. Todo eso sucedió sin publicidad, en silencio, sin que nadie se enterara. Un héroe un poco raro, por supuesto: un “idealista de los años cuarenta”, nada más; puede que incluso ridículo e inepto, ya que se imaginaba que su desdeñable esfuerzo individual bastaba para acabar con ese mal; (…) ¡cuánta falta nos hace gente así! Siento un tremendo cariño por esos hombrecillos ridículos que están plenamente convencidos de que su microscópica acción y su perseverancia pueden contribuir a una causa común y no esperan a que se produzca una iniciativa y una campaña a gran escala”.

Sin decirlo nunca directamente e, incluso al contrario, subrayando de todas las maneras posibles que llegar a una conclusión así sería ridículamente imposible, Dostoyevski propone al lector un pensamiento absolutamente “fantástico” que luego reiterará regularmente en las páginas siguientes de su Diario y que llegará a expresar de forma definitiva en ‘El sueño de un hombre ridículo’, un hombre totalmente desconocido, del que nadie en el mundo ha sabido nunca nada, viviendo en profundo acuerdo con los movimientos más profundos de su ánimo, libera de la esclavitud, en un silencio sordo, a tres o cuatro personas, y el resultado es que veinte años después toda Rusia, de un solo golpe, abole completamente la servidumbre de la gleba. La humanidad, sugiere veladamente Dostoyevski dejando a sus lectores la posibilidad de captar o no su pensamiento, es un organismo unitario y, si una célula deja de vivir según las reglas que le habían sido impuestas, empezando en cambio a seguir los deseos más verdaderos y profundos de su corazón y sacrificándolo todo por esta razón, entonces, veinte o cien años después, es decir, en la noche de los siglos, cuando sea pero antes o después, se reconstruirá el organismo entero, porque ese movimiento ya se ha puesto en marcha y ya nada podrá pararlo. Un solo hombre que cambie simplemente él mismo encaminándose por el sendero de una vida verdadera, por el camino de su destino real como hombre, cambia, inevitablemente, todo el mundo y la humanidad entera.

Bastaría dejar de limitarse a rumiar la propia miseria e intentar darse cuenta de la necesidad que tienen los otros para descubrir al instante todo lo que podemos dar. (…) Hay otra razón por la que podemos afirmar que los jóvenes del inicio del tercer milenio perciben en las obras de Dostoyevski algo que para ellos es de vital importancia, y es cuando reconocen su filosofía interior, a la que el autor añade una invitación concreta para ponerla en práctica, como hace él mismo toda su vida. De hecho, esta filosofía responde por primera vez de un modo no enigmático sino lógico y transparente a la pregunta “qué significa ser realmente los primeros” y “qué quiere decir que realmente va primero quien es segundo”.

Dostoyevski muestra de un modo bastante directo (…) que todos somos los primeros por derecho de nacimiento. Todos somos reyes, “vosotros, en cambio, sois un linaje elegido, un sacerdocio real” (1 Pedro 2,9), y el primer puesto está garantizado para todos por el simple hecho de existir. Cada uno es protagonista de su propia vida. En definitiva, en el fondo se podría describir toda la historia del mundo como finalizada completamente para uno cualquiera de nosotros, o leerla partiendo de uno de nosotros, y verla cambiar en su desarrollo a causa de la propia aparición. Por ejemplo, se puede decir que la guerra de los cien años estalló para que la tatara-tatara-tatara-abuela de alguien pudiera conocer a su tatara-tatara-tatara-abuelo. Y eso es cierto para cada uno de nosotros.

Pero entonces, ¿en qué consisten nuestra excepcionalidad y nuestra grandeza? ¿De dónde proceden? ¿Cómo pueden manifestarse? La excepcionalidad y grandeza de un hombre se muestran cuando este acepta el rol de ser segundo en la vida de alguien. Cuando superamos los límites de nuestra vida, esa en la que somos los protagonistas principales, los primeros. Es decir, cuando nos superamos a nosotros mismos, vamos más allá de nuestra historia y nos convertimos en participantes indispensables de la historia de otros, aceptamos el papel de personajes secundarios que ayudan al protagonista a realizarse al máximo de sus posibilidades. Cuanto más lleguemos en nuestra vida a ser estos secundarios, mucho más podremos influir en todo el movimiento de la historia de la humanidad, podremos ejercer una acción decisiva en el movimiento de la humanidad entera, que tiende a encontrar su forma ideal. Esta tarea de ser segundos es exactamente aquello con lo que Cristo identificó el objetivo de su venida cuando dijo que el Hijo del hombre “no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos” (Mateo, 20,28).

Para Dostoyevski, este es precisamente el resultado natural y espléndido del desarrollo de una personalidad que alcanza el último peldaño en su camino de ascenso hacia la verdad de sí misma.

L`osservatore romano

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