La mujer que inspiró a Bergoglio

Cultura · Massimo Borghesi
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27 noviembre 2017
Entre los contactos del Bergoglio de esa época, hay uno que fue especialmente importante. Es el que mantuvo con una pensadora de primer nivel: Amelia Podetti Lezcano (1928-1979), profesora de Introducción a la Filosofía e Historia de la Filosofía Moderna de la Universidad del Salvador y la Universidad Nacional de La Plata. Bergoglio sentía una gran admiración por ella. Estudiosa de Husserl, sobre el cual había publicado un libro (“Husserl: esencias, historia, etnología”, Editorial Estudios, Buenos Aires, 1969), Podetti había estudiado en París bajo la dirección de Jean Wahl, Paul Ricoeur, Ferdinand Alquié y Henri Gouhier.

Entre los contactos del Bergoglio de esa época, hay uno que fue especialmente importante. Es el que mantuvo con una pensadora de primer nivel: Amelia Podetti Lezcano (1928-1979), profesora de Introducción a la Filosofía e Historia de la Filosofía Moderna de la Universidad del Salvador y la Universidad Nacional de La Plata. Bergoglio sentía una gran admiración por ella. Estudiosa de Husserl, sobre el cual había publicado un libro (“Husserl: esencias, historia, etnología”, Editorial Estudios, Buenos Aires, 1969), Podetti había estudiado en París bajo la dirección de Jean Wahl, Paul Ricoeur, Ferdinand Alquié y Henri Gouhier.

Cuando regresó a su patria su principal objetivo, frente a la hegemonía del cientificismo positivista y el marxismo, fue dar vida a un pensamiento fundado en la tradición cultural del país en una confrontación de alto nivel con la filosofía continental europea. En 1975 fue nombrada Directora Nacional de Cultura y creó el Premio “Consagración Nacional”. Es probablemente la pensadora más significativa de la Argentina en los años ’70 y ofreció un aporte intelectual fundamental a la causa nacional peronista, la “Tercera posición”, que no se identifica con el individualismo ni con el colectivismo. «La intelectual más influyente de Guardia de Hierro en la USAL (Universidad del Salvador, ndt) fue Amelia Podetti, a la que Bergoglio conoció en 1970 y que le presentó a pensadores nacionalistas de izquierda como Arturo Martín Jauretche y Raúl Scalabrini Ortiz. Ella enseñaba las ideas de ambos en la Universidad y, posteriormente, en el Colegio Máximo, al tiempo que editaba la publicación Hechos e Ideas, una revista política peronista que Bergoglio leía. Hasta su prematura muerte en 1979 formó parte del grupo de pensadores – entre los que se encontraba el filósofo uruguayo Alberto Methol Ferré – que veían la Iglesia como instancia clave para el surgimiento de una nueva conciencia continental latinoamericana, la “patria grande”, que ocuparía su lugar en el mundo moderno e influiría de manera importante en él. Aquella era la familia intelectual de Bergoglio: un nacionalismo católico que miraba hacia el pueblo, más que hacia el Estado, que lo hacía también más allá de Argentina, hacia toda América Latina, y que veía Medellín como el principio de un viaje que haría que el continente se convirtiera en un faro para la Iglesia y para el mundo» (A. Ivereigh, “El gran reformador”).

“Influyó en mí el pensamiento de Amelia Podetti, decana de Filosofía de la Universidad, especialista en Hegel, que falleció joven. De ella tomé la intuición de las “periferias”. Ella trabajaba mucho en eso. Uno de sus hermanos sigue publicando sus escritos y apuntes. Leyendo a Methol Ferré y a Podetti tomé algunas cosas de la dialéctica, en una forma antihegeliana, porque ella era especialista en Hegel pero no era hegeliana” (Papa Francisco, Grabación en audio del autor del 3 de enero de 2017).

Lo que le interesaba a Bergoglio era sobre todo el tema de la inculturación de la fe cristiana en América Latina, uno de los temas que había tratado Amelia Podetti.

Esta peculiar instalación de América en el mundo, en el espacio y en el tiempo, se manifiesta en la constitución misma de la cultura americana, que se desarrolla y aparece en la historia como una matriz unificadora que recoge, absorbe, sintetiza y trasmuta todo lo que llega a su suelo, reduciendo a una unidad compleja y ricamente diferenciada los más diversos aportes culturales, aún aquellos que constituyen agresiones y tentativas de destruir el núcleo profundo, último e irreductible del ser americano. Esta virtud unificadora se encuentra en los mismos fundamentos históricos de América, expresada en múltiples rasgos muy definitorios, donde se destacan como hechos peculiares, por una parte, la voluntad mestizadora de la conquista y la colonización y, por otra, la relación entre cristianismo y cultura que se establece únicamente en América: profundamente ligados e interpenetrados, al punto que quizás la cultura americana sea la única cultura genuinamente cristiana, es decir cristiana desde y en sus orígenes. Es justamente esta vocación de síntesis, esta virtud de unidad, esta aptitud para trasmutar tradiciones culturales diversas lo que, al mismo tiempo, particulariza y universaliza a América. Hay una vocación de universalidad en su propia particularidad cultural» (A. Podetti, “La irrupción de América en la historia”, Centro de Investigaciones Culturales, prólogo de Armando Poratti, Buenos Aires, 1981).

El Comentario hegeliano [de Podetti] da paso así a la reflexión sobre el destino universal de América Latina en el nuevo escenario histórico. Como observa luego Bergoglio: «Precisamente por ello en ese momento (Amelia Podetti) empieza a expresar su idea de la irrupción de América en la historia como el hecho fundamental de la modernidad, pues da lugar al surgimiento de la historia universal. Y si bien el concepto de “historia universal” fue ampliamente usado ya por Hegel, la formulación de Amelia Podetti toma distancia del filósofo alemán, así como de otras visiones europeas de la Historia, en las que pareciera que el hecho de la “planetarización”, como ella dice, no termina de ser asumido en todas sus consecuencias históricas y filosóficas». (Para un diálogo genuino con el pensamiento filosófico moderno. Notas de filosofía del cardenal Bergoglio al margen en un libro de Amelia Podetti).

No lo es en la medida en que la “planetarización” moderna –como muestra la obra de Zbigniew Brzezinski, “La era tecnotrónica”– utiliza la ciencia y la técnica, que nacieron dentro del horizonte espiritual cristiano de trascendencia del hombre sobre la naturaleza, de manera faustiana. Bergoglio lo tiene presente cuando, siendo ya Pontífice, recurre a Romano Guardini para mostrar los límites del antropocentrismo moderno y las degeneraciones tecnicistas. Frente a los límites del universalismo occidental, Podetti plantea la tesis de una América Latina como modelo: “América es capaz de integrar la modernidad con su propio fundamento histórico y espiritual porque ella es capaz de concebir la universalidad de la historia y el sentido de búsqueda de la unidad en la marcha del hombre sobre el planeta. Pareciera pues que América ha sido preparada por su surgimiento y por su historia para cumplir una misión esencial en esta etapa de la universalización: proponer una vía de universalización distinta a la de las sociedades supertécnicas y capaz de contenerla (Brzezinski), pues su misión y su destino es realizar y pensar la unidad». (A. Podetti, “La irrupción de América en la historia”, Centro de Investigaciones Culturales, prólogo de Armando Poratti, Buenos Aires, 1981).

La “centralidad” de América Latina implicaba una dislocación de las coordenadas, una rectificación del modelo visual “europeo” de las relaciones entre centro y periferia. Una rectificación importante para Bergoglio, quien como Papa afirma: “De ella tomé la intuición de las ‘periferias’. Ella trabajaba mucho en eso” (Papa Francisco, Grabación en audio del autor del 3 de enero de 2017).

Es una indicación muy valiosa. El tema de la “periferia”, central en el pontificado del futuro Papa, no está tomado de la teoría filomarxista de la “dependencia”, en auge en los años ’70, sino de la reflexión sobre el cambio de perspectiva que se produce cuando se elige lo que es (aparentemente) marginal. Para Podetti: «La aparición de América en la historia cambia radicalmente no solo el escenario sino también el sentido de la marcha del hombre sobre el planeta. El descubrimiento del “Nuevo Mundo” es, en realidad, el descubrimiento del mundo en su totalidad, es el descubrimiento de que el mundo era algo totalmente diferente a lo que los hombres de una y otra parte habían conocido y creído hasta entonces. América comienza de modo efectivo la historia universal» (A. Podetti, “La irrupción de América en la historia”, Centro de Investigaciones Culturales, prólogo de Armando Poratti, Buenos Aires, 1981). En Bergoglio, el mundo visto desde América del Sur se convierte en el mundo visto desde la periferia, desde las villas miseria de las enormes metrópolis de América Latina. La transvaloración filosófica da paso a la óptica evangélica. De todos modos, la intuición de la relación centro-periferia demostrará ser importante.

Hay también otro tema hacia el que Podetti orienta la atención del futuro Pontífice: la actualidad del Agustín de De Civitate Dei. Uno de los ensayos que contiene “La irrupción de América en la historia”, en efecto, está dedicado a “San Agustín: el problema de la justicia”. Los sucesivos puntos giran en torno a una reflexión que privilegia la ciudad de Dios: Justicia y pueblo para la tradición pagana (Cicerón); La justicia en la visión cristiana (San Agustίn), El pueblo en la visión cristiana (San Agustίn); Las dos ciudades; El cristiano y el siglo; Justicia y universalización; Conclusión. La importancia de estas reflexiones no había pasado desapercibida para Bergoglio. En el prólogo al Comentario hegeliano de Podetti, el cardenal afirma que: «Quiso el destino que también lo propusiera como material de trabajo en uno de sus últimos cursos, en 1978, justamente de Filosofía de la Historia. Ese curso estuvo, ratificando la idea de la necesidad de hacer nuestra propia revisión de la historia de Occidente, centrado en San Agustín y en Hegel, algo así como las dos “puntas” de la filosofía de la historia en Occidente».

Agustín y Hegel son los dos polos de la teología y de la filosofía política de Occidente. Mientras en Hegel el Estado se convierte en Reino de Dios en la tierra, en Agustín el dualismo de las dos ciudades, la ciudad terrena y la ciudad de Dios, impide cualquier monismo teológico-político. En su ensayo, Podetti habla sobre el “pueblo” pero, a la luz de Agustín, queda excluida cualquier ideología “populista” o nacionalista. En Agustín «no hay que confundir la ciudad terrestre con el imperio romano ni con ningún otro estado o imperio histórico, ni la ciudad celeste con la Iglesia. […] Además los hombres buenos o malos, sean ciudadanos de una u otra ciudad, viven en el mundo y necesitan los bienes del mundo y la paz del mundo; la paz es un bien proprio de la ciudad, sea la ciudad de Dios, sea la ciudad del hombre, conforme los amores que anime a los ciudadanos de esas ciudades (A. Podetti, “La irrupción de América en la historia”, Centro de Investigaciones Culturales, prólogo de Armando Poratti, Buenos Aires, 1981).

[De M. Borghesi, “Jorge Mario Bergoglio. Una biografia intellettuale. Dialettica e mistica”, Jaca Book, Milán 2017, pp. 53 – 54, 57 – 61].

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