La muerte y las fiestas
Iban a la muerte como a una fiesta. Memoria del martirio de Barbastro
Plácido María Gil Imirizaldu
Encuentro, 2012.
Ya empiezan a surgir en nuestro paisaje calabazas, esqueletos y otros chistes fúnebres, que nos hablan de la resurrección de Halloween. Y, mientras el comercio global subraya el culto al terror, no puedo evitar que me vengan a la cabeza otras historias de muertos vivientes.
Aún resuenan los ecos de la reciente macro beatificación de mártires celebrada en Tarragona. Los grandes números encierran el riesgo de que la totalidad engulla los detalles. Cada una de esas “quinientas-veintidós” historias es una vida truncada, muchas veces en plena juventud. Nosotros vemos a los muertos con una distancia histórica que, en cierto sentido, atenúa el drama de su martirio. Y nos acostumbramos. Por eso, probablemente, me llamó la atención el título de este libro en el que se narra el holocausto religioso que se vivió en Barbastro durante el comienzo de la guerra civil: “Iban a la muerte como a una fiesta”. Esta frase fue pronunciada por alguien que vio el furgón en el que iban un grupo de benedictinos camino del paredón. No daba crédito de su alegría. Y no es para menos.
¿Quién osa celebrar el martirio como una fiesta? ¿Se trata de personas fuera de lo común, de una panda de locos que se alegra de su tortura? Recientemente hay dos películas que nos han acercado con impagable lucidez al drama del martirio: “De dioses y hombres” y “Un Dios prohibido”. Esta última también se refiere a los días de 1936 en los que Barbastro se convirtió en un altar sacrificial. Y si algo está claro, al observar a los protagonistas, es que nadie ha nacido para ser mártir. El drama que se libra en la conciencia de quien ha de afrontar una muerte cruenta e injusta es terrible. Todo en él pide seguir viviendo, incluso para poder regalar una vida fecunda de servicio. Pero la Gracia enriquece a la libertad y se obra el milagro de un abandono ciego al Amor, de una identificación con el Cristo que, muriendo, engendró una nueva vida.
Plácido María Gil Imirizaldu era un adolescente cuando la comunidad benedictina de El Pueyo, en la que era colegial, fue detenida y sacrificada (junto con el obispo de la diócesis, sacerdotes diocesanos, algunos laicos y las comunidades de claretianos y escolapios de Barbastro). A pesar de los horrores que tuvo que presenciar, en su mente quedó grabado el ejemplo exquisito de aquellas almas que fueron conformando su voluntad con designio de Dios; aquellos compañeros convirtieron sus últimos días antes del martirio en un poema heroico que supera todas las posibilidades de la ficción literaria o cinematográfica .
Halloween celebra la fiesta de los muertos. Este libro celebra a unos muertos que celebran una fiesta, sabiendo que será eterna.