La muerte de Orlando Zapata y los canapés

Por primera vez, el régimen castrista se quedó aislado. Ni los gobiernos, ni las ONG, ni los denominados intelectuales pudieron seguir tapándose los ojos ante la eficacísima represión sistemática dirigida por Fidel Castro y ejecutada por una densa maraña de policías políticos encargados de velar por la salud de la revolución. Desgraciadamente, esa unidad en la defensa de la libertad en Cuba supuso un paréntesis, roto por la sorprendente habilidad de Miguel Ángel Moratinos para cambiar radicalmente la política exterior española hacia Cuba.
Tras el triunfo de la izquierda en España, el Gobierno se prestó al chantaje planteado por el entonces canciller Pérez Roque. El trato era sencillo: si el Gobierno español deja de considerar a los "gusanos", Cuba hará todo lo que esté en su mano para mejorar las relaciones (es decir, comenzaría a pagar a las empresas españolas con intereses económicos en la isla).
La puesta en escena no pudo ser más miserable. Con descarada frivolidad, Moratinos supo convertir la visibilidad recibida por los demócratas cubanos articulada en recepciones en las embajadas europeas en una cuestión de canapés. No se daba cuenta de que así, arrancando el apoyo visible con el que hasta entonces se protegía a los demócratas, Moratinos estaba poniendo la vida de éstos a merced del régimen cubano. La muerte de Orlando ha sido triste, pero ha servido para despertar a Zapatero, que ya ha exigido el respeto de los derechos humanos en Cuba como si le susurrara a Moratinos: ¡son los canapés, estúpido!