La misericordia como prioridad
La libertad religiosa y la libertad de la Iglesia son fundamentos esenciales de nuestro ordenamiento constitucional. Son por eso muy preocupantes los últimos ataques a los sentimientos de los católicos que se han producido en nuestro país. Son expresión de una severa falta de calidad de nuestra vida democrática.
Sin renunciar a todos los instrumentos jurídicos y políticos necesarios para que la libertad religiosa sea efectivamente tutelada, nos parece que la mejor forma de hacer efectiva esa libertad es ejercerla. Y que el contenido esencial de su ejercicio, en este momento, es la misericordia. Nuestra experiencia es que la misericordia, con origen en lo que tradicionalmente se denomina el ámbito religioso, tiene decisivas consecuencias políticas e históricas. Esta convicción se ha visto reforzada por una particular interpretación, no ciertamente la única, del pontificado del papa Francisco. El actual pontífice -en clara continuidad con Juan Pablo II y BenedictoXVI-, convencido de que el hombre de hoy está marcado por profundas heridas y por el peso de errores que ni siquiera se atreve a reconocer, propone la misericordia como don y tarea para un mundo que se encuentra en una encrucijada histórica. La misericordia no es buenismo, no significa renunciar a las libertades propias de un Estado de Derecho. Pero sí es un criterio y un principio que orienta el modo de ejercerlas. Hacer experiencia de la misericordia y dar testimonio de ella cualifica. Hay diferentes modos legítimos de ejercer la libertad religiosa en un sistema plural. Encontrar la forma más conveniente de hacerlo, la más inteligente y la más conveniente a los propios fines es sin duda un reto apasionante. Un reto no suficientemente afrontado.