´La mesa´ reconciliadora en Venezuela

Mundo · Dr. Nelson Hamana
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29 abril 2014
Seguimos con la mala costumbre nacional de mantener una mitología de la Unidad que consiste en que todos hagamos las mismas cosas y con los mismos criterios y que los buenos son los míos y además son los únicos.

Seguimos con la mala costumbre nacional de mantener una mitología de la Unidad que consiste en que todos hagamos las mismas cosas y con los mismos criterios y que los buenos son los míos y además son los únicos.

Recuerdo de mis tiempos de ejercicio político que un dirigente que era tenido por buen estratega, tanto que se iba a enseñar a resolver problemas a otros países y que logró buena parte de la paz de la que disfrutó por un tiempo el continente, nos enseñaba que solo debía ser único el propósito, pero los frentes de lucha era mejor que fueran múltiples, pero coincidentes.

Nadie descalifica las protestas, nadie discute la necesidad del cambio político, pero parece que hubiera discrepancia en lo que se refiere a la necesidad de la reconciliación nacional.

Primero hay que definir en qué consiste la reconciliación, no se trata de ponerle buena cara a los que han ejercido arbitrariamente el poder, no se trata de pedir impunidad para los que hayan cometido actos de corrupción, ni tampoco puede ser un sobreseimiento para los que escondiéndose en su condición opositora hayan sido actores o cómplices de mal manejo de la vida pública. Se trata de lograr que los venezolanos discutan sin odiarse, sin excluirse. No es ni siquiera ser generosos con los que gobiernan, es exigirles que cambien su manera de gobernar y lograrlo.

En lo que refiere a las protestas, para que recuperen su frescura es necesario que vuelvan a su espontaneidad y su originalidad. Para este momento las siento absolutamente burocratizadas, repetitivas y monótonas y asisto a todas, pero con resignación. Hasta los itinerarios se repiten una y otra vez, y la represión es tan repetitiva y predecible que a veces pienso que son los mismos videos los que recibo y que todo se hace con libretos ya conocidos, de uno y otro lado, y esta situación en definitiva es una forma de complicidad.

En lo que se refiere a las negociaciones, hay varios matices que deben ser destacados, por una parte, quien debe tener la culpa de la sociedad conflictiva, estancada y sin imaginación en la que vivimos, debe ser quien gobierna, no el que se le opone. No tiene mucho sentido que digamos aspirar a un futuro mejor y optar solamente por el conflicto como única solución.

Cuando se protesta y se aspira a otra situación, lo mejor es tener bien definida la realidad a la que se quiere llegar y señalar cuáles son los obstáculos que impiden lograr las soluciones y escoger los caminos para llegar a ese destino.

Es indudable que un gobierno autoritario tiene que ser presionado para que admita la discusión, sobre todo cuando tienen quince años apareciendo como dueño de una verdad indiscutible a la que no pueden renunciar, porque quedarían desnudos ante un país al que no han podido manipular y sobre todo frente a los desposeídos que entonces percibirían la magnitud de lo que han sacrificado en aras de una ilusión de bienestar ampliamente traicionada. En ese punto es inevitable la protesta, porque sin ella no se produce la discusión.

Por otro lado, es necesario establecer los objetivos y los requerimientos para recuperar la normalidad como país, pero cuidando de no sacrificar la reivindicación de los débiles y ese es el papel de la negociación.

No son excluyentes, por el contrario, son y están siendo complementarios, quienes protestan exigen cosas concretas y esas exigencias son llevadas con la fuerza de la protesta a la negociación.

No hay por qué descalificar al que hace las cosas de una manera distinta, ni hay por qué generar desconfianza en el que actúa por otro camino ni tampoco aprovechar o asumir el protagonismo exclusivo de ningún sector, por el contrario, hay que admitir y hacer sentir que hay un objetivo común por el que trabajamos todos.

Otro tema es la violencia, que indudablemente es atractiva porque promete soluciones rápidas con exigencias inmediatas, pero yo pediría que con la mano en el corazón y con la conciencia clara se analicen sus posibilidades, su pertinencia, su oportunidad y sus éxitos.

Finalmente hay que admitir que ningún camino tiene por qué ser definitivo, en política hay que saber responder a las variaciones, al fin y al cabo se funda en sentimientos humanos que siempre son circunstanciales y por eso son tan difíciles de asumir.

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