La luna, el cielo, el trigo y el hogar
Llegaba tarde. Como siempre. Además, me iba perdiendo entre los pueblos. Siempre me pierdo cuando voy en coche camino de algún lugar que no conozco.
Música clásica de fondo. Alegría. Miro por los espejos para ver el cielo y sus colores. Quiero mirarlo eternamente. Estoy a punto de salirme de la carretera, por la que no circulan apenas coches (gracias a Dios), por mis intentos de ver aquella belleza. La belleza que ven mis ojos es demasiada como para pasar de largo como si nada. Así que me salgo de la carretera, aparco mi coche en cualquier lugar y salgo. Aire. Enfrente de mí veo el color rosa, el naranja, el verde… Un atardecer que merece silencio.
A mi izquierda, en la parte del cielo que ya está azul oscuro, la luna empieza a brillar fuertemente. Es como nuestra madre en la tierra. En esta tierra que a veces es tan tierra que parece oscura.
A la derecha hay un camino – un camino que empezaba en la izquierda, donde la luna, donde la tierra. Un camino que se pierde a lo lejos pero que se ve llega hasta un pueblecito que tiene algunas luces encendidas: la casa. El hogar. El hogar que nos espera. El camino que nos lleva al hogar- a un hogar que vemos o intuimos de algún modo ya, hoy, en el presente, al ver el atardecer.
Y detrás de mí hay un campo de trigo.
Doy gracias por poder estar asistiendo a semejante espectáculo y me subo al coche para volver a emprender la marcha. Al final he llegado tardísimo al lugar que desconocía.