La lección del Papa en La Habana
La clave con la que va avanzando las etapas de este viaje que mira a la humanidad entera y une el norte y el sur de América, Francisco ya la expresó en la primera jornada que pasó completa en La Habana. Una jornada cuidadosamente pensada. Y lo expresó durante los momentos totalmente ordinarios propios de una visita pastoral: en una misa común, en un Ángelus, en el encuentro con el clero y con los jóvenes, donde, como suele suceder, dejó a un lado los discursos preparados. Igual que en el anunciado encuentro vis-à-vis con el viejo Fidel.
¿Cuál es esta clave? La que testimonian las palabras-guía que utiliza: puentes, paz, servicio, reconciliación, amistad social, bien común, cultura del encuentro. Eso significa servicio a la persona, supremacía del diálogo como método y no como una estrategia audaz, rechazo a toda postura de antagonismo ideológico, a cualquier “encierro en los conventillos de las ideologías o de las religiones”, como dijo literalmente en el Centro Cultural de la capital. Eso significa mirar hacia adelante.
“Creo que el mundo de hoy está sediento de paz”, y que “vuestro trabajo es construir puentes”, había dicho ya a los periodistas durante su vuelo a la isla, avanzando rápidamente cuál sería el significado de este viaje. No por amor a la retórica, ni por alimentar una apologética papal, sino porque se trata de mirar todos hacia el único camino realista y pragmático, posible de seguir con audacia y determinación. Porque aquí nace también el objetivo de la política, que es la realización del bien común y la colaboración en las responsabilidades respetando las diferencias entre los que habitan en la casa común. De ahí “esta esperanza que es convocadora de todos, de un pueblo que sabe autoconvocarse para mirar el futuro”. Ni encierros ni enfrentamientos ni separaciones, sino mentes abiertas para trabajar juntos en el bien común y apostar por el presente y por el futuro: “Amistad social es buscar el bien común. La enemistad social destruye. Y una familia se destruye por la enemistad. Un país se destruye por la enemistad. El mundo se destruye por la enemistad. Y la enemistad más grande es la guerra. Y hoy día vemos que el mundo se está destruyendo por la guerra. Porque son incapaces de sentarse y hablar”, insistió Francisco en su última cita de su jornada en La Habana. ”Estar al servicio del diálogo no significa estar al servicio de palabras que no sirven para nada porque son solo una astuta estrategia”.
La tarea consiste en ´ayudar a superar las diferencias históricas, superar el pasado, construir puentes para ayudar a todos a hacer lo mismo. Si se ayudan los países que no han estado de acuerdo a reanudar el camino del diálogo, se abrirán nuevas posibilidades para todos. No es irresponsabilidad sino coraje y audacia para el presente y para el futuro´. Una responsabilidad que atañe directamente a la Iglesia. Por tanto, este reclamo al servicio, ´que desde el momento en que sirve a las personas deja ya de ser ideológico´, vale para los castristas y para los anticastristas. De ahí su invitación a la humildad y pobreza clero para que los miembros de la Iglesia no alimenten elementos revanchistas y sean instrumento de reconciliación. Se enjugan así las lágrimas y heridas. Porque la cuestión cubana de fondo, ¿qué nos muestra? Demuestra el fracaso de la política de muro contra muro. Demuestra que esta política no funciona. No ha funcionado. Históricamente, no ha funcionado. La pretensión de acabar con el castrismo mediante una política de cerrazón, ideológica y llena de prejuicios, mediante el embargo, solo han llevado a un endurecimiento que ha arrastrado al mundo al borde de una crisis nuclear y ha dejado a un país congelado durante cincuenta años.
Por ello, la apertura de las relaciones diplomáticas entre Cuba y EE.UU, así como la decisión del Papa de hacer una primera etapa de su viaje en la isla, no puede quedar reducido a los intereses visuales de un latinoamericano. “Cuba mira hacia todas direcciones, tiene un extraordinario valor clave entre norte y sur, este y oeste. Su vocación natural es la de ser punto de encuentro, para que todos los pueblos puedan encontrarse dentro de una amistad”. El viaje de Francisco asume así un valor simbólico y emblemático para la comunidad internacional al replantear toda la política internacional. Muestra que otro camino es posible. El llamamiento por las negociaciones de paz en Colombia, que ahora se están desarrollando en Cuba, pronunciado en el Ángelus del domingo para no “permitirnos otro fracaso más en este momento”, vuelve a ir en la misma dirección sin que el Papa reclame para sí supremacía alguna. No solo el Papa, sino toda la comunidad, incluida la eclesial. Pues toda la comunidad eclesial puede dar ejemplo. Un ejemplo que se mostró transparente incluso en la modalidad del encuentro personal y familiar con el anciano líder máximo. Al que se presentó con humildad y con gran atención hacia su historia personal.
Lo que ha pasado en La Habana es una auténtica lección de la que todos, pueblos y naciones, tenemos una necesidad urgente, sobre todo cuando, como hemos visto, los sembradores y profesionales de la división y el antagonismo, incluso los que se disfrazan de rigurosos defensores de la buena doctrina y los valores, distorsionan y banalizan haciéndonos creer que eso no es posible. Si el paso de Francisco por la isla puente del Caribe ha infringido su golpe mortal a la guerra fría en el continente americano, lo que queda por curar son las metástasis sobrevenidas hasta el otro lado del océano de esa guerra. A fin de cuentas ese será el último baluarte que queda por superar.