La lección del laico Boudon

España · Salvatore Abbruzzese
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25 julio 2013
La  desaparición de Raymond Boudon – uno de los principales exponentes de la sociología contemporánea – constituye una ocasión para reflexionar sobre la imagen del hombre. Si admitimos, con Pierpaolo Donati, que toda sociología nace de una antropología, entonces, aparte de separarnos profundamente de la antropología positivista de Comte o del mismo Durkheim, no podemos dejar de preguntarnos sobre qué antropología nutre a la sociología que llevó adelante Raymond Boudon en sus cincuenta años de trabajo: su primer texto data de 1963 y el último, Le rouet de Montaigne: une théorie du croire, se imprime este año.

La  desaparición de Raymond Boudon – uno de los principales exponentes de la sociología contemporánea – constituye una ocasión para reflexionar sobre la imagen del hombre. Si admitimos, con Pierpaolo Donati, que toda sociología nace de una antropología, entonces, aparte de separarnos profundamente de la antropología positivista de Comte o del mismo Durkheim, no podemos dejar de preguntarnos sobre qué antropología nutre a la sociología que llevó adelante Raymond Boudon en sus cincuenta años de trabajo: su primer texto data de 1963 y el último, Le rouet de Montaigne: une théorie du croire, se imprime este año.

Boudon disentía profundamente de la antropología propuesta por lo que él llamaba “el movimiento freudiano-marxista-estructuralista”, que reducía al hombre a un resultado de sus condicionamientos sociales, en sus diversas variantes. A la idea de un sujeto prisionero de la cultura, de las normas y de las convenciones, Raymond Boudon siempre contraponía un sujeto consciente que en toda ocasión trata de elegir, aun con miles de errores y no pocas desinformaciones, la que le parece la mejor opción. Precisamente por esto era seguidor de lo que él definía como individualismo metodológico, en virtud del cual la tarea de la sociología es explicar los fenómenos sociales concretos y, al hacerlo, tratar siempre de reconstruir la lógica de las personas que estaban implicadas. La tradición liberal a la que, como discípulo de Raymond Aron, hacía referencia no permite clasificarlo aún entre los teóricos de la opción racional.

Boudon estaba convencido de que concebir el sujeto agente sólo en virtud de sus propios intereses era una lógica reductiva y, en último término, fracasada. Las “buenas razones” que informan al sujeto cuando debe tomar decisiones económicas actúan también cuando éste se compromete a tomar decisiones morales o debe adherirse a creencias sobre el sentido de la existencia, o incluso cuando tiene que elegir entre valores capaces de dar una orientación a su propia vida. Las razones que comprometen al sujeto cuando debe elegir entre lo justo y lo injusto, entre lo bello y lo feo, no son distintas de aquellas a las que recurre cuando debe dirimir entre lo verdadero y lo falso. En un caso u otro, no es la razón utilitarista la que le mueve, ni sus intereses los que le llevan a actuar, sino el deseo de conocer la verdad, lo que él llamaba la lógica cognitiva. Sobre esta base el creer, incluso el creer en Dios, se convierte en una operación lógica, un acto razonable, posible y plausible.

Por esta vía, la adhesión a creencias religiosas se convierte en algo distinto de una simple reacción del ser, que se activa bajo el único peso de los sentimientos o por condicionamientos socioculturales. Las propias culturas, en su opinión, sólo nacen después de que el individuo les da crédito y siguen existiendo sólo mientras se las sigue reconociendo como aceptables.

Ciertamente, el individuo puede suscribir erróneamente normas y principios que, en un periodo sucesivo, se desvelan como falsos y caducos. Pero también este aspecto, que para muchos constituye un indicio de relativismo cultural, es para Boudon la prueba del carácter penúltimo de los análisis humanos: el error, tan visible en la historia de la ciencia experimental, no está en absoluto menos presente cuando se trata de creencias y valores.

El reconocimiento de la academia francesa a la obra de Boudon ha sido ambivalente. Moverse contra la tradición durkheimiana, representada por Bourdieu, o contra una aplicación amplia del estructuralismo, representado por Levi-Strauss, o incluso contra la filosofía de Michel Foucault, significaba ir contracorriente en la Francia intelectual de los años setenta y ochenta. Entender que el sujeto se pone ante los problemas eligiendo conscientemente entre valores distintos hace que se conciba como algo más que un simple actor condicionado. Los mismos errores en que puede incurrir demuestran la existencia de un ímpetu por buscar lo verdadero y lo justo en cualquier parte, incluso a costa de equivocarse.

A la antropología del hombre condicionado por el contexto hasta ser completamente dependiente, y también a la concepción de un sujeto limitado por la sola lógica utilitarista, Boudon contrapone así la de un sujeto que se propone, una y otra vez, buscar la verdad.

Como laico y como no creyente, le llamaba la atención la estatura intelectual y moral de Benedicto XVI y admiraba su rigor lógico. Era para él fuente de sosegada satisfacción. De Boudon en adelante, el creer deja de confundirse con la credulidad y se convierte en la respuesta a una exigencia. A partir de su perspectiva, es posible ver en la creencia religiosa el signo de un sujeto que se encuentra en momentos y situaciones a la luz de las cuales se hace para él necesario mirar más allá de lo cotidiano y preguntarse por las razones últimas de la existencia. Las respuestas que encuentra tienen un sentido y provienen de un proceso de búsqueda no muy alejado de quien busca la verdad en el universo físico-natural. Para la sociología se abre un nuevo capítulo, pero también comienza una nueva fase para el análisis sociológico de la dimensión religiosa.

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