La lección de Hong Kong: la libertad no es para siempre

Mundo · Antonio Polito
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12 julio 2019
Los jóvenes de Hong Kong nos recuerdan cuánto vale la libertad. Treinta años después de los de Berlín, que la conquistaron a golpe de pico y pala con el Muro; treinta años después de los de Pekín, aplastados por las orugas de los carros armados en la plaza de Tiananmen. Quién sabe si lo conseguirán. La gobernadora de la ciudad, jefa ejecutiva del régimen, ha dado por “muerta” la controversia sobre la ley de extradiciones que se había convertido en el símbolo de la revuelta antichina. Pero Hong Kong ya no es un modelo de éxito ni siquiera para China. Los rascacielos y el nivel de desarrollo ya son más altos en Shangai y Shenzhen; la antigua colonia británica parece haber quedado reducida a un oasis de nostalgia por la “rule of law” en el desierto de los derechos del capitalismo comunista.

Los jóvenes de Hong Kong nos recuerdan cuánto vale la libertad. Treinta años después de los de Berlín, que la conquistaron a golpe de pico y pala con el Muro; treinta años después de los de Pekín, aplastados por las orugas de los carros armados en la plaza de Tiananmen. Quién sabe si lo conseguirán. La gobernadora de la ciudad, jefa ejecutiva del régimen, ha dado por “muerta” la controversia sobre la ley de extradiciones que se había convertido en el símbolo de la revuelta antichina. Pero Hong Kong ya no es un modelo de éxito ni siquiera para China. Los rascacielos y el nivel de desarrollo ya son más altos en Shangai y Shenzhen; la antigua colonia británica parece haber quedado reducida a un oasis de nostalgia por la “rule of law” en el desierto de los derechos del capitalismo comunista.

Por lo demás, la libertad tampoco está muy de moda entre los jóvenes de Occidente. Menos de un tercio de millennials americanos valora hoy la importancia de vivir en una democracia. Una de cada seis personas en Estados Unidos afirma que un gobierno militar es un buen sistema para guiar el Estado. En los últimos quince años, los derechos individuales se han restringido en 71 países del mundo. Desde la caída del Muro de Berlín, la historia, en vez de acabar, como sugiera Francis Fukuyama, ha ido hacia atrás, como había previsto Huntington. Los regímenes no democráticos solo representaban el 12% del PIB mundial en 1990, hoy son el 33% y en breve superarán el 50%, según Foreign Affairs. Los muros, que eran 16 en 1989, hoy son 70, diez de ellos en la Unión Europea. Solo esta involución puede explicar cómo es posible que el último heredero de la Unión Sovética, el antiguo oficial de la KGB Vladimir Putin, pueda decir impunemente que el liberalismo está obsoleto y superado. Por otro lado, ¿quién va a contradecirlo, Donald Trump?

Hay dos óptimas razones que aconsejan tener miedo de verdad por el destino de la libertad, si no por la nuestra sí al menos por la de nuestros hijos. La primera es que el vínculo entre democracia y liberalismo no es obvio. Hay muchos países del mundo donde se vota pero no hay libertad (Rusia, Irán, Turquía, por citar solo algunos). Y los liberales, más antiguos que la democracia, tienen una tendencia innata al elitismo que en ciertas épocas –y esta es una– puede hacer que se adelanten demasiado a las masas, siempre atraídas por un solo hombre al mando.

La segunda razón por la que deberíamos temer un retorno a la tiranía, aunque con formas nuevas, está en la tecnología de nuestro tiempo. El ambiente tecnológico siempre ha tenido una gran influencia en los sistemas sociales y políticos. El arado de madera produjo la agricultura de subsistencia y la economía feudal; brújulas y sextantes, billetes y letras de cambio abrieron paso a la burguesía; la invención de la imprenta de Gutenberg hizo famoso a Lutero y vencedor al protestantismo. Del mismo modo, la sociedad industrial de posguerra y el libre comercio eran perfectos para los sistemas políticos de libre decisión, más eficientes que los que centralizaban las informaciones para “planificar” la economía. A fin de cuentas, por eso ganó América la guerra fría, porque la URSS no fue capaz de hacer frente al desafío de esta complejidad.

La llegada de los big data y la inminente Inteligencia Artificial modifican radicalmente el escenario. Aumenta la concentración de informaciones y funciona mejor la nueva tecnología. Casa con los regímenes autoritarios y los hace más eficientes, porque tiene hambre de datos y alergia a la privacidad. Antes se pensaba que un sistema de mando centralizado no podía mantener el ritmo de la innovación: los rusos empezaron antes la carrera hacia el espacio pero a la Luna llegaron los americanos. Pero hoy el éxito de China en la economía digital está demostrando que ya no es así. De hecho, las nuevas tecnologías pueden ayudar a los regímenes a reforzar sus controles internos y elevar su agresividad externa, con los bombardeos de “bots” o con el espionaje “hi tech”.

Las sociedades europeas se dedican a otra cosa. En la novela Sumisión, el escritor francés Houellebecq previó hace cuatro años que se hartarían de la libertad y se la cederían a los islamistas. En realidad, hoy parecen más dispuestas a intercambiarla con cualquiera que mantenga a raya a los islamistas. Hace treinta años nos relajamos, asistiendo al espectáculo de los pueblos sujetos al telón soviético que se rebelaban en nombre de la libertad. Ahora, en esa parte de Europa, en Hungría y Polonia, sopla un viento opuesto. En Italia, Francia y Gran Bretaña han llegado por primera vez a las elecciones europeas partidos no liberales. Nos parece que la libertad está conquistada para siempre, es un dato obvio, una comodidad adquirida. Por eso no nos dedicamos a ella. Tal vez debiéramos repensarlo.

Corriere della sera

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