La `justicia` de los asesinos
“Es uno de los días más negros de la historia de la humanidad”, ha escrito en twitter Kailash Satyarth, el premio Nobel de la Paz 2014. Los talibanes querían hacer saber al gobierno y al ejército gubernamental cuánto están sufriendo ellos y sus familias, sus hijos. La seducción del ojo por ojo y diente por diente y la tentación humana de hacer de la justicia una diosa con una balanza cuyas bandejas deben pesar igual. Kilos contra kilos, quintales contra quintales, toneladas contra toneladas, para que la aguja de la balanza quede siempre en el punto justo, en el medio.
Parece que a los hombres nos guste la justicia al peso. La justicia que le quita una cabra a quien ha robado una cabra. Nos gusta incluso aunque el resultado no implique restituir una cabra sino hacer daño. A esta ilusión la llamamos “justicia reparadora”. Tal vez con las cabras funcione, pero incluso cuando se trata de tu cabra favorita ya no va bien, pues tú no quieres otra cabra, sino tu cabra. Cuando una madre mata por error al pececillo rojo de su hijo, el niño mirará largo rato y lleno de perplejidad al nuevo pez rojo que ha sustituido al anterior sin que él se enterara porque sabe algo que tal vez los talibanes no sepan: aquello que tú quieres es siempre único.
Por ello, en las heridas provocadas por la violencia contra los afectos, las bandejas de la balanza nunca están equilibradas. Ese es el motivo por el cual la ley del talión es una mentira. El dolor no se aplaca con dolor. No es verdad. Ni siquiera con el doble de dolor. Si no funciona con los niños que sorprenden nuevos peces rojos en su pecera, cómo va a funcionar cuando se trata de hijos. Las armas matan. Y la justicia de la balanza es un arma. Mata. Mata niños para ponerlos en la balanza. Y mata a sus padres.
La sangre se mezcla y hace de tantos dolores un solo lamento. Esa es la única paridad que se obtiene con la muerte. Hoy en Pakistán hay un hombre que tenía dos hijos. A uno lo ha encontrado vivo pero del otro no sabe nada. Los talibanes quieren hacer saber al gobierno y al ejército gubernamental cuánto están sufriendo ellos y sus familias. Si ahora este padre, “pakistaní gubernamental”, pudiera narrar su dolor a un padre talibán, ¿qué comunicación habría entre ellos? El dolor no lo puedes intercambiar. Mi dolor tiene el nombre de mi vida. Puedo pedirte que te quedes cerca para mirarlo conmigo, pero no puedes sufrirlo por mí. El dolor no se calma con dolor, no hay simetría en el dolor como no hay simetría en el amor.
Lo que yo te quito no me devuelve aquello que me falta. Tu dolor no enjuaga mis lágrimas. El propio Khorasani, portavoz de los talibanes pakistaníes, ha declarado: “Dijimos a nuestros hombres que no atentaran contra niños pequeños, aunque fueran hijos de militares o líderes civiles”. Niños pequeños, pero la escuela atacada era de alumnos entre 6 y 16 años. ¿Pero acaso los hijos dejan alguna vez de ser pequeños?