La insoportable levedad de Wikileaks
El diario de Miguel Yuste dedica desde hace días páginas y páginas a unos papeles que, como ha explicado el más americano de los socialistas, Javier Solana, sólo cuentan lo que ya sabíamos o comentarios de personal diplomático, en muchos casos de bajo nivel jerárquico que se ponen en evidencia con sus análisis. Es seguramente esta obsesión por las aburridas filtraciones de Wikileaks una expresión de ese viejo antiamericanismo que desde la Guerra de Cuba, pasando por el franquismo, llegó hasta cierta izquierda. El morbo por haber descubierto, por fin, los secretos del padre malvado y tiránico. Los ministros corren despendolados a desmentir conversaciones que todos consideramos previsibles. ¿Es acaso significativo que Trinidad Jiménez pusiera a caldo a Miguel Ángel Moratinos? ¿No le dijeron miles de españoles a sus vecinos que Rubalcaba prefería a De Juana en libertad? Es lo mismo que hizo un funcionario estadounidense; en lugar de contárselo a su vecino de patio lo puso por escrito y lo mandó al Departamento de Estado.
Wikileaks transcribe algo así como una conversación entre porteros de una concurrida calle: saben quién entra y sale de las casas y de las oficinas, son gente curiosa. Pero al fin al cabo son porteros.