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La indignación está justificada

España · Fernando Vidal, sociólogo
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19 mayo 2015
Llegamos a estas elecciones con un deseo de cambio tan profundo como el hastío ante el saqueo del que ha sido víctima España. El fraude financiero internacional de 2008 afectó de modo especial a España, pues entre sus elites políticas había una parte carcomida por la corrupción.

Llegamos a estas elecciones con un deseo de cambio tan profundo como el hastío ante el saqueo del que ha sido víctima España. El fraude financiero internacional de 2008 afectó de modo especial a España, pues entre sus elites políticas había una parte carcomida por la corrupción.

España ha sufrido un doble saqueo: a la estafa internacional de las subprimes se sumó un alto grado de corrupción. Quizás lo más grave sea el pacto para la financiación inmoral de los partidos políticos y que eso haya remontado hasta el origen mismo y afectado a sus más altos líderes. La Transición es una experiencia de alto valor pero es cierto que para forjar con rapidez partidos, sindicatos y parlamentos, se fue permisivo con muchos beneficios. La crisis económica de 1993 destapó la corrupción representada por FILESA y Roldán, y la crisis de 2008 ha destapado una corrupción todavía mayor en dinero, alcance y destrucción. Si ya sólo tenemos en cuenta la dilapidación del valor social y cultural que suponía una fórmula tan original como las Cajas de Ahorro, la pérdida ha sido descomunal. Razones para el hastío y el cambio hay de sobra. La indignación ciudadana está absolutamente justificada y aun diría que muestra un carácter muy moderado y templado de la ciudadanía española, tan acostumbrada a ser maltratada.

Los males del partidismo

Los partidos políticos no han estado a la altura de la profesionalidad y cualificación que exige gobernar un país. Un primer mal de los partidos es no seleccionar a los mejores para el buen gobierno y hacer dejación de la formación de sus cuadros. ¿Han examinado ustedes cuáles son los programas internos de formación que tienen los partidos para sus cuadros? Son muy insuficientes. Nuestros gobernantes inflaron la burbuja inmobiliaria como motor de desarrollismo de España, no reaccionaron adecuadamente ante la crisis –simplemente recordemos el Plan España: emplear masivamente gente en obras innecesarias– y no han hecho pagar la crisis equitativamente. Sin duda hay intereses de elites que se han protegido, pero el problema es la formación. Si un partido quisiera ganar mayor confianza y reputación ante la ciudadanía, debería reformar radicalmente el proceso interno de formación de su gente. Debería ofrecer itinerarios especializados para formar en economía, fiscalidad, urbanismo, política social… ¿Cuántos concejales al frente de los servicios sociales saben de ese tema? No dicen la verdad, los grandes partidos dicen que ofrecen cuadros formados y con experiencia frente a políticos nuevos sin experiencia. La cualificación que ofrecen los grandes partidos es muy baja, poco competitiva frente a nuevos candidatos con amplia experiencia en empresas y entidades del mercado y la sociedad civil.

El problema de la descualificación se mezcla con otro problema de gran magnitud: el clientelismo, el partidismo y la arrogancia forman un fenómeno común. Conduce a la defensa numantina de gente de la que el propio partido sospecha hace mucho tiempo. El propio partido mediante controles internos tiene que ser el primero en destituir en cuanto aparecen las sospechas. Los partidos deben invertir en investigación interna de las personas en quienes confían todo su capital moral. Ser menos partidista significa tener una actitud de mayor diálogo, de respeto por quien disiente, valoración del compromiso partidario y un sentido más alto del servicio público. Esto requiere tres cosas: vigilancia (“escoger a los mejores y vigilarlos como si fuesen los peores”, le dijo un viejo militante a Joaquín Almunia), respeto a la autonomía de las instituciones y profesionales (por ejemplo, las televisiones) y reformar los itinerarios de selección y formación de las secciones juveniles de los partidos.

Ciudadanos y Podemos

¿Y qué se puede decir de los nuevos partidos? Ciudadanos venía representando discretamente ante la opinión pública la defensa de un proyecto que fuera 100% catalán y 100% español. Es su única fuente de valor, además de un líder que escenifica muy bien la autenticidad (y quizás una alineación ideológica sin ambigüedades al liberalismo). Junto con UPyD y Podemos, han gozado de la libertad para meter el dedo en la llaga política española y han tenido la conexión con el sentir de la gente. Pero sobre todo han tenido el enorme recurso que supone el interés de las televisiones. Partidos más tradicionales y críticos como Izquierda Unida no han sabido conectar con el sentir común de la gente.

Ciudadanos ha seguido la estrategia del surfero: se queda sobre su tabla en la playa esperando la ola. Puede que nunca llegue y, como decenas de partidos políticos locales, desaparezca. Pero si está en el momento exacto cuando llega la ola, entonces triunfa. Ciudadanos estaba en el lugar y momento oportunos. Ciertamente le abrió el camino Podemos, que irrumpió como la prueba de que era realmente posible una alternativa. Eso sacó a los españoles del escepticismo y les hizo mirar a los pequeños partidos como esperanzas.

En un primer momento, los españoles vieron a Podemos como una palanca para mover a los grandes. En un segundo momento, antes de Navidades, su vertiginoso ascenso condujo a verles como vigilantes, una especie de justicieros en los parlamentos. Actualmente, todos somos conscientes de que con seguridad serán gobernantes. Sean palancas, justicieros o gobernantes, entre Podemos y Ciudadanos hay una gran diferencia. Podemos se incardina en un amplio movimiento social mientras que Ciudadanos tiene principalmente cuerpo mediático. Ciudadanos tiene en estos momentos más personalidad mediática que jurídica o social y, por tanto, es más vulnerable a descensos tan rápidos como la subida que ha experimentado. El PP hará mal en seguir subestimándolo o tratarlo como un fenómeno pasajero. La doctrina Génova es que Podemos es la nueva Izquierda Unida y Ciudadanos es el CDS. Pero Ciudadanos es mucho más que el CDS. Se parece más al inesperado Suárez de primera hora. La pregunta no es si Ciudadanos es el CDS sino si el PP es UCD. No creo que sean ni lo uno ni lo otro. No obstante, el PP tendrá más fácil absorber en dos o tres años votos de Ciudadanos que lo que tendrá que hacer el PSOE para absorber Podemos. Pero todo está en el aire: como ha demostrado UPyD, el factor humano es imprevisible y puede destruir raudo lo construido con mucho esfuerzo.

En todo caso, aprecio mucho la reactivación política de tantos miles de ciudadanos fundando nuevos partidos o renovando los clásicos. También creo que es buena noticia que no haya aparecido una tercera alternativa a la derecha del Partido Popular y que el PP no generalice la doctrina de la “Limpieza étnica” de Badalona. Me preocupa que los grandes partidos –PP, PSOE y Convergencia– no hayan hecho aún una reforma a fondo de su institución. Por mucho que se venda que ya se está regenerando, no es aún suficiente. Confiar en que las urnas todo lo perdonan y todo lo justifican, es abyecto.

Sobre todo los españoles van a ver desafiada su cultura política para que sea más compleja, deliberativa y tolerante ante el pluripartidismo. Ya comienzan a sonar los tambores contra las coaliciones, pronostican el confusionismo, sienten nostalgias de los líderes fuertes y partidos monolíticos. Sin embargo, los parlamentos y gobiernos pluripartidarios son muy superiores en todos los órdenes. Lo único en contra de ellos es el populismo.

Tras la Transición, Aznar apeló a una Segunda Transición. También Zapatero dijo que su gobierno era una Segunda Transición. Ahora también se apela a otra Transición. Lo único cierto es que el pluripartidismo, la regeneración y la implantación de un nuevo modelo de desarrollo decente y sostenible va a requerir todos los valores de concordia, esperanza y generosidad de la Transición.

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