La incertidumbre tiene un nombre

Mundo · Ángel Satué
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8 julio 2022
Gran Bretaña se acostó esta semana desunida en torno a un problema más. Es increíble la capacidad de Boris Johnson de generar problemas, y tratar de resolverlos, generando uno mayor.

Por ejemplo, saltarse la regla de su gobierno de no hacer fiestas, y hacer una en el epicentro del poder ejecutivo, Downing Street, para luego negar la mayor en el verdadero epicentro político de una verdadera democracia, el Parlamento, donde mintió. O, por ejemplo, negar los controles fronterizos con Irlanda del Norte, pero firmar acuerdos internacionales donde existen tales controles.

Boris, al dimitir –verbo que se conjuga distinto en España y el Reino Unido–, no estaba más calvo, ni su tono de piel era más gris, ni tenía más bolsas bajo los ojos. Asombra ver al último Blair, un líder en que sí era creíble que trataba de hacer lo correcto, a pesar, sobre todo, de la guerra de Iraq.

Nuestro Boris, porque lo es nuestro de tan carismático, sigue como el muñeco de cera que le hicieron. Siempre mejor pasar a la historia encerado que en conserva en escabeche, que es lo que su propio partido ha tratado de hacer, moviéndole la silla, desde el famoso Comité 1922 del Parlamento británico, donde asientan sus posaderas los representantes tories de Su Graciosa Majestad (únicamente los que no son parte del gobierno). A pesar de eso, aguantará como primer ministro hasta el Congreso de los conservadores británicos. Dimite en diferido, como tantas cosas y pagos y emisiones de televisión. En esto Boris no miente.

La revista The Economist, a primeros de junio, ya se preguntaba por el futuro de Boris (se le conoce más por su nombre de pila entre los británicos). Como predijo, las elecciones locales del 24 de junio y el fin de semana para celebrar los 70 años de reinado de Isabel II (royal jubilee holiday weekend) hablaron a los representantes. Con los resultados de las locales, los tories obtendrían un 30% de los votos, frente al 35% de los laboristas y el 19% de los liberales.

Desde hace meses, Partygate y Brexitgate mediante, es un líder con carisma, pero a la deriva. Asediado por una inflación de dos dígitos, gastando en paquetes fiscales (15.000 millones de libras), con apenas éxito, pensados, pero solo pensados, para proteger a las familias, con una guerra de Ucrania aparentemente estancada, que tardará en finalizar, y la cuestión irlandesa en ciernes (el partido republicano irlandés Sein Fein ganando en Irlanda del Norte, y Boris aprobado una ley contraria al Tratado con la Unión Europea, ya firmado), por no hablar del nuevo referendum escocés que se avecina.

Se puede ser carismático en todo tipo de escenarios, tribus urbanas o rebaños o pandemias. Es un tipo de liderazgo muy de moda desde que aparecieron las redes sociales. El liderazgo carismático tiene la ventaja de que parece democrático, pero la realidad es que supone un riesgo mayor para la democracia, al tender a tensionar los sistemas de pesos y contrapesos de todo estado de derecho. Trump, Orban, Boris…

Boris ha pasado de oveja negra, carismática, a “pato cojo” (expresión prestada de EE.UU.) y mosca cojonera, sin dejar de ser oveja negra o patito feo. Habría que hacer una tesis, de las de verdad, sobre este tipo de liderazgo, y contraponerlo al liderazgo creativo, capaz de unir. Ese liderazgo prudente, sabio, amante de las tradiciones de un pueblo y capaz de impulsarlo a nuevos retos. Un liderazgo humanista.

En conclusión, parece que el proyecto de “Global Britain” para hacer grande el Reino Unido, de nuevo, en el mundo, y los parabienes/sinsabores del Brexit, necesitan de otro liderazgo político, porque no va bien. Además, la incertidumbre se apodera por unos meses más de Gran Bretaña y también se abre una posible brecha en el apoyo aliado a Ucrania, pues Boris (tan carismático) es firme partidario de ayudar a Ucrania (el Reino Unido es la segunda potencia en prestar ayuda y asistencia militar a una Ucrania contra Rusia) y no sabemos quién le va a sustituir ni si necesitará estar en ese frente oriental tan directamente. Como nota curiosa, la bolsa de Londres cerró el jueves 7 de julio subiendo. Es decir, sabían los mercados que Boris acabaría dimitiendo. Tal vez lo haya hecho antes de lo esperado. Cabe también interpretar que vivimos en un mundo global, donde los asuntos internos de un país, como la dimisión de Boris Johnson, puede que no impacten tanto en el gran océano de incertidumbre que es el mundo en 2022.

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