Editorial

La imposible colonización (definitiva) del hastío

Editorial · Fernando de Haro
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13 octubre 2020
Instagram, propiedad de Facebook desde 2012, ha cumplido diez años en el momento en el que arrecian las críticas a los gigantes de internet y de las redes sociales, al llamado capitalismo de vigilancia. El informe de la Subcomisión Antitrust de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, después de estudiar más de un millón de documentos y de celebrar algunas audiencias, ha concluido que Facebook, Google, Amazon y Apple actúan como monopolios, con poco o ningún respeto a la privacidad. Especialmente dramáticas han sido algunas de las intervenciones que han señalado la debilidad de los medios de comunicación tradicionales, dependientes ya de la “granja industrial de Facebook”. El informe pierde fuerza porque no ha sido ratificado por los republicanos, pero en cualquier caso aporta material interesante.

Instagram, propiedad de Facebook desde 2012, ha cumplido diez años en el momento en el que arrecian las críticas a los gigantes de internet y de las redes sociales, al llamado capitalismo de vigilancia. El informe de la Subcomisión Antitrust de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, después de estudiar más de un millón de documentos y de celebrar algunas audiencias, ha concluido que Facebook, Google, Amazon y Apple actúan como monopolios, con poco o ningún respeto a la privacidad. Especialmente dramáticas han sido algunas de las intervenciones que han señalado la debilidad de los medios de comunicación tradicionales, dependientes ya de la “granja industrial de Facebook”. El informe pierde fuerza porque no ha sido ratificado por los republicanos, pero en cualquier caso aporta material interesante.

Para los que no podemos adentrarnos en las complejidades de cómo actúan las empresas de Silicon Valley, The Social Dilemma, el documental de Jeff Orlowski, es muy útil. Entendemos mejor con este trabajo cómo “monetizan” (es decir ganan toneladas y toneladas de dinero) e influyen en las conductas personales y sociales

El caso de Cambridge Analytica en 2018 nos abrió los ojos. Entendimos que los algoritmos de la Inteligencia Artificial se utilizan para explotar la psicología de muchos. En aquel escándalo se procesaron datos de 50 millones de usuarios de Facebook para influir, quizás la palabra más precisa sea manipular, a los votantes de las elecciones presidenciales en 2016. “En lugar de estar en la plaza pública, decir lo que piensas y luego dejar que la gente venga y te escuche, estás susurrando en los oídos de todos y cada uno de los votantes. Y puedes susurrar una cosa a uno y otra a otro”, explica Christopher Wylie, uno de los creadores de la empresa británica, en su libro Mindf*ck.

Pero ahora hemos ido más allá. No se trata de que una consultora, un bando político, haga campaña por un candidato o por una causa con los datos de las redes sociales. Lo interesante de The Social Dilemma es que detalla cómo las propias redes pueden generar, y de hecho en muchos casos lo hacen, lo que Tristan Harris, exdirectivo de Google, llama una modificación existencial. Junto a Harris, muchas voces de personas que tuvieron altas responsabilidades en las grandes compañías de internet y de redes sociales denuncian que la adicción y la violación de la privacidad no son errores o abusos, forman parte del sistema. Sabíamos que cuando en internet algo es gratis es porque nosotros, nuestro tiempo, es el producto. Pero en el documental Jaron Lanier relata, con eficacia, que el producto, en realidad, es un cambio ligero e imperceptible del comportamiento y del usuario. Con el objetivo de hacerlo más dependiente, más necesitado de las aprobaciones a través de los “like”, más intervenido en su modo de mirar al mundo y a sí mismo. Jaron Lanier ya había denunciado este mecanismo en su libro Diez razones para borrar tus redes sociales de inmediato.

Sin mencionarlo explícitamente, los muchos exdirectivos que aparecen en The Social Dilemma denuncian que se produce una colonización de nuestro tiempo, del hastío. Hasta ahora lo que nos preocupaba era cómo estas grandes compañías recogían nuestros datos y violaban nuestra intimidad. Pero quizás la expresión capitalismo de vigilancia se ha quedado antigua. En realidad, no hay nadie, en el sentido tradicional, vigilándonos. La minería de datos es solo una herramienta para el objetivo final. La batalla se libra en la psicología conductual, a la que estas empresas dedican muchos recursos. Se trata de conocerla bien, para determinarla. Esto se hace a través de potentísimos sistemas de Inteligencia Artificial que aprenden por sí solos. Sistemas que, creativamente, con todos los datos de que disponen, generan contenidos adictivos para que el tiempo de conexión se amplíe. Reclamados por una alerta, agarramos el teléfono móvil, hacemos un comentario en un grupo de WhatsApp, nos enganchamos a un video que You Tube nos sugiere y así de un reclamo a otro. 20 minutos después no nos acordamos de para qué habíamos tocado la pantalla.

Capítulo aparte merece el hecho de que las redes sociales se conviertan en la única fuente de (des)información. Los entrevistados en el documental sostienen que no hay un plan previo para orientar las noticias en una u otra dirección. Simplemente se trata, también aquí, de colonizar el tiempo y el deseo. Y eso suele obtenerse mejor creando emociones negativas en grupos cerrados que alimentan prejuicios. La universalidad de las relaciones queda así destruida.

Es llamativo cómo acaba The Social Dilemma, con recomendaciones de conducta. Los entrevistados parecen no haber comprendido la naturaleza del hastío que sus colegas colonizan. Es en ese hastío donde está toda la fuerza de resistencia al capitalismo de vigilancia. Lo que ningún algoritmo puede evitar es que, tras media hora, tras un día, tras un año de uso adictivo, aparezca el aburrimiento. Nuestros cerebros tienen detrás, dentro, una forma de sentir a la que le resultan insuficientes hasta los mejores estímulos. Es esa insuficiencia la que genera libertad. La razón, por muy dañada que esté, siempre es razón y funciona.

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