La ignorancia norteamericana y el fracaso de Obama

Mundo · Riro Maniscalco
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27 junio 2014
Pregunta: “¿Cree que el presidente Obama ha explicado con claridad cuáles son los objetivos de Estados Unidos en Iraq?”. Respuesta: “Sí, 23%. No, 67%”. Mientras las fuerzas del Isis (Estado Islámico de Iraq y Siria) se hacen con el control de la frontera oeste, la de Siria y Jordania, Norteamérica sufre dolores de estómago. Más de diez años de guerra y miles de vidas perdidas, ¿para qué?

Pregunta: “¿Cree que el presidente Obama ha explicado con claridad cuáles son los objetivos de Estados Unidos en Iraq?”. Respuesta: “Sí, 23%. No, 67%”. Mientras las fuerzas del Isis (Estado Islámico de Iraq y Siria) se hacen con el control de la frontera oeste, la de Siria y Jordania, Norteamérica sufre dolores de estómago. Más de diez años de guerra y miles de vidas perdidas, ¿para qué?

Esta amarga pregunta dicta el tono de la respuesta en una encuesta realizada en todo el país y publicada por el New York Times. Los americanos a duras penas saben en qué parte del mundo está Iraq. La geografía nunca ha sido uno de los puntos fuertes de nuestra educación escolar. Por lo que sabemos por aquí, “allí” todos son musulmanes, muchos de ellos malvados, sobre todo en relación a los americanos, y basta. No hay ni chiítas ni sunitas. Estaba Saddam, un dictador cruel, y ahora que ya no está se derrama aún más sangre que antes. Lo mismo sucede con respecto a Libia, Egipto, pero sobre todo en Iraq. Aquella tierra que siempre se ve árida y pedregosa se ha bebido la sangre, el corazón y el cerebro de gran parte de sus jóvenes para generar solo violencia.

Hasta aquí lo que América ve y entiende. Una visión muy simplificada y ciertamente simplista de un contexto mucho más complejo, pero en el fondo, en el fondo, una fotografía que recoge los elementos esenciales de la situación. Somos conscientes de que sabemos poco, pero precisamente por ello hace falta que alguien nos entienda a nosotros. En los momentos de confusión se dirigen a nuestro presidente, se reúnen en torno a él porque el presidente de EE.UU es una guía firme, el faro que iluminará incluso la noche más oscura y que indicará el camino seguro.

Not this time, esta vez no. Esta vez el 67% de los americanos se pregunta qué –si es que hay algo– es lo que el presidente tiene en mente con respecto a la situación en Iraq. La promesa de apartar a las tropas de los desiertos árabes se ha mantenido, ¿pero hemos sacrificado todo lo que hemos sacrificado inútilmente? El pueblo americano ha empleado sangre, sudor y lágrimas, pero quien nos guía debe saber adónde nos está llevando. Obama no lo sabe, tiene poco que decir. No lo dice “con claridad” porque –hablemos con claridad– no sabe por dónde tirar. Llegan trágicas noticias de aquel rincón del mundo, vuelve una y otra vez el caso Bergdhal, pero da la sensación de que los movimientos de Obama son inciertos.

Si el “pecado original” de la invasión de Iraq es de la administración Bush –una mezcla de “buenas intenciones”, cerrazón ideológica, ignorante presunción y rapidez– la respuesta de Obama y Hillary Clinton, buscando el objetivo contrario, es decir, la retirada militar, ha mostrado las mismas debilidades. La “debilidad” se ha convertido en el factor dominante de la presencia-ausencia norteamericana. ¿Qué debilidad? Ante todo, una inaceptable falta de conciencia y comprensión hacia el mundo árabe.

No entender que no se pueden aplicar mecánicamente las propias categorías a otro pueblo que tiene una historia distinta, una tradición, una cultura, una sensibilidad distintas, es un error tan infantil como tráfico. No comprender que decir “democracia”, “libertad”, o simplemente “yo soy bueno y quiero el bien para ti”, no significa lo mismo aquí que en otra parte del mundo es un error imperdonable.

San Pablo, con la inteligencia de la fe, si hubiera sido secretario de Estado, habría encontrado el modo de hacerse “iraquí con los iraquíes”, porque no hay otra forma, no hay otro camino. Será largo, interminable, pero es el único. Una cosa es conseguir el consenso de una nación (la propia) sobre temas como el matrimonio homosexual y la atención sanitaria, un consenso “al nivel del pensamiento” (en la práctica la Obamacare ya es un fracaso tragicómico y el matrimonio gay, una farsa de la pretensión de autodeterminación); otra cosa es ser constructores de paz. Obama tiene un premio Nobel de la Paz en su mesilla de noche que le regalaron los europeos. Hillary no lo tiene, pero le gustaría volver a intentar convertirse en presidenta del país. Con estatuilla o sin ella, ninguno de ellos es constructor de paz. Es mucho más difícil ser constructores de paz que estar en contra de la guerra.

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