La Iglesia no necesita un partido de zelotes

España · Massimo Borghesi
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8 octubre 2014
El filósofo italiano Massimo Borghesi entra en www.paginasdigital.es en el debate que ha provocado la retirada del proyecto de reforma de la legislación del aborto que había impulsado el ex ministro Gallardón.

El filósofo italiano Massimo Borghesi entra en www.paginasdigital.es en el debate que ha provocado la retirada del proyecto de reforma de la legislación del aborto que había impulsado el ex ministro Gallardón.

Las declaraciones del presidente español, Mariano Rajoy, sobre la retirada del proyecto de reforma de la ley del aborto han suscitado en el mundo católico español un encendido debate. Las promesas del ministro de Justicia Alberto Ruiz Gallardón, que se esforzó mucho en rediseñar en sentido restrictivo la ley precedente del gobierno Zapatero, una de las más “liberales” de Europa, no ha obtenido el resultado esperado y el ministro, con gran dignidad, ha dimitido del gobierno, asumiendo toda la responsabilidad. Si algo se puede reprochar al gobierno es haber propugnado una reforma radical, en sentido restrictivo, allí donde sin lugar a dudas hubiera sido mejor privilegiar, en un terreno tan sensible, una política de pequeños pasos.

El fracaso del proyecto ha generado una modificación: la exigencia obligatoria del consenso de los padres en caso de que la hija menor decida abortar, un consenso que no exigía la ley de Zapatero. Por tanto, empeñarse en una solución maximalista no ha sido una óptima idea. No antes de un plan de asistencia y protección a la familia que solo ahora el gobierno de Rajoy se decide a poner en marcha.

En todo caso, el giro del Partido Popular ha suscitado, como era previsible, la reacción de parte del mundo católico español, decepcionado por las promesas no mantenidas, por la “traición” del gobierno. En consecuencia, ciertos sectores de este ámbito están auspiciando la creación de un “partido católico”, diferente de un Partido Popular demasiado laico y comprometido con el poder, capaz de llevar adelante los valores cristianos contra el laicismo imperante.

Esta idea ha sido significativamente criticada por Benigno Blanco, presidente del Foro de la familia, que no ha sido precisamente condescendiente con la decisión de Rajoy. Blanco comprende bien que un partido “católico” no llevaría más que a una fuerza política con porcentajes de apoyo mínimos, sin influencia en el panorama político. Un partido fuertemente polarizado en torno a ciertos valores, carente de un programa social complejo, recordaría en cierto modo al Tea Party americano. En España sería inevitable que un partido así no hiciera recordar el pasado franquista, un modelo clerical, de derecha. Con un resultado de no resultar nada útil a la Iglesia, y sí al frente laico-socialista al que trataría de combatir. De hecho, ese frente encontraría un buen campo de juego, cada vez que aparecieran en el orden del día las batallas “éticas”, para sacar a relucir el espantapájaros clerical, el temor del retorno al pasado, el peligro del avance de la derecha. Un partido “católico” es el mayor regalo que, en este momento, se le puede hacer al frente socialista, que desde siempre ha certificado en España una posición laicista. Serviría para volver a legitimar esa ideología radical burguesa que, tras el fracaso de los años de Zapatero y del modelo económico de crecimiento, se encuentra en unas condiciones de gran desorientación.

Un partido católico no haría avanzar ni un milímetro los valores cristianos en la sede legislativa y, por el contrario, procuraría oxígeno nuevo para las fuerzas laicistas. Volvería al terreno de juego, más caliente que nunca, la dialéctica entre clericales y anticlericales que, de un siglo a esta parte, bloquea la vida política y civil española. Un enfrentamiento abierto que llevaría a la Iglesia al a primera línea, más expuesta de lo que está ahora.

En Italia este peligro se conjuró después de la caída del fascismo, y su temporalismo eclesiástico, con la Democracia Cristiana de Alcide de Gasperi, apoyado en el Vaticano por Mons. Montini. De Gasperi y Montini no querían en Italia un partido “católico”, clerical, que habría dividido al país entre católicos y anti-católicos, sino un partido demócrata-cristiano, nacional, abierto a la colaboración con todos. Un partido de la mediación y no del enfrentamiento, y como tal capaz de mantener unido el escenario social y de defender la libertad frente al partido comunista más fuerte de Occidente. En España, desgraciadamente, ha faltado una democracia cristiana. Ha faltado un partido que mediase entre la Iglesia y la esfera de la política, que atenuara el enfrentamiento y permitiera la formación de un laicado católico capaz de asumir las responsabilidades del gobierno. De ahí la dialéctica entre clericales y anti-clericales, carente de puntos de encuentro, el enfrentamiento entre derecha e izquierda, entre quien sigue mirando al pasado y el progresismo más vacuo.

Por eso las actuales críticas al Partido Popular no se justifican. Aunque el PP no es la DC, recuerdan sin embargo a las de muchos católicos italianos a la DC durante el referéndum sobre el divorcio en 1974 y sobre el aborto en 1981. Son críticas ingeniosas, poco realistas y, sobre todo, sin alternativa en el ámbito político. En el juego democrático hoy se pierde y mañana, si cambian las condiciones, se puede vencer. Pero los católicos no deberían olvidar dos cosas. La primera: que no es sabio forzar demasiado un escenario jurídico que goza de gran consenso social. En este caso, lo óptimo es enemigo del bien. La segunda es que la batalla por los valores fundamentales no puede descuidar el dato de una secularización que los ha hecho difícilmente reconocibles. Los cristianos deben entonces promover un trabajo educativo que no puede prescindir de lo que el Papa Francisco afirma en la Evangelii gaudium,  de eso que “primerea”, que viene antes: el encuentro con el acontecimiento cristiano. El mundo actual no sabe nada de Cristo. Por eso, solo un testimonio cristiano, humanamente auténtico, puede introducir a los hombres en el descubrimiento de valores que, sin la gracia, aparecen hoy como metas inalcanzables, puntos de fuga de una vida que debe repudiar, de todos modos, el dolor y la idea de la muerte. Sobre esto la Iglesia está llamada a ponerse en juego en primera persona, en el terreno de un “encuentro” de la presencia cristiana, que se dirige a todos, más allá de las barreras de derecha o izquierda. La propuesta cristiana, cuando se ve confortada por auténticos testigos, va más allá de las divisiones históricas que marcan a España desde el siglo XX. A los laicos cristianos implicados en la esfera pública, y no a la Iglesia en cuanto tal, le tocará por tanto declinar los valores humanos, madurados en la experiencia comunitaria de la fe, en la escena política.

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