La huelga general y la insuficiente rebelión liberal

La reforma laboral aprobada por decreto en junio no ha sufrido casi variaciones en la convalidación del Congreso. El Grupo Socialista ha levantado las enmiendas que aprobó la oposición en el Senado. Y al final el cambio se limita prácticamente a la extensión del contrato del fomento de empleo que generaliza el despido de 33 días por año trabajado. Se abarata el despido y no se tocan las cuestiones esenciales. Como ha señalado el catedrático de Derecho Laboral Federico Durán, no se modifica la estructura de la negociación colectiva, que está asfixiando a miles de empresas, no se apuesta por la flexibilidad interna y, además, se permite la sindicalización de las pequeñas compañías.
UGT y CCOO llaman a una huelga tras una reforma que deja intactos sus poderes, heredados de un período ya superado. Los sindicatos, que tan importante papel jugaron en el XIX, se convirtieron en un lastre para muchas economías durante el siglo XX. Un ejemplo claro ha sido Gran Bretaña. Para recuperar productividad los británicos han tenido que ir reduciendo su influencia. Y no fue sólo una tarea que asumiera "el demonio liberal" de la Thatcher. Blair también se enfrentó a las centrales que se opusieron a que el nuevo laborismo adelgazara el Estado y aumentara el peso de la sociedad.
En una España con 4.600.000 parados los sindicatos se la juegan quizás como no se la han jugado hasta ahora. En los últimos años, y especialmente desde la crisis, están desmoronándose muchos dogmas acuñados en el inicio de la democracia. Uno de ellos es el dogma sindical que los definía como convenientes y útiles. Crece el malestar entre los autónomos, los desempleados y los pequeños empresarios hacia la burocracia sindical, que sólo se defiende a sí misma y a un pequeño grupo de trabajadores cada vez más minoritario. Esperanza Aguirre, que tiene un gran olfato político, ha querido aprovechar esa profunda incomodidad anunciando la reducción de los liberados sindicales en la Comunidad de Madrid. Ya veremos si las leyes se lo permiten. Según un informe de la CEOE del pasado mes de marzo, en España hay más de 4.000 liberados sindicales que le cuestan a las empresas 250 millones de euros al año. Hay quien considera la estimación baja.
El rechazo del estatalismo sindical, con una crisis demasiado larga, será quizás el origen de un cambio de conciencia que nos haga caer en la cuenta del déficit de libertad económica que sufre España. El Índice de Libertad Económica de la Fundación Heritage, el informe Doing Business del Banco Mundial, el Índice de Competititvidad Global del Foro Económico Mundial y el Índice de Libertad Económica del Instituto Fraser y Cato han denunciado en los últimos tiempos que en nuestro país la libertad para crear obras está en retroceso.
Pero el despertar de cierta conciencia contraria y crítica con el estatalismo no es suficiente. Puede alimentar el sueño de que la solución está en cierto liberalismo que ya se ha revelado nocivo. La crisis iniciada con las hipotecas subprime, como la del 29, son consecuencia, en el fondo, de una cierta visión del hombre y de la economía que ha fracasado. Desde el siglo XVII domina una concepción que nos considera a todos necesariamente egoístas. Y, sin embargo, capaces de alcanzar la racionalidad económica si buscamos el máximo beneficio. Se interpreta de cierto modo a Adam Smith para argumentar que "una mano invisible" convierte el egoísmo de cada individuo en un sistema económico que se mantiene en un equilibrio perfecto. La antropología negativa se convierte en algo positivo, basta seguir el interés individual para construir la vida común.
Los resultados están a la vista. El Estado del Bienestar, ahora en crisis, no ha tocado el corazón de esta concepción. La huelga general se convoca cuando España alcanza una tasa récord de paro. La respuesta no puede ser sólo más mercado. Algo hemos aprendido tras la quiebra de Lehman Brothers. Y mucho tenemos que aprender si queremos construir una economía realista, que tenga en cuenta cómo estamos realmente hechos. No somos seres aislados dominados por el interés, estamos siempre en relación, nos mueve el deseo de justicia, de verdad y de belleza. La respuesta a la crisis no es más mercado, sino más sociedad. Una Big Society como la que está defendiendo Cameron en el Reino Unido.