La hora de una sociedad poco extremada
Sánchez, el líder del PSOE, diseñó a mitad del mes de febrero una estrategia para ganar las elecciones y el plan se ha cumplido con la precisión de las viejas ciencias exactas. De hecho, hay mucho de matemática aplicada a ley electoral en lo que ha sucedido este domingo en España. Los socialistas calcularon que el momento de crisis de la izquierda de Podemos, la división de la derecha, el miedo a la aparición de Vox y la buena imagen proporcionada por “las medidas sociales”, tomadas desde el Gobierno, le permitirían obtener una victoria suficiente. Y así ha sido. La recuperación de poco más de un seis por ciento de votos le ha permitido a Sánchez pasar de 85 a 123 diputados. En este momento puede elegir entre gobernar con Ciudadanos o con Podemos y el independentismo catalán. Y también, y esto es lo más probable, gobernar en solitario con una geometría variable.
La izquierda (PSOE y Podemos) en la práctica está prácticamente empatada, con un 43,01 por ciento de los votos, con la derecha (PP, Ciudadanos y Vox) que tiene el 42,7 por ciento. Pero la aparición de Vox, por el sistema electoral que es más mayoritario que proporcional en las provincias pequeñas, ha provocado que los 2.700.000 votos de la nueva formación solo se traduzcan en 24 diputados. El miedo a Vox ha movilizado a la izquierda y muchos de sus votos le han restado al PP sin haber obtenido escaños. A eso hay que sumar la sombra de un fin de ciclo de los populares (asociados a la corrupción) y una campaña de su nuevo líder, Pablo Casado, demasiado separada del centro sociológico donde se ganan las elecciones en España. El PP comienza una larga travesía del desierto de incierto futuro. Sí ha jugado en el centro Ciudadanos y eso, y el posible valor-bisagra para moderar a Sánchez, ha permitido al partido de Albert Rivera robarle votos al PP y subir con fuerza.
Si nos olvidáramos de los últimos diez meses, los resultados electorales en España no tendrían por qué ser especialmente preocupantes. El PSOE, un partido socialdemócrata de corte clásico, toma el relevo del PP, sirve de contención y recupera votos del populismo de izquierda (Podemos). El populismo de derechas, Vox, obtiene un resultado lejos de las grandes expectativas que se habían creado en torno a él y entra en el Congreso de los Diputados con el estigma de haber facilitado el Gobierno de Sánchez. El partido bisagra, Ciudadanos, emerge con fuerza. Eso sí, con tanta fuerza que hace posible una grave crisis del PP. Pero esta descripción tiene algo de espejismo porque el radicalismo está en los partidos nacionalistas-independentistas. La alta participación, especialmente en Cataluña, se debe a una movilización de un independentismo que demuestra capacidad para superar su propio techo. Sube más de un punto porcentual, lo que significa un importante ascenso. ERC, el partido de los políticos presos que están siendo juzgados en el Tribunal Supremo, se convierte en una fuerza decisiva en el próximo Parlamento. Va a estar asociada a Bildu (el partido de la antigua ETA), también independentista, que duplica su representación. La presión para que Sánchez busque una “solución política” a las demandas de secesión de Cataluña va a ser creciente.
Sánchez puede elegir entre apoyarse en Ciudadanos o en la izquierda populista y el independentismo. En la noche electoral dio señales, cuando corrigió a sus fieles que le pedían que no gobernara con Ciudadanos, de preferir esta opción. Hasta ahora Sánchez se ha parecido más a Zapatero que a González. En los últimos diez meses ha coqueteado con el independentismo y ha hecho una política económica irresponsable. La incógnita es qué va a hacer ahora. Podría ahora parecerse más a González que a Zapatero. En cuestiones sociales no hay duda: habrá ley de eutanasia, radicalismo de nuevos derechos y una reforma educativa estatalista (en esto Ciudadanos puede moderarle). La agenda social tradicional en España está definitivamente perdida. Pero Sánchez no tendría que hacer necesariamente una política económica desastrosa ni hacer cesiones desordenadas al secesionismo. Otra cosa es que personalmente le pueda la demagogia. El papel de Ciudadanos es decisivo. Sería irresponsable que el partido de Rivera no ejerciera, por el cortoplacismo de sustituir al PP, el papel de moderador que le han asignado los electores.
Con este resultado electoral no tendría por qué aumentar necesariamente la polarización política que ha marcado los últimos meses la vida española. Salvo en Cataluña, una inmensa mayoría de electores se han decantado por fórmulas relacionadas con el centro, dentro del marco constitucional y plenamente europeístas. Por eso, como siempre y más que nunca, es la hora de la sociedad civil. Es la hora de reclamar que la política de los partidos y del Gobierno se mueva en el espacio en el que se han movido la mayoría de los votantes: una moderación que, en principio, puede favorecer la amistad social, el diálogo, el trabajo por las grandes reformas. Es la hora de exigir a los políticos que trabajen en una reforma educativa que responda a las necesidades reales y no a esquemas ideológicos, que se empleen a fondo en una modificación del sistema productivo y económico que no se limite a aumentar el gasto corriente. Solo desde abajo se puede empujar para lograr este sesgo y no más enfrentamiento inútil.