Crisis en el PP

La hora de la antropología, la del poder

España · Fernando de Haro
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3 noviembre 2009
Al PP le ha llegado la hora de la antropología. Puede sonar grandilocuente. Pero la crisis cíclica del centro-derecha español no se puede entender sin tener en cuenta los datos elementales de la experiencia humana, las leyes casi físicas que la rigen. Es inútil y frustrante hacer llamamientos a favor de la unidad y de la moralidad que debe tener la oposición. Las buenas intenciones sólo producen frustración. Son impotentes frente a la capacidad de arrastre de la lujuria, el poder y el dinero. En este caso estamos hablando casi exclusivamente de poder. El dinero y la lujuria quizás sirvieran para suavizar la cuestión. Este martes el Comité Ejecutivo del PP ha sancionado cierto orden en el partido, tras la batalla desatada en Madrid por la Caja y las insumisiones en Valencia. La legislatura avanza y para fraguar una alternativa real es necesario que no haya más espectáculos como los que ha dado el PP desde que Zapatero ganara las elecciones en 2008. Es decisivo que la crisis esta vez no se cierre en falso. Y no es fácil.

Camps es presidente valenciano porque ha ganado con mayoría absoluta en repetidas ocasiones y lo mismo se puede decir de Esperanza Aguirre y de Alberto Ruiz Gallardón. Rajoy no ha ganado nada todavía. La estructura territorial del poder les hace concebirse más legitimados que el resto para comportarse del modo en que lo hacen. ¿Por qué habrían de ser disciplinados? ¿Por qué habrían de tener más en cuenta el bien común que su propia ambición? En esta situación Alberto Ruiz Gallardón está dispuesto a escuchar los cantos de sirena del Grupo Prisa y someterse a su agenda financiera. Y Esperanza Aguirre está dispuesta a escuchar a malos consejeros, sin darse cuenta de que se precipita en el abismo. La crisis volverá a reproducirse si no hay algo que pueda contrarrestar la disgregación que genera la ambición del poder. ¿Qué puede compensar esa fuerza?

Algunos reclaman un liderazgo fuerte, no es suficiente. Aquí es donde entra la antropología. ¿Qué es más fuerte que el poder? Sólo más poder. ¿Y qué tiene más poder de atracción que el poder mismo? El ideal. El ideal está hecho, en cierto modo,  del mismo material que el poder. Tiene la misma capacidad de arrastrar el corazón, juega en el mismo terreno, el de las cosas concretas y no en el de las abstracciones de ciertos reclamos éticos. Es capaz de construir historia.

Lo sucedido en Europa tras la Segunda Mundial o la caída del Muro de Berlín que recordamos estos días no se explica sin la fuerza de atracción del ideal. Cuando no está presente, las bajas pasiones dominan el escenario. El ideal en este caso se concreta en fraguar una alternativa que ilusione, que ordene. Como hicieron González y Aznar en su momento. El PP no puede mantenerse unido sin eso que ahora se llama una agenda propia. Agenda económica y agenda social. Y para eso hay que arriesgar, precisar. No basta jugar sólo al desgaste. Hay que concretar, por ejemplo, cómo sería el nuevo contrato para el fomento del empleo, cómo se reduciría el gasto público, cómo se reformaría el mercado de la vivienda, propuestas y más propuestas. El ideal para ser verdadero tiene que estar hecho de cifras y de políticas realizables.

Las Comunidades Autónomas en las que gobiernan los populares pueden dejar de ser un elemento de disgregación y convertirse en una herramienta de oposición efectiva. Sería muy eficaz que en todas ellas se aplicaran las medidas liberalizadoras que ha puesto en marcha Esperanza Aguirre en Madrid. Como sería muy eficaz, para dar forma a una alternativa real, que todas las Comunidades Autónomas del PP aprobaran una ley como la que ha sacado adelante el Gobierno de Valencia para defender la vida. Pesan demasiado en el PP los consejos de algunos sociólogos que parecen tenerle miedo al poder, al poder del ideal.

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