La guerra y su antídoto
No dejan de bombardearnos inquietantes noticias. Sobre hechos que quizá luego resulta que nunca han sucedido, pero esto ahora es secundario, pues entretanto consiguen el efecto buscado. Son noticias que insinúan la idea de una conspiración creciente, de una próxima guerra. Nos suscitan sentimientos de inquietud, inseguridad, depresión, confusión, falta de perspectivas. Impotencia. Sentimientos todos ellos que generan en nosotros un ardiente deseo de certeza.
Que aquello que nos inquieta no nos ataque por todos lados sino solo por uno, o como mucho por tres, de modo que al menos nuestras espaldas queden cubiertas. Porque detrás tenemos algo que defender, que al menos por allí no nos lleguen los golpes. Así nos obligan a “alinearnos”. A sentirnos miembros de un grupo determinado que se contrapone a otro grupo. Poco importa el fundamento sobre el que se construya, lo que importa es que ese es tu bando, el que te cubre las espaldas y te da seguridad. Y también te dice, claro está, dónde está el enemigo.
El enemigo lo tenemos delante. Y eso es muy cómodo porque así la amenaza viene por un solo lado. Está claro a quién hay que atacar para que todo siga como antes, para que vuelva la certeza. Para que la depresión se esfume. Tú eres tus convicciones. O, mejor dicho, no las tuyas sino las del grupo con el que te has alineado. En ese punto estás dispuesto a morir y a sacrificarte, con tal de que un día todo vuelva a ser como antes. Tal vez no por ti. Pero como tú eres tu colectivo, también será por ti.
La cuestión es que durante demasiado tiempo, durante miles de años, esta ha sido la verdad. O casi la verdad. Por eso cedemos tan fácilmente a esta manipulación banal: basta identificar a los amigos y enemigos, y la confusión acabará. Con el resto nos podemos apañar siempre y cuando combatamos al enemigo.
Sin embargo, no todos ceden a las manipulaciones. Y en aquellos que no ceden, todos los sentimientos enumerados antes se agudizan, sobre todo la sensación de impotencia. Porque es evidente que yo solo no puedo hacer nada. De hecho, ¿qué puedo hacer en medio de gente dispuesta a ir a la guerra, gente que ha hecho suya una retórica que deshumaniza a la otra parte, que ya no percibe al otro bando como un opositor sino que lo ve como un estúpido obstáculos a sus nobles objetivos? Ellos son la fuerza, es imposible abatirlos. Ellos no piensan a partir de toda una serie de problemas; ellos tienen las respuestas, y esas respuestas no pueden ser puestas en duda. Porque si dudáramos, volveríamos a estar con las espaldas a descubierto. Es una situación terrible. Pero es todavía peor reconocer que no combatirán por sí mismos, sencillamente serán utilizados por gente que tiene unos objetivos totalmente distintos. Por eso, cada “yo” puede detener la guerra dentro de sí. De hecho, la guerra no comienza un día, una hora, un minuto preciso. La guerra germina en miles de puntos invisibles. La guerra se nutre de cualquier discordia, incluso del pensamiento de la discordia.
Por esta razón, mantener una actitud atenta y respetuosa, nunca de desprecio, hacia nuestro adversario ya significa luchar contra la guerra. No avanzar a empujones, sino ceder el paso al entrar y salir del autobús o del vagón de metro, significa luchar contra la guerra. Sonreír a una tendera de etnia “sospechosa” ante la mirada de cualquier nacionalista significa luchar contra la guerra.
Estos pequeños gestos cambiarán el mundo que nos rodea. Si intentamos no ser altivos y desdeñosos con el prójimo, huir de la tentación de objetivarlo y considerarlo miembro de un grupo determinado, portador de cierto discurso, en vez de una persona con un rostro, un destino y una historia, con miedos, esperanzas e ideas, esa será nuestra victoria personal sobre la guerra.
La victoria sobre la guerra se alberga en miles de pequeñas llamas. Llamas que pueden parecer invisibles a algunos que intentan oponerse a la victoria de la guerra dentro de su ánimo. Pero eso no significa que estén solos. De hecho, he escrito estas líneas solo para decir a quien viva deseoso de vencer esta guerra en su interior que no está solo…