La guerra no es la suspensión de la ética

La oportunidad de publicar estos ensayos en español ha llegado con la extendida creencia de que una guerra en Europa no es una mera hipótesis. Quedan atrás ocho décadas desde el final de la Segunda Guerra Mundial en los que no hubo ningún conflicto, si exceptuamos los sucedidos en la antigua Yugoslavia en la década de 1990. Estos pertenecían a la categoría de conflictos en el interior de los Estados, pero las amenazas actuales son de un alcance mayor.
En la Europa de 2025 caben dos actitudes: un rechazo a la guerra con una potencia a la que se temería por su capacidad de represalia nuclear o la llamada al rearme de la UE tras las dudas de la solidez de la OTAN tras la llegada de una nueva Administración Trump. Estas dos actitudes pretenden dar una sensación de firmeza en sus posicionamientos, pero no tienen en cuenta que la capacidad nuclear puede no utilizarse en una guerra como fueron los casos de los norteamericanos en Vietnam o de los soviéticos en Afganistán, y que el rearme de la UE, con independencia de las diversas percepciones de sus miembros, no equivaldrá a una total autonomía respecto a Estados Unidos.
En cualquier caso, el futuro no está determinado. Los seres humanos no son fuerzas ciegas desencadenadas. Por eso, es conveniente la reflexión y la lectura de autores que vivieron en una época en la que las guerras no habían alcanzado aún los efectos tan devastadores como las de ahora, pero eran capaces de intuir que el progreso material no significaría el fin de los conflictos. Algunos ensayos de este libro son una llamada a construir la paz. Tal es el caso de Después de la guerra, ¿qué? del economista Irving Fisher (1867-1947), que no creía en esa ilusión liberal de que el comercio acabaría con las guerras y especulaba sobre una federación de naciones europeas que hiciera posible la paz en el Viejo Continente.
El filósofo William James (1842-1910) criticaba en El equivalente moral de la guerra tanto el militarismo desenfrenado como el antimilitarismo utópico. James rechazaba el miedo como causa para matar a otros seres humanos porque el miedo es algo irracional y, en cambio, valoraba la permanencia de las virtudes castrenses como el orden y la disciplina. Otro filósofo anterior a James, el prestigioso Ralph Waldo Emerson (1803-1882), en su ensayo Guerra tampoco gustaba de los héroes guerreros, tan abundantes a lo largo de la historia. Prefería a los que él llamaba “hombres de principios”, los que cultivaban las virtudes cívicas, que en él encontraba en los Estados Unidos de su tiempo y que contraponía a una Europa sacudida de continuo por las guerras.
En contraste, el ensayo del capitán Smedlet Butler (1881-1940) tiene mucho de ironía amarga por parte de uno de los militares más condecorados de su país. Se titula La guerra es una estafa. Es la denuncia de la situación de un pueblo al que se han inculcado bellos ideales patrióticas, pero que luego tiene que pagar la factura material y moral de una guerra que ha sido victoriosa, como la Primera Guerra Mundial. Butler considera que una medalla es un premio de bajo coste para un militar.
No menos crítico es el ensayo del profesor y político Augustine Jones (1835-1925), un intelectual que en La guerra es innecesaria y anticristiana denuncia el contraste entre la guerra y los principios cristianos a los que muchos dicen adherirse. Un cuáquero como Jones, cuyas ideas defienden la paz, afirma que hay que elegir entre ser verdaderamente cristiano o ser pagano en la práctica. Por su parte, el intelectual Randolph Bourne (1886-1918) en La guerra es la salud del Estado denuncia la simplista consideración de identificar como un único todo al Estado, la nación y el gobierno. En cambio, Bourne subraya la idea de país, relativa a los aspectos no políticos de un pueblo: sus formas de vida, sus rasgos personales, su literatura y arte, sus actitudes características ante la vida… Sin embargo, eso no importa a aquellos “patriotas” que han perdido la capacidad de distinguir entre Estado, nación y gobierno.
De la cuidada e interesante selección de David Cerdá no puedo dejar de expresar mi preferencia por el histórico discurso del presidente Lincoln en Gettysburg el 19 de noviembre de 1863, en plena guerra civil. Es un discurso en pro de la libertad y la igualdad, valores que están en el origen de la nación norteamericana. Pero, a mi juicio, es tremendamente incisivo y actual, el ensayo de Mark Twain (1835-1910) titulado La oración de la guerra. Su editor se negó a publicarlo en 1905 y en este tiempo de polarización tampoco agradaría a muchos. Es como un relato breve, como otros que escribiera el padre de la literatura norteamericana, en el que la imaginación nos traslada a un servicio religioso en el que el predicador de una iglesia adorna con tintes patrióticos y militares pasajes del Antiguo Testamento. Con todo, un viejo desconocido, de pelo blanco y rostro pálido, toma la palabra para recordar a los feligreses la incoherencia de pedir una bendición para los patriotas uniformados que implica una maldición para el prójimo, que no es el otro que el enemigo. Nadie piensa en los gritos de sus heridos o en sus hogares arrasados, en las vidas eliminadas o arruinadas. Mark Twain termina su relato con la opinión generalizada de los oyentes: “El hombre era un lunático, porque lo que decía no tenía sentido”.
Un interesante libro de ensayos que nos recuerda que la guerra no puede ser la suspensión de toda ética.
DAVID CERDÁ
Guerra. Ensayos estadounidenses
Rialp. 182 páginas. 18,0 €
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