La guerra en Libia, un regalo al califa

Mundo · Lucio Caracciolo
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24 febrero 2015
El “califa” Al-Baghdadi no podría esperar nada mejor: la invasión armada de lo que queda de Libia, dirigida por “cruzados” (italianos, franceses y otros europeos) y “apóstatas corruptos” (egipcios, árabes y africanos). El nuevo desembarco en la cuarta orilla italiana sigue siendo objeto de debate en las cancillerías europeas y en los palacios de los monarcas y juntas militares árabes, con el discreto pero insistente apoyo americano.

El “califa” Al-Baghdadi no podría esperar nada mejor: la invasión armada de lo que queda de Libia, dirigida por “cruzados” (italianos, franceses y otros europeos) y “apóstatas corruptos” (egipcios, árabes y africanos).

El nuevo desembarco en la cuarta orilla italiana sigue siendo objeto de debate en las cancillerías europeas y en los palacios de los monarcas y juntas militares árabes, con el discreto pero insistente apoyo americano. Una operación de contra-guerrilla que se desarrollaría en un territorio muy grande, mayoritariamente desértico, en una situación de total caos geopolítico, donde se enfrentan decenas de bandas y milicia de varios colores y pertenencias étnicas, locales o regionales, todas ellas armadas hasta los dientes.

Una campaña que en teoría se presenta no muy distinta de las guerras soviética o americana en Afganistán, solo que en un contexto mucho más confuso y sin los recursos de las superpotencias. Pero con la misma falta de claridad en los objetivos a seguir.

Porque, al contrario de lo que afirman sus portavoces, el Estado Islámico no está conquistando Libia. Como mucho, algunas facciones siguen masacrando sin tregua, valiéndose de la franquicia “califal” para obtener visibilidad y atraer reclutas.

En todo caso, para una expedición a ultramar lo suyo sería exhibir una bandera de la ONU, autorizada por el Consejo de Seguridad –algo que no se puede dar por descontado– para presentarla como una “operación de paz”. Pero esta vez las hojas de olivo de la ONU no podrían ocultar la naturaleza de esta guerra: no hay ninguna paz que preservar, ni siquiera en estado embrionario.

La ministra italiana de Defensa, Roberta Pinotti, ha anunciado que Roma está dispuesta a dirigir esta ansiada misión con el desplegué de un contingente de cincuenta mil hombres. Pero más que soldados hacen falta carros armados, que escasean demasiado. Lo peor es que parece que algunos gobernantes han perdido la memoria del pasado colonial italiano. Algo que sin duda no han olvidado los libios. “Lo que más deseamos es tener de nuevo a los italianos en nuestras manos”, ha tuiteado uno de los blogger más seguidos de Misurata, y no es de los más radicales. Para vengar a Omar al-Mukhtar y sus gloriosos mártires.

Cuatro años después de participar, tras una votación muy reñida, en la liquidación franco-británica de Gadafi (y de Libia), ahora corremos el riesgo de volver a bombo y platillo para tejer de nuevo la tela que ya habíamos arrancado. Para apoyar las ambiciones egipcias sobre la región Cirenaica y los intereses franceses en el Fezzan.

En vez del coronel con el que se flirteó durante cuatro décadas, esta vez se luchará con un sedicente general de ambiguas credenciales, Khalifa Heftar, apoyado por egipcios, saudíes, emiratíes y otros petromonarcas del Golfo. Quien ha sabido hábilmente liderar la “guerra al terrorismo” (sección libia), un certificado de calidad al uso de los gobiernos y opiniones públicas occidentales más desprevenidos, útil para legitimar la eliminación de sus adversarios, en este caso principalmente las milicias de Misurata y otros grupos presuntamente “islamistas”.

Puro espíritu aventurero geopolítico, que entre otras cosas significaría exponerse gratuitamente al terrorismo yihadista más de lo que ya estamos. Para poner orden en el debate público alimentado por sus propios ministros, Matteo Renzi ha advertido que “no es el momento de una solución militar”. El premier ha pedido tiempo: mejor “esperar a la ONU”, y ha señalado acertadamente que “en Libia no hay una invasión del Estado Islámico, sino que algunas milicias que luchaban allí han empezado a referirse a ello”.

Renzi ha mostrado así que no quiere caer en la trampa de la propaganda del “califa”, que se anuncia “al sur de Roma”. Si verdaderamente quisiéramos combatir al Estado Islámico, podríamos atacarlo allí donde efectivamente se encuentra, entre Siria e Iraq. Pero resulta que nuestros pilotos no están autorizados a atacar allí.

Algo hay que hacer. En primer lugar, no encender nuevos focos de guerra sin esperanza de vencerla. Luego, utilizar las palancas financieras aún disponibles para bloquear los flujos de dinero que llegan a los grupos armados, una operación que no es en absoluto imposible. En tercer lugar, atacar a los que mantienen a los milicianos, incluidos los yihadistas que hacen referencia al Estado Islámico. Entre Iraq y Siria, los americanos han bombardeado con cierto éxito refinerías y plantas controladas por el “califato”.

En Libia, la marina occidental podría fondear, antes de partir, los barcos con que los traficantes de seres humanos atraviesan el Canal de Sicilia, lucrándose a costa de miles de personas desesperada. Un bloqueo naval de facto, acompañado con operaciones de fuerzas especiales en los puertos libios, infligiría un duro golpe al más obsceno de los contrabandos. Y a la caja de los aspirantes a emular al “califa”.

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