La fuerza del nuevo califato es el cansancio de Europa

Mundo · Giuseppe Di Fazio
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26 febrero 2015
Europa se encuentra en una encrucijada. En sus ciudades (París, Copenhague) el terrorismo de matriz yihadista vuelve a hacerse sentir de manera trágica. Por otra parte, de las orillas meridionales del Mediterráneo llegan las amenazas del Isis (“ya estamos al sur de Roma”) y las imágenes de los verdugos que decapitan a sus rehenes.

Europa se encuentra en una encrucijada. En sus ciudades (París, Copenhague) el terrorismo de matriz yihadista vuelve a hacerse sentir de manera trágica. Por otra parte, de las orillas meridionales del Mediterráneo llegan las amenazas del Isis (“ya estamos al sur de Roma”) y las imágenes de los verdugos que decapitan a sus rehenes.

Algunos han llamado en causa inmediatamente a la religión como factor de la nueva oleada de odio. “Toda la culpa es de los credos religiosos que llenan en su seno el integrismo y la violencia”, ha escrito algún columnista.

Es exactamente la misma posición que adoptaron algunos después del atentado del 11 de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas, cuando afirmaban que “la devastación humana es inevitable siempre que se intenta hacer entrar al Infinito en lo finito”.

A esta interpretación, que hoy vuelve a oírse con más fuerza, ha respondido el jesuita egipcio Khalil Samir, profesor en la Universidad de Beirut. “Me sorprende –ha dicho Samir– esta idea tan difundida por Occidente de que la religión sea la causa de la violencia. Miro lo poco que conozco de la historia de nuestro tiempo; miro el nazismo, ¿era religioso? Miro el comunismo, ¿era religioso? Miro el racismo, ¿es religioso? Entonces, no entiendo cómo se puede formular la afirmación de que la religión es la causa de la violencia”.

En realidad, los que han atacado París o Copenhague, los que han matado en Siria e Iraq, son el brazo armado de un nuevo proyecto totalitario que usa al islam como bomba ideológica. Un nuevo totalitarismo con un proyecto de venganza y conquista, que trata de eliminar cualquier obstáculo que encuentre a su paso y que utiliza las ejecuciones de sus rehenes, emitidas en video por todo el mundo, como un instrumento formidable de comunicación para reclutar prosélitos.

“Con sus escalofriantes videos –ha escrito el sociólogo Salvatore Abbruzzese– el Isis espera llenar los espacios huecos de las periferias occidentales que han quedado material, cultural y espiritualmente vacíos”.

La civilización del ocio

Ciertamente, ver las imágenes de París o Copenhague, o los videos donde el Isis decapita a sus rehenes occidentales, o donde mata, quemando vivo encerrado en una jaula, a un piloto jordano, o donde asesina con un rito macabro a 21 cristianos coptos de Egipto, es como un puñetazo en el estómago.

Esas escenas nos dicen que estamos ante un nuevo totalitarismo. Desvelan la naturaleza del proyecto yihadista. “¿Cómo es posible que el mundo árabe –se preguntaba en un discurso televisado la reina Rania de Jordania– haya llegado a estos extremos?”.

Es interesante ver cuál ha sido la respuesta del islam moderado a esta violencia, sobre todo después del asesinato del piloto jordano y los 21 cristianos egipcios. En Jordania y Egipto se ha desatado un gran deseo de venganza, que se ha traducido rápidamente en acciones militares de sus respectivos gobiernos.

El imán de Al Azhar, la institución suní más prestigiosa, ha dicho abiertamente: “Hay que crucificar a estos terroristas”. Pero hay quien, dentro del islam, considera que hace falta otra lógica. Por ejemplo, Khaled Fouad Allam ha escrito que el imán de El Cairo “se sitúa verbalmente de un modo simétrico a la violencia perpetrada por el IS. (…) Caer en las imágenes y metáforas del universo del ojo por ojo no ayuda en absoluto”. E insiste: “Ideas contra ideas. Es así como la humanidad podrá progresar”.

En realidad, esta posición también muestra su debilidad, porque lleva a un debate que corre el riesgo de no incidir en la realidad. Wael Farouq, egipcio musulmán, profesor de Literatura árabe, da un paso más: “No hay un islam bueno y un islam malo. Hay musulmanes que han renunciado al uso de la razón y musulmanes que usan la razón”. Farouq distingue entre la cólera, que siempre es “una reacción ciega”, y el dolor, “que es una respuesta”. Según este intelectual egipcio, “nos enfadamos por algo abstracto, pero las personas nos duelen”. Es de esta atención a las personas de donde hay que partir.

Un bien duradero

Pueden ayudarnos unas palabras de Tony Blair después de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Decía Blair, entonces premier británico, en su discurso oficial en el congreso laborista: “Cuando una madre de mediata edad te mira a los ojos y te pregunta: ¿por qué?; os aseguro que uno no se siente la persona más poderosa del país en un momento como ese. Porque no hay respuesta. No existe una justificación para su dolor. No piden venganza. Quieren algo mejor en memoria de sus seres queridos. Creo que su recuerdo puede y debe realizarse de un modo mejor que un simple castigo a los culpables. Por ejemplo, haciendo emerger, de entre las sombras de tal perversidad, un bien duradero”.

Eso es lo que busca el corazón del hombre: un bien duradero.

El vacío europeo

¿El hombre europeo es capaz de afrontar este desafío? Un desafío que, como hemos visto, no se presenta solo como el peligro exterior de una amenaza terrorista; también se presenta bajo la forma de un vacío profundo que caracteriza a nuestras sociedades y que desestabiliza sobre todo a los jóvenes.

La novela “Sumisión” de Michel Houellebecq, publicado el mismo día de la matanza de París, ofrece algunas pistas para responder. El libro imagina la Francia de la próxima década, con la hipótesis de que en el enfrentamiento entre derecha e izquierda al final sale ganando el partido de los Hermanos Musulmanes, que ofrece al país un nuevo modelo de convivencia.

El protagonista de la novela, un joven profesor universitario experto en literatura, prejubilado por el nuevo régimen, recibe un día la llamada del rector de la universidad, que le propone convertirse al islam y retomar la enseñanza con un buen sueldo. Resulta interesante la conversación entre ambos. “Para usted… ¿para usted soy alguien que puede convertirse al islam?”, pregunta nuestro profesor. Y el rector le explica que, no siendo ni católico (“cosa que habría podido suponer un obstáculo…”) ni ateo, puede tranquilamente adherirse a los nuevos vientos culturales.

El protagonista de la novela de Houellebecq es el emblema del europeo de hoy, que ya no cree en la fe de sus padres pero que tampoco es ateo, porque el ateo es aquel que se rebela ante Dios, lucha contra él. En cambio, el europeo de hoy es sencillamente indiferente a todo.

Aquí está la clave de Europa: la indiferencia, la censura de las preguntas fundamentales. “La cuestión –explica el rector de la novela de Houellebecq– es que la mayoría de la gente vive su vida sin preocuparse demasiado de estas cuestiones, le parecen demasiado filosóficas, solo piensan en ello cuando se encuentran ante una tragedia – una enfermedad grave, la muerte de un ser querido”.

El Viejo Continente se ha caracterizado por ser el baluarte de la libertad. Pero esta a la larga ha ido languideciendo, quedando reducida a pura enunciación verbal. Siguiendo la onda de la novela de Houellebecq, el filósofo Michel Onfray ha definido a Europa como “un continente muerto en manos de los mercados”, que en nombre de la comodidad y del interés está dispuesto a liquidar cualquier valor.

Libertad y verdad

Hay una cuestión crucial que nos ayuda a entender dónde está el error de los terroristas y el límite de la posición de los dos millones de personas que se manifestaron en París el pasado 11 de enero: en la separación entre verdad y libertad. Este binomio es inseparable, si se rompe es la ruina de la humanidad.

Para los terroristas, la verdad (su verdad) se impone, incluso por la fuerza, prescindiendo de una libre adhesión. El mismo error de los que en Occidente (por ejemplo EE.UU durante las dos guerras de Iraq) querían exportar la democracia con la guerra.

Por otro lado, para muchos europeos la libertad no puede existir si existe la verdad. Por eso la libertad implica libertad de sátira sin límites, profanación, autonomía absoluta. Es libre de todo vínculo, de toda responsabilidad. Es una libertad vacía, narcisista. Existo yo, yo y yo. Nada más.

Las palabras, un hecho

Ante los hechos de París, o ante los rehenes decapitados o quemados vivos, hay que recuperar una certeza, que no descansa sobre un discurso justo, que no puede consistir en tener ideas correctas que se contraponen a ideas equivocadas. Hay que recuperar, como nos recuerda el Papa Francisco, una identidad que sabe valorar al otro, que sabe dialogar con el que es distinto, que está dispuesta a hacer un camino común con quien sigue otros valores.

Es necesaria esta conciencia y esta capacidad de diálogo para resistir el golpe del nuevo terrorismo. Hace falta esta concreción para que el hombre europeo de nuestros días pueda volver a descubrir la raíz de los valores en los que cree. Es necesario un hecho real, razonable y deseable. Como la mirada llena de esperanza de aquel cristiano copto egipcio grabado en video poco antes de ser decapitado. “Ahora–glosa Wael Farouq– todos quieren declarar la guerra al Isis pero para combatirlo no sirven las bombas sino los valores vividos, una fe como la de este joven decapitado”.

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