Manifestaciones contra los recortes del Gobierno

La frustración de las masas: caos de una sociedad civil desestructurada

España · Á. Satué, J.C.Hernández y F. Medina
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23 julio 2012
Ha comenzado: las protestas de la calle ante los recortes del Gobierno ya han tenido su primera expresión seria el jueves 19 de julio, por la tarde, en las principales ciudades españolas. Son respuesta a las medidas aprobadas el viernes pasado por el Consejo de Ministros, que constituyen el mayor ajuste fiscal previsto para dos años en toda la historia de la democracia. Los sindicatos convocantes (mayoritariamente CC.OO y UGT, pero también CSIF o USO) ya han tomado el camino de la protesta: CSIF ya ha convocado una huelga para después del verano. Ya habían intentado una huelga general el pasado 29 de marzo. Habrá que ver qué sucede.

El núcleo de los manifestantes lo forman los empleados públicos: aquellos que cobran por trabajar para el Estado, las CC.AA o Ayuntamientos y Diputaciones, así como todos los entes, entidades y organismos que forman el sector público empresarial y fundacional.  Pero, a la vista de la amplitud de las medidas gubernamentales aprobadas e impuestas por Europa, es muy posible que también se hayan unido parados, pensionistas, estudiantes…desafectos y descontentos con el sistema. Y es que esta campaña, iniciada por los sindicatos, vía correo electrónico, ha ido creciendo en intensidad. El manifiesto que se ha repartido por las calles, y que está firmado por CC.OO y UGT, bajo el lema "Quieren arruinar el país", llama a la movilización, instando a la defensa del Estado del Bienestar. Las proclamas: ¡Hay que impedirlo!, ¡No te calles!, ¡Movilízate!, ¡Responde!, obedecen a reivindicaciones como: defensa de los trabajadores públicos por la paga de Navidad y los llamados moscosos; apoyo a los desempleados que ven reducidas sus prestaciones en un 10% a partir del sexto mes; los pensionistas que pagan las medicinas; no rebajar en dependencia; la defensa frente a la subida del IVA del 18 al 21% y del 8 al 10%; por una mayor inversión pública; por el no desmantelamiento de empresas públicas o la rebaja de las cotizaciones sociales a los empresarios.

Ante todo esto, y ante lo que está sucediendo, surgen, inevitablemente, las siguientes preguntas: ¿Son estas medidas una agresión brutal a los llamados "derechos sociales"? ¿Es un ataque al "Estado de bienestar, sacralizado en la Constitución" como dicen las organizaciones sindicales? ¿Es un ataque  a la democracia y al Estado de Derecho? ¿Qué pasará con las rentas altas y las empresas? ¿Asumirán o no parte de estas medidas?. A estas preguntas, que tienen una legítima exigencia de justicia, las organizaciones sindicales buscan una respuesta: la contundente de la calle, como ellas proclaman resueltamente. Si cualquiera de nosotros, aborda con seriedad esta realidad que nos ha tocado vivir, nuestra realidad, yendo hasta el significado último de nuestra convivencia, sale esta misma exigencia de responder a estas preguntas que están afectando al tejido social, pero cuando se trata de responder a ellas cediendo a  la indignación, la rabia, la desesperación, la angustia, el odio, la pregunta sobre lo que realmente colma al hombre no sólo no se responde sino que surge con más fuerza aún.

Es legítimo ejercer el derecho de manifestación, reivindicando y defendiendo lo que sea justo y necesario para el bien común y en defensa de los propios intereses individuales. Pero conviene no engañarse: la intencionalidad de estas convocatorias no es inocente; tiene una clara significación política. Para un sector más radical de la izquierda, es una revancha frente a la victoria del PP en las elecciones generales del 2011; algunos añoran prestiges y acosos a las sedes de los populares (que, con motivo de estas manifestaciones, ya se están produciendo). Sin embargo, no sólo es esta intención política la que ha movido a muchos a manifestarse, sino el sentimiento de hastío e impotencia: la desesperanza, el hecho de que se esté pidiendo mucho a los que, normalmente, soportan los recortes, y poco a los que menos soportan, unido a que Mariano Rajoy no esté apelando al corazón de la ciudadanía, sino a la fría razón de los porcentajes y números, y solo cuando acierta a hacerlo. Vivimos en el reflejo de un grito de frustración amplificado por la masa y los medios, que impide a las personas corrientes de a pie, buscar y perseguir su felicidad desde su libertad más creativa, más humana.

Nuestra sociedad, ¿en el espejo de Narciso?

¿Qué está sucediendo en esta sociedad?. ¿Cómo entender esta frustración, que va adquiriendo tintes dramáticos?. La sociedad española, conviene recordarlo, confió en el mensaje enviado por el PP, cuando le dio su confianza en 2011. Trascurridos más de medio año, comprueba que la realidad es que el gobierno del Partido Popular no trae la salvación que esperaban. Es más, el grito que emana del manifiesto sindica: "el Gobierno incumple sus promesas electorales"; es fruto de un desengaño dramático, que resulta del hecho de haber depositado toda la confianza en "papá-Estado asistencialista" en vez de en la energía creativa y liberadora de la comunidad social y política, compuesta por personas que son también ciudadanos, pero mucho más que eso pues están mucho antes que el estado. Ahí, en la sociedad civil de las familias, amigos, clubes, asociaciones, empresas, fundaciones, sindicatos debemos ver la solución, siempre que prime en ellos la oportunidad de la iniciativa y de la participación en los asuntos de todos. La oportunidad de buscar en la convivencia con los demás las oportunidades para la salida de la crisis es un don que pocos alcanzan a ver, pues se ahogan en un grito mudo hacia el futuro, que es como hacerlo hacia el pasado.  Tenemos marcado el ADN de la libertad. Somos seres los humanos con una capacidad extraordinaria de intuir el infinito y de demostrar realidades como el bosón de Higgs. Esta iniciativa ha de ponerse al servicio de la construcción de un pueblo, no ya de la Nación, sino del conjunto de relaciones que la vertebran día a día, poco a poco, lentamente, como ha sido siempre.

Se exigen resultados inmediatos ("que me devuelvan todo el poder adquisitivo que he perdido") cuando las reformas son lentas y sus resultados, lejanos. Ciertamente, faltan medidas de impacto inmediato y una explicación de lo que se ha hecho, cosa que no puede solucionarse con el Boletín Oficial del Estado. Al Gobierno le falta comunicación, y ésta no puede venir a través del BOE. El ciudadano exige más, cuando se le exige más.

Lo que refleja mejor el grito dramático de esta sociedad es que se piensa que el ajuste han de sufrirlo primero otros (los banqueros, los empresarios, los políticos, los directivos, los altos cargos de la administración…), mentalidad muy extendida, sobre todo, entre los funcionarios, que no entienden la gravedad de la situación. Ello, y el hecho de que los parados puedan pensar que ya no se pueda esperar nada de nadie, acentúa la tentación y (esperemos que no) las posibilidades de un partido o líder populista (más parecido a los Kirschner que a Hugo Chávez) y de una consolidación de la economía sumergida (se habla de un 25% del PIB).

Sucede en cambio que falta autocrítica y falta examen de conciencia. La sociedad española no acepta ya apretarse el cinturón ni poner en peligro su ídolo del Estado del bienestar, en el que se ha puesto todas las energías para mantener un tren de vida que no era real ni el correspondiente a su ser. ¿Me debe acompañar el estado desde que nazco hasta que muero?  De estos lodos vienen los polvos en forma de deudas: vivimos al día, gastamos como queremos, nos endeudamos hasta las cejas sin parar a pensar si podemos asumirlo. No queremos montar una empresa, crear un negocio, o dedicarnos realmente a la política de verdad…pero criticamos a quien lo hace. Hacemos lo mínimo en el trabajo, pero exigimos a los directivos que se bajen el sueldo. Y llegan las vacas flacas: la hipoteca, los créditos impagados, las vacaciones que nos cuestan un dineral, el coche, el segundo apartamento. Cuando los acreedores de los bancos españoles ven que éstos no pueden devolver el dinero, se corta el grifo. Y nos acordamos de Santa Bárbara.

Detrás de cada deuda contraída, siempre hay una decisión personal, pero, aun así, alegamos que el estado no nos avisó y nos escudamos una y otra vez en ello para reclamar la vuelta a un estado paternalista que "nos tiene que tutelar como si fuésemos sus hijos".  Eso sí, a los funcionarios no gusta nada que el estado meta la mano en el bolsillo ("no me toquéis la productividad"), pero si hay que hacérselo a los empresarios, los banqueros y demás directivos, ¡adelante!. Y nada de cuestionar el funcionamiento interno del aparato burocrático y administrativo. Pero, ¿no será mejor que todos bajen su sueldo para que todos los empleados públicos no vayan al paro, y de ahí, algunos, a la exclusión? ¿No es el momento de echar a andar y poner en juego la capacidad de acompañar a los demás en sus penas y en sus alegrías, en su vida al fin y a la postre?

Se nos ha roto el espejo narcisista. Las medidas de éste y otros Gobiernos anteriores pueden ser criticables, pero las del actual parecen necesarias dada la situación de emergencia nacional que padecemos. Lo que en cambio es seguro, es que serán insuficientes. No obstante, no podemos olvidar que la realidad es que hemos permitido y hasta aplaudido los desmanes del  "pelotazo", los chismorreos de portera de la prensa rosa, la actitud negligente y vaga a la hora de trabajar, la falta de honradez y de inteligencia. Sí, desde luego, todos somos culpables, todos somos responsables, pero todos somos libres y tenemos la opción de tomar la iniciativa de construcción o de destrucción. La transformación pausada o la revuelta y el tumulto callejero. A diferencia de aquel pueblo que alumbró la Transición, nosotros ni tenemos miedo al pasado ni esperanza en el futuro. Somos una sociedad muerta subvencionada, que pide y no da; que busca y que jamás encontrará si no tenemos el coraje de hurgar dentro de nuestra podredumbre. Sin ello, no tendremos posibilidad de creer, de sanar y de esperar. Y, por ende, tampoco podrá desarrollar una cultura de la responsabilidad, de la solidaridad y de la caridad.

En todo esto el gobierno no tiene mucho margen de maniobra, pero en realidad sí lo tiene. Aun quedan pensiones vitalicias descomunales, exenciones injustificables, autonomías y entramados burocráticos muy difíciles de comprender y de justificar,…pero sobre todo está esa concepción del ciudadano como mero pagador de impuestos y sujeto manipulable por la propaganda. El mismo ciudadano que construye la ciudad común, pues somos más que ciudadanos, siguiendo a Chesterton, somos los fundadores de la ciudad común. Nada más y nada menos que eso, verdaderos hombres y mujeres de la frontera, constructores de cosas. Es esta falta de respeto a la concepción del hombre como un ser lleno de iniciativa lo que ha causado esta crisis. No todo vale. El crecimiento sin normas no es el crecimiento que necesitábamos, pero tampoco vale un recorte descomunal que deje en el camino a tantos. Hay que adoptar las medidas que permitan la iniciativa, y por ende, evitar las medidas que pongan trabas a la misma.   

Faltan hombres y mujeres, personas de una pieza, que aunque caigan, se hundan, pequen o desfallezcan, se levanten con nuevos ánimos, convertidos y arrepentidos (reconciliados), para vivir precisamente de este ánimo grande de sanar y construir, para que la debacle no arrase con todo, y podamos regenerar un pueblo. La alternativa es el populismo o, lo que es igual, comprar nuestra libertad y nuestra salvación a cambio de depender del estado. En este caso, puede que llegue un día en el que ni siquiera podamos protestar.

Lo que queremos decir es que estas circunstancias son una ocasión para que la persona se ponga en juego dentro de un pueblo.

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