La fractura que genera la injusticia

Domingo por la tarde. Gélidas últimas horas del día acompañadas de una presencia incómoda e impertinente de la lluvia. Ya de por sí todo esto evoca la nostalgia. Contemplar un partido de fútbol desde una vasta tribuna de prensa casi desierta lo acentúa. No estoy hecho para ver el fútbol solo y en silencio. Escribiendo mi crónica imaginaba a Nacho Vegas componiendo “La gran broma final”.
Quien se acerca al Calderón en estos días asume que se aproxima a la zona cero de una catástrofe. Así me sentía desde el momento en que me crucé en el autobús con unos cuantos atléticos, todos ellos en silencio y taciturnos. Al acceder al estadio, desde unas vistas privilegiadas contemplé el graderío. Esta vez no iban a ser más, predominaba una abundante cantidad de butacas vacías. La entrada más pobre de la temporada en el primer partido después del fatídico suceso acontecido en la orilla del Manzanares. Con el comienzo del choque, la herida de la afición rojiblanca se hizo tangible. Saben que unos cuantos han manchado la imagen del Atlético de Madrid llevándose por delante la vida de una persona.
El Frente Atlético, hasta ahora motor de la actividad sonora, en esta ocasión permaneció en silencio salvo excepciones para enfrentarse al resto de la afición. Unos exigían copyright, el resto promovía su desahucio mandándoles callar. Así están las cosas en el Calderón, divididas. El ambiente fue bífido y luctuoso. Mientras, el club cierra filas alrededor de discursos dignos de la burocracia estatal.
La hinchada atlética está necesitada de desmarcarse. Así se lo pide el corazón a todos esos aficionados que acuden incondicionalmente a la grada sin involucrarse en trifulcas extradeportivas. Ellos al fútbol le piden fútbol, nada de política. El equipo quedó tullido y no pudo impregnar a su juego la intensidad que le caracteriza. Son humanos y en ese estadio aquello de enfundarle el número doce a la afición es una realidad. El Atlético perdió un partido de liga en casa diecinueve meses después.
Tiago asumió que su estadio no era el de siempre y el equipo se resiente. Todo esto sucede en el penúltimo partido del año en casa después de haber logrado una liga cargada de entrega y pundonor. Una gesta que jamás se olvidará pero que hoy permanece en un segundo plano.
Entre tristeza y nostalgia por ver lo que ha sido esa casa y por lo que tardará en recuperarse de un golpe que ha zarandeado al universo fútbol. Melancólicos estaban algunos miembros del fondo sur colchonero cuando montaban en el metro una hora después de la finalización del partido frente al Villarreal. Parecían conscientes de que su tiempo se está acabando y que con el tren de vuelta tomaban un camino de no retorno.