10 años sin Cartier-Bresson

La fotografía es una afirmación, y decir sí es un placer maravilloso

Cultura · Javier Restán
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5 septiembre 2014
Este fin de semana termina la exposición organizada conjuntamente por la Fundación MAPFRE y el Centre Pompidou, y la colaboración de la Fundación Henri Cartier-Bresson con motivo del décimo aniversario de la muerte del fotógrafo francés. La exposición ha viajado de París a Madrid. Un verdadero lujo.

Este fin de semana termina la exposición organizada conjuntamente por la Fundación MAPFRE y el Centre Pompidou, y la colaboración de la Fundación Henri Cartier-Bresson con motivo del décimo aniversario de la muerte del fotógrafo francés. La exposición ha viajado de París a Madrid. Un verdadero lujo.

Alrededor de 500 fotografías reproducidas en distintos formatos, que recorren toda su trayectoria, intentando subrayar (y esta es la originalidad de la exposición) las raíces del fotógrafo francés en el surrealismo, e indagando en sus primeras fotografías, incluso aquellas más desconocidas por el público.

En esta exposición descubrimos que un jovencísimo Cartier-Bresson participó en las veladas organizadas en torno a André Bretón en un café parisino, y que bebió desde muy pronto de algunas fotografías de Man Ray, el fotógrafo surrealista por antonomasia. Sin embargo, las fotos de esta etapa de formación resultan forzadas, sin estilo propio, demasiado dependientes del catecismo subversivo del surrealismo: cuerpos deformados, objetos viejos, imágenes fragmentadas… Pero al joven Cartier-Bresson, que carecía de cinismo, y de cualquier pose, y al que sencillamente le encantaba la vida y la realidad, eso no le iba nada. Lo cual no quiere decir que entre las fotografías de esta primera etapa no encontremos algunas preciosas, auténticas perlas. Como la de ese hombre saltando sobre un charco detrás de la estación de Saint-Lazare: el movimiento, los reflejos del agua, los claroscuros y esa capacidad de componer en un instante, son de una genialidad que luego irá madurando en su obra posterior. Esta foto es claramente deudora del fotógrafo húngaro André Kertész, que vivía ya en París, y que según el propio Cartier-Bresson, siempre iba por delante de todos y fue, en sus palabras, su “fuente poética”.

Cuando Cartier-Bresson decidió dejar de “inventar” la realidad para “descubrirla”, dio un salto maravilloso: con una energía sin freno, sin grandes preocupaciones técnicas, y cargado con una cámara Leica que él definía como “la prolongación óptica de mi ojo”, se acercó a la realidad para observarla, para tocarla, entenderla, también documentarla… Fue entonces cuando comenzó la aventura fascinante que le convirtió en uno de los fotógrafos más importantes de la historia. En esta exposición este salto de una primera a una segunda etapa coincide con la subida de la primera a la segunda planta. Recorrer esta última es una fiesta.

Los responsables de la exposición han distinguido una etapa de “compromiso militante”, para luego abocar a la serie de fotografías hechas en lo que podríamos llamar su época más madura, cuando creó con sus amigos Chim (David Seymour) y Robert Capa la cooperativa MAGNUM, y recorrió el mundo de extremo a extremo. Pero lo del compromiso militante lleva a equívocos. Es cierto que Cartier-Bresson apoyó el Frente Popular en Francia, y realizó algunas fotografías y colaboraciones (con Jean Renoir, nada menos) para apoyar ese movimiento. Pero resulta difícil hablar de compromiso militante, cuando lo que emerge de sus fotos, también las más “comprometidas”, no es parcial, no tiene segundas intenciones, sino que respeta la humanidad que ve, y la saca a flote, y la afirma. Así sucede con ese padre español con su hijo pequeño en brazos, que tiene una mirada afilada llena de una secreta violencia, o esa mujer alemana, perdedora después de la guerra, deshecha en llanto esparcida sobre las ruinas de lo que fue su casa… es siempre una exaltación del hombre, con una mirada seria y profunda, sin sentimentalismos, pero que te deja los ojos abiertos como platos, rastreando cada pliegue, cada centímetro de sus fotografías.

La fotografía de Cartier-Bresson no tiene “discurso”. Él sencillamente estaba allí. Y da testimonio. Estuvo allí en momentos clave del siglo XX: en China en los últimos momentos del Kuomintang antes del triunfo de la revolución; en la Cuba del victorioso Fidel y del Che; en la Unión Soviética tras la muerte de Stalin y la leve apertura que le sucedió; entre las barricadas del mayo del 68 en París… Cartier-Bresson estuvo con Gandhi el día antes de su asesinato, y tomó fotos irrepetibles de aquellos momentos de confusión y de dolor en la India emergente… Como él mismo reconoce aquellas fotos históricas, tienen demasiado grano, son deficientes desde un punto de vista técnico, pero esto a nuestro fotógrafo no le importaba nada. Él quería captar la vida (hablaba de la Vida con mayúscula), reflejar lo que pasaba en el ambiente y dentro de las personas. Eso es lo que buscaba y lo que tantas veces encontró.

Lo dejó escrito: “Me gusta hacer fotos. Estar presente. Es una manera de decir: “¡Sí! ¡Sí! ¡Sí!”, como las tres palabras finales del Ulises de Joyce. Y no hay ningún quizá. Habría que arrojar todos los quizá a la basura. Porque se trata de un instante. Es un momento. Es una presencia. Está allí. Y decir “¡sí!” es un placer maravilloso. Incluso cuando es algo que uno detesta. “¡Sí!”, es una afirmación”. Qué bien describe esta frase la experiencia que uno tiene al recorrer esta exposición.

Cada uno puede hacer el ejercicio de seleccionar aquellas fotografías con las que siente una mayor correspondencia, pero será muy difícil. Yo elegiría la Cantina de los obreros de la construcción del hotel Metropol de Moscú. No sólo es un prodigio de composición, sino que transmite vivamente el ambiente alegre y fresco, las figuras casi bailando… Cartier-Bresson amaba la danza y buscaba captar el movimiento de las personas, su vínculo, su expresividad espontánea. Pero son tantas las maravillas que se pueden ver.

Un comentario especial es necesario reservar a sus retratos. A Cartier-Bresson no le entusiasmaba hacer retratos posados. Prefería hacer “retratos” espontáneos de la gente en su vida cotidiana, captar el rostro del hombre en acción, casi en secreto. Para encontrar la verdad de las personas prefería una manifestación a un cuarto cerrado. Y sin embargo… Sus retratos son antológicos y se han convertido en la imagen icónica de algunos hombres de relieve: Sartre, Matisse, Camus, la Bouvier, Malroux, Faulkner… pero quizá valga la pena detenerse en ese retrato borroso de Giacometti, confundido con una de sus esculturas.

Cartier-Bresson trataba de “captar la estructura de la realidad”, penetrar en las personas y en los ambientes para entender su verdad. Por eso todo es auténtico en su fotografía, las mejores y las que no son tan buenas. Es importante conocer los orígenes, es justo poner de relieve sus orígenes surrealistas, pero el Cartier-Bresson que impacta, que llega a conmovernos es el fotógrafo del “momento decisivo” como él describió tantas veces, el fotógrafo que amaba apasionadamente la realidad, las cosas tal como se le daban.

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