La Europa que amó Helmut Kohl

Mundo · Ángel Satué
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19 junio 2017
El pasado viernes varias organizaciones europeístas que trabajan por lograr algún día los Estados Unidos de Europa se dieron cita en Madrid.

El pasado viernes varias organizaciones europeístas que trabajan por lograr algún día los Estados Unidos de Europa se dieron cita en Madrid.

El Grupo Spinelli –que toma su nombre del italiano Altiero Spinelli, uno de los padres fundadores de la idea federal de la Unión–, el Movimiento Europeo y la Unión de Europeístas y Federalistas organizaron un acto en el Congreso de los Diputados sobre los retos y la situación presente de la Unión Europea.

A pesar de casi llegar a los 40 grados, a las 17h, hora torera de antaño, más de 300 personas nos reunimos en una sala moderna y bien refrigerada del Congreso de los Diputados.

El ministro y portavoz del gobierno Méndez de Vigo abrió el acto. Lo acompañaban, entre otros, Joaquín Almunia, Luis Garicano, los eurodiputados Calvet y Elmar Brok, junto a expertos internacionalistas y académicos.

El ministro iba a hablar de Europa en la encrucijada y, al final, habló de Europa en la encrucijada. Pero de otra manera a la que todos imaginábamos. Horas antes había fallecido Helmut Kohl, que para los lectores más jóvenes fue, junto con el francés Mitterrand, de los políticos europeos de raza más fervientes devotos de la unidad del continente, como valor moral.

El grande del democristiano Kohl gobernó Alemania entre 1982 y 1998. En aquel tiempo, tras años en la oposición, se erigió como un estadista incomparable. Tenía, en palabras de Aznar, una “extraordinaria calidad de hombre de Estado y de persona entrañable” y en él “la idea de Alemania era inseparable de la idea europea”. ¿Por qué? Nos lo explicó el ministro y portavoz del gobierno. Una vez le dijo que, de niño, había tenido que recorrer a pie cientos de kilómetros para encontrarse con su familia en el norte de Alemania, lo que le dejó un gran impacto al tener que atravesar las fronteras existentes en el corazón de Europa.

Supo plantar cara a los soviéticos, y no se arredró cuando el Pacto de Varsovia desplegó misiles en el este apuntando a las democracias del oeste. Al escribir estas líneas, me ha venido a la memoria un video que debería ser obligatorio en los colegios, de 22/11/1989, en el que François Mitterrand y Helmut Kohl fueron a hablar ante el Parlamento Europeo en Estrasburgo.

El español Enrique Barón daba el turno de palabra al canciller de la reunificación de Alemania, que pronunció un breve pero intenso discurso de seis minutos. En el primero reconoció que estaban viviendo un momento de importancia histórica para asentar, acto seguido, su compromiso con el desarrollo de las comunidades europeas, como proceso que debía continuar tras la caída del Telón de Acero.

Tuvo tiempo para recordar los méritos del secretario general Gorbachov y su Perestroika en todo el proceso y habló, posiblemente por vez primera, de la reunificación europea, elevando el tono del debate. No se trataba de Alemania, y de la igualdad de los alemanes del este y del oeste, sino que siempre se trató de Europa. En él resonaron las palabras de otro canciller, también democristiano, Konrad Adenauer: “en una Europa unida y libre, una Alemania unida y libre”.

Hoy como ayer, ante el populismo, la xenofobia, los neocomunistas, los neonacionalismos y, lo que merecería más explicación, el individualismo liberal centrista (todos, a excepción de este último, pareciendo recibir órdenes de Moscú, como cuando la URSS tenía por objetivo derrocar las comunidades europeas financiando a los partidos comunistas), resuenan en nuestra memoria las palabras finales de Kohl ante aquella cámara de Estrasburgo de hace casi 30 años: “Lo que está en juego es la libertad de una Europa unida. Lo que está en juego es un futuro en libertad para todos, alemanes y europeos. Unámonos en este espíritu y trabajemos para lograr un orden de paz justo y duradero para toda Europa. Alemania está preparada para hacer esta contribución a este objetivo principal”.

Parece que el mandato de Kohl, su legado, está igual de vivo que hace décadas. Si Europa se rompe, si la comunidad de europeos quiebra, las libertades civiles individuales peligrarán.

Como toda conferencia, ésta prosiguió en un bar delante del Congreso, donde tres amigos, con ideologías diferentes, brindamos con cerveza por nuestra amistad. La unidad del continente necesita de este presupuesto. Tal vez llegamos a otra conclusión. La de que contra el calor y la desunión, la cerveza pueda ser el bálsamo de fierabrás al fin y a los postre.

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