La esperanza de diez mil familias que resisten al odio en Iraq
Ya han pasado veinte meses desde que más de tres millones de personas, entre ellas más de 200.000 cristianos, fueron expulsadas de sus casas en Mosul, en la llanura de Nínive y en la región de Ambar por el odio delirante del Isis. Un tercio de ellos se refugió en el Kurdistán iraquí, cuya capital, Erbil, es la fortaleza de la resistencia contra los nuevos bárbaros.
Desde entonces, los desplazados siempre han alimentado la esperanza de un retorno rápido a sus tierras devastadas, todavía no liberadas. Pero con el paso del tiempo, la sensación de desilusión y frustración ha empezado a extenderse entre ellos, obligándoles a cambiar de idea sobre su futuro. Muchos se han resignado a permanecer en el Kurdistán en condiciones precarias, otros se han lanzado a la diáspora y han emigrado al extranjero. Como señala el informe de la diócesis caldea de Erbil, este impacto ha provocado una gran frustración, menos nacimientos, empleo y un brusco descenso de matrimonios. Ya no se planifica el futuro, falta la esperanza. Las fuerzas internacionales parecen estar bloqueadas en controversias internas y políticas, y no deciden acciones esenciales. Ni siquiera los atentados de París el pasado 13 de noviembre han modificado esta inercia cómplice.
Actualmente, hay casi 10.300 familias cristianas en la diócesis de Erbil, y al menos otras 3.000 han emigrado de aquí desde junio de 2014, hacia destinos desconocidos, pues la mayoría de ellos salieron de manera clandestina. Los que se han quedado viven con graves necesidades de ayuda humanitaria. Siguen viviendo en campos de refugiados oficiales, pero precarias, en casas de la diócesis, en edificios en construcción, acogidos por familiares o alrededor de las parroquias, en tiendas de campaña. Muy pocos de ellos están lo suficientemente preparados para pasar el segundo invierno en estas condiciones, su ánimo está mucho más decaído que el invierno pasado. No todos los niños van a la escuela, muy pocos a la guardería. Los ancianos pasan el tiempo sentados mirando al vacío. Muchos pasan sus días por las calles llenas de fango o acostados en caravanas asfixiantes, mientras las madres y esposas lavan, cocinan, buscan comida. Los padres buscan trabajo, pero muy pocos encuentran algo.
Visitando a los refugiados de estos tres campos cerca de la ciudad, hemos visto que las iglesias, con Cáritas Iraq y una serie de ONG internacionales (AVSI, SOS Cristianos, FOCSIV, Comité Jesuita, etc), reaccionaron rápidamente a una emergencia que se alarga en el tiempo. Pagan cientos de alquileres para ofrecer un techo a estas familias, han preparado campos lo más dignos posible con una caravana para cada familia, guarderías, escuelas en prefabricados, cursos de orientación laboral, dispensarios… El padre Douglas nos mostró tres nuevas actividades en la parroquia de Mar Elia: cursos de peluquería, costura y panadería. Los tres trabajan a un ritmo estable e incluso generan algunos ingresos. Él es verdaderamente un padre y un punto de referencia para todos. En una hora, pasan al menos veinte personas por su despacho y él responde puntualmente a cada uno.
En Ozal City, una enorme extensión construida, fruto de un increíble boom inmobiliario, viven 930 familias cristianas. AVSI ha financiado aquí una guardería con más de 150 niños, gestionada por monjas dominicas y con maestras locales. Es un oasis de orden y paz. Ya hace falta ampliarlo, pues no dejan de llegar solicitudes. Luego visitamos el campo de Ashti 1, un poco alejado del centro, donde se abrirá otra guardería para sacar a los niños de las calles. Será una colaboración de AVSI con SOS Cristianos de Oriente, una ONG católica francesa con jóvenes voluntarios entusiastas, también probados por la tragedia de París. Por fin jóvenes europeos con un ideal. El obispo caldeo de Erbil también organiza cursos de inglés para más de 120 refugiados, que en esta babel lingüística les ayuda a encontrar trabajo.
Entre los cristianos la perspectiva de futuro tampoco está clara y también viven en un clima muy confuso. Muchos querrían emigrar al extranjero, muchos ya lo han hecho, cuando nosotros estamos allí 150 familias se están preparando para irse a Eslovaquia, otros a Canadá. La Iglesia intenta por todos los medios facilitar la vida cotidiana de los que, en cambio, deciden quedarse en esta tierra donde aún se habla la lengua de Cristo, el arameo. Construyendo escuelas, dispensarios, guarderías, una universidad católica que abrirá sus puertas en unos meses, hasta un centro comercial, ofreciendo viviendas y trabajo. Todo para mantener viva la esperanza de este atribulado país que ha sido calificado como el más peligroso del mundo.