La educación según Francisco: importa la vida, no las fórmulas

España · Massimo Borghesi
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10 febrero 2017
El último número de la Civiltà Cattolica, número 4000, supone un hito extraordinario en la gloriosa revista de los jesuitas, que nació hace más de cien años, el 5 de abril de 1850. Este número especial, con una llamativa portada rosa, publica una larga conversación del papa Francisco con los superiores de las órdenes religiosas transcrita por Antonio Spadaro. Como adelanto, se ha publicado un amplio extracto en el Corriere della Sera. Entre las diversas observaciones del Papa, hay dos cosas que llaman especialmente la atención. Se refieren a la educación religiosa de los jóvenes, su camino vocacional, y a la vida de fe dentro de las órdenes religiosas.

El último número de la Civiltà Cattolica, número 4000, supone un hito extraordinario en la gloriosa revista de los jesuitas, que nació hace más de cien años, el 5 de abril de 1850. Este número especial, con una llamativa portada rosa, publica una larga conversación del papa Francisco con los superiores de las órdenes religiosas transcrita por Antonio Spadaro. Como adelanto, se ha publicado un amplio extracto en el Corriere della Sera. Entre las diversas observaciones del Papa, hay dos cosas que llaman especialmente la atención. Se refieren a la educación religiosa de los jóvenes, su camino vocacional, y a la vida de fe dentro de las órdenes religiosas.

Sobre el primer aspecto, Francisco vuelve a insistir en un tema que le preocupa mucho: la crítica a una educación intelectualista, formal, abstracta. La educación cristiana es formativa cuando responde a las auténticas exigencias de la vida, si las satisface, si no comprime lo humano sino que lo hace crecer. Y eso es posible si la educación cristiana no se resuelve en el aprendizaje de una doctrina, a la que adecuar la vida, sino que llega a ser una experiencia capaz de rescatar, juzgar y valorar la totalidad de la existencia, sin censurar nada. Esta perspectiva asume su sentido crítico en relación a un tiempo, el nuestro, que licuado por el derrumbe de todas las certezas pide a gritos, comprensiblemente, puntos firmes de apoyo, pero que precisamente por ello tiende a caer en simplificaciones y pretensiones.

La primera de las cuales es creer que la fe podrá renacer de palabras fuertes, de valores absolutos, de límites claros. Se repite una situación análoga a la de los años 20 del pasado siglo. Vale por ello la lección de Romano Guardini, que ante el eslogan de Carl Sonnenschein, asistente espiritual de los jóvenes berlineses de los años 20 –“Estamos en una ciudad asediada, por lo que no hay problemas sino consignas”– él observaba: “Este lema puede causar impresión, pero es erróneo. No se pueden ignorar los problemas; quien los percibe debe actuar, especialmente si es responsable desde el punto de vista intelectual o espiritual. Una praxis auténtica, es decir, un comportamiento adecuado deriva de la verdad, y hay que luchar por ella (…) yo siempre planteaba preguntas y no podía dejarme uncir por su praxis. Sé que me juzgó con aspereza, me veía como alguien que suscitaba inquietud. Me temo que realmente fuera así, que no soportara ninguna pregunta”. De la misma manera el Papa, del que hay quien dice que su modo de hablar suscita cierta “inquietud” en vez de certezas, afirma:

“En la formación estamos acostumbrados a las fórmulas, al blanco y negro, pero no a los grises de la vida. Y lo que importa es la vida, no las fórmulas. Debemos crecer en el discernimiento. La lógica del blanco y negro puede llevar a la abstracción casuística. En cambio, el discernimiento consiste en avanzar por los grises de la vida según la voluntad de Dios. Y la voluntad de Dios se busca según la verdadera doctrina del Evangelio, y no en la rigidez de una doctrina abstracta… La Iglesia debe acompañar a los jóvenes en su camino hacia la madurez, y solo con el discernimiento y no con las abstracciones los jóvenes podrán descubrir su proyecto de vida y vivir una vida verdaderamente abierta a Dios y al mundo… Este es siempre el punto clave: el discernimiento, que siempre es dinámico, igual que la vida. Las cosas estáticas no funcionan. Sobre todo con los jóvenes. Cuando yo era joven, la moda era hacer reuniones. Hoy las cosas estáticas como las reuniones no funcionan. Hay que trabajar con los jóvenes haciendo cosas, trabajando, con las misiones populares, el trabajo social, ir todas las semanas a dar de comer a los sintecho. Los jóvenes encuentran al Señor en la acción. Luego, después de la acción, se debe hacer una reflexión. Pero la reflexión por sí sola no ayuda: son ideas… solo ideas”.

El segundo juicio que merece atención es el de la vida en los institutos religiosos. La visión del Papa aquí, como siempre, es muy realista. “La disminución de la vida religiosa en Occidente me preocupa. Pero también me preocupa otra cosa: el nacimiento de algunos nuevos institutos religiosos que generan ciertas preocupaciones. ¡No digo que no deba haber nuevos institutos religiosos! En absoluto. Pero en algunos casos me pregunto qué está pasando hoy. Algunos de ellos parecen una gran novedad, parecen expresar una gran fuerza apostólica, mueven a mucha gente y luego… fracasan. A veces incluso descubrimos que detrás había cosas escandalosas… Hay pequeñas fundaciones nuevas que son realmente buenas y que trabajan con seriedad. Veo que detrás de estas buenas fundaciones también hay a veces grupos de obispos que acompañan y avalan su crecimiento. Pero hay otras que no nacen de un carisma del Espíritu Santo, sino de uno carisma humano, de una persona carismática que atrae por sus fascinantes dotes humanas. Algunas son, podría decirse, ‘restauracionistas’: parecen dar seguridad pero solo dan rigidez. Cuando me dicen que hay una congregación que despierta muchas vocaciones, lo confieso, me preocupo. Pero me dicen: hay muchos jóvenes dispuestos a todo, que rezan mucho, que son fidelísimos. Y yo me digo: ‘Muy bien, veremos si es el Señor’. Luego hay otros que son pelagianos: quieren volver a la ascesis, hacen penitencia, parecen soldados dispuestos a todo por defender la fe y las buenas costumbres… y luego estalla el escándalo del fundador o fundadora… Ya se sabe, ¿verdad?”.

Esta valoración, como era de esperar, ha suscitado las habituales malévolas críticas de los tradicionalistas que reprochan a Francisco su “desmovilización”, su desconfianza hacia los institutos que garantizan vocaciones numerosas. El problema de los críticos es que tienen la memoria corta o, mejor dicho, selectiva. Olvidan, por ejemplo, que una de las órdenes religiosas más floreciente, en la Iglesia católica de los años noventa-principios del 2000, fueron los Legionarios de Cristo, fundados por el padre Marcial Maciel Degollado. Severos, intransigentes en su custodia de la tradición, los Legionarios, que gozaban de gran protección en el Vaticano, estaban guiados por un hombre que, como se descubriría después, era digno de un relato de Dan Brown. El papa Benedicto XVI, que lo privaría de todo ministerio público obligándolo al silencio, definiría a Maciel como ´un falso profeta´ que llevó una vida “más allá de lo moral: una existencia aventurada, malgastada, desviada”.

Se trata de un ejemplo clamoroso, que probablemente no tiene precedentes en toda la historia de la Iglesia, pero que permite entender que las preocupaciones del Papa son fruto de un discernimiento. La fuerza de los Legionarios, entre los cuales había óptimos sacerdotes, su fascinación, surgía en gran medida de la reacción a un tiempo de incertidumbres, de relativismo ético. De ahí la masa de vocaciones, el deseo de hallar un puerto seguro en el marasmo general.

Una posición análoga llevó, en el caso de la Iglesia posconciliar, a los seguidores de mons. Lefebvre a distanciarse de Pablo VI, al que consideraban incierto, dubitativo, modernista. Ellos también pedían a gritos certezas, una tradición sólida, una Iglesia cerrada y perimetral en su fortaleza. Las situaciones se repiten con el retorno de condiciones históricas parecidas. El mundo católico vive hoy, como todos, la crisis de la globalización y un cambio de época. El papa quiere que los institutos religiosos sean un lugar de educación cristiana auténtica, que evalúen las vocaciones con discernimiento, que no engrosen sus filas por miedo a desaparecer o, más sencillamente, por prestigio y vanagloria.

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