La economía como don e intercambio

Cultura · Angelo Scola
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30 marzo 2017
Algunas referencias a un replanteamiento de la concepción antropológica implicada en el intercambio económico nos podrían conducir a reformular la idea de mercado. Para encontrar una salida realista y sostenible de la crisis, hay que superar una idea de mercado en cuanto rígido factor natural en favor de lo que realmente es: una realidad de cultura dinámica.

Mercado: una realidad de «cultura dinámica»

Algunas referencias a un replanteamiento de la concepción antropológica implicada en el intercambio económico nos podrían conducir a reformular la idea de mercado. Para encontrar una salida realista y sostenible de la crisis, hay que superar una idea de mercado en cuanto rígido factor natural en favor de lo que realmente es: una realidad de cultura dinámica.

Concebido como rígido factor natural, el mercado se convierte en un lugar de relaciones anónimas e impersonales y, por tanto, en último término indiferentes, de tal modo que acaba vinculado a «las teorías de la “recaída favorable”, que presuponen que todo crecimiento económico, favorecido por el libre mercado, es capaz de producir por sí mismo una mayor equidad e inclusión social en el mundo».

En cambio, una concepción de la economía como don e intercambio responsable entre sujetos en relación exige una concepción muy distinta de la relación entre ética y finanzas, en la que el punto de partida está efectivamente constituido por los sujetos que actúan dentro del mercado y por la densa red de relaciones mediante las cuales cada uno incide potencialmente en la situación de todos los demás.

De hecho, el mercado presenta una interdependencia sólidamente estructurada. Esconderse tras el anonimato, impidiendo mirar de manera realista esa red de relaciones financieras, nos priva del coraje necesario para hablar abiertamente del poder –que es distinto según los sujetos implicados– mediante el cual algunos ejercen una enorme influencia en el sistema de relaciones económicas y financieras, con decisiones y operaciones muy concretas. Las raíces de este poder se encuentran en la capacidad de control, ya sea de recursos materiales (grandes patrimonios) o inmateriales (flujos de información y comunicaciones). Sin subestimar el peso de la dimensión material, hoy reviste una importancia especial el poder ejercido por el control de los recursos inmateriales. Este poder aparentemente “soft” tiene en cambio una gran incidencia en la dimensión material del sistema de interdependencias: la evolución de la economía y las finanzas refleja de hecho las expectativas, las motivaciones y las convicciones que se forman en esa trama cotidiana de relaciones (…).

El «deber» de un riesgo razonable

Por tanto, una perspectiva ética realista, ¿qué pide a los operadores financieros? El coraje de ser sujetos capaces de asumir el riesgo de una acción constructiva, aunque sea en condiciones de incertidumbre. Para garantizar la razonabilidad de este riesgo, hay que tomarse muy en serio no solo las causas de la incertidumbre “sistémica”, sino también las de la incertidumbre relativa a la calidad de las relaciones. Es decir, ¿me puedo fiar? ¿Por qué y cuánto me puedo fiar de mis socios potenciales?

Afrontar el riesgo de una acción constructiva es, por tanto, el primer gran desafío ético ante el cual se encuentran los sujetos, pequeños y grandes, dispuestos a asumir la responsabilidad que deriva de su pequeño o gran poder. Allí donde nadie tiene el coraje de emprender acciones arriesgadas, la incertidumbre objetiva termina bloqueándolo todo en un status quo que se hace cada día más problemático y arriesgado.

Sin embargo, hay que subrayar que una acción arriesgada no es un valor en sí misma. Hace falta que tal acción persiga un objetivo “bueno” y esté fundada en una esperanza razonable, dos factores que permiten no quedar paralizados por el miedo. Esperar no es cuestión de optimismo, es cuestión de virtud. Para esperar hay que tener buenas razones, y las buenas razones solo se hacen evidentes en la acción. Hace falta la acción de personas sinceramente abiertas a la realidad, a la realidad entera: a los recursos materiales e inmateriales que se pueden activar; a las personas, que siempre son un fin y no un medio; a las instituciones.

La virtud es necesaria porque la tentación de apropiarse de la realidad (material e inmaterial, hecha de personas e instituciones), solo para aprovecharse de ella indefinidamente hasta agotarla, siempre está al acecho. Solo cuando se reconoce la realidad por lo que es, es decir, ante todo como un “dato” que recibimos y que siempre remite a otra cosa, a un “posible” no predefinido, podemos ser capaces de captar las indicio positivos, aunque sean débiles. Por ejemplo, un inversor puede arriesgar razonablemente lo que es suyo cuando se da cuenta de las potencialidades de un proyecto, aunque sea pequeño, ideado por un joven. En este caso el indicio es verdaderamente débil, pero para captarlo hay que estar habituado a alzar la mirada más allá de los propios intereses inmediatos, más allá del horizonte chato y narcisista del corto plazo.

En el riesgo, personal y común, de una acción constructiva, cada uno tiene su tarea y su responsabilidad. Y quien posee un gran poder económico y financiero, tiene una responsabilidad mayor.

Il Sole 24ore

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