Editorial

La derecha (y la izquierda) sin pueblo

Editorial · Fernando de Haro
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21 mayo 2017
Todo iba o va razonablemente bien en España. El Gobierno en minoría de Rajoy sufre derrotas en el Parlamento, pero goza de estabilidad y va a sacar adelante los presupuestos. La economía, según Bruselas, va a ser la que más crezca en la zona euro: un 2,8 por ciento. El déficit está controlado y el problema del desempleo, si no solucionado, en vías de ir mejorando. Sin populismo de derechas, sin xenofobia y con un populismo de izquierdas (Podemos) estancado en 5 millones de votos (las últimas encuestas oficiales del CIS reflejan un descenso en intención de voto del partido morado de dos puntos en los últimos 7 meses) puede parecer un paraíso en la agitada Europa. Por lo demás, el referéndum secesionista catalán no se va a celebrar y los partidos independentistas van a hibernar un cierto tiempo para intentar resolver sus contradicciones internas.

Todo iba o va razonablemente bien en España. El Gobierno en minoría de Rajoy sufre derrotas en el Parlamento, pero goza de estabilidad y va a sacar adelante los presupuestos. La economía, según Bruselas, va a ser la que más crezca en la zona euro: un 2,8 por ciento. El déficit está controlado y el problema del desempleo, si no solucionado, en vías de ir mejorando. Sin populismo de derechas, sin xenofobia y con un populismo de izquierdas (Podemos) estancado en 5 millones de votos (las últimas encuestas oficiales del CIS reflejan un descenso en intención de voto del partido morado de dos puntos en los últimos 7 meses) puede parecer un paraíso en la agitada Europa. Por lo demás, el referéndum secesionista catalán no se va a celebrar y los partidos independentistas van a hibernar un cierto tiempo para intentar resolver sus contradicciones internas.

Todo iba o va razonablemente en España, si no fuera porque el partido de Gobierno se desayuna casi todas las mañanas con una nueva revelación de los muchos casos de corrupción que se le investigan (Gürtel, Púnica, Lezo, Auditorio…). El propio Rajoy va a testificar a finales de julio en la segunda parte del juicio de la trama de Correa. Son casos de presunta financiación ilegal, de presunto y bochornoso enriquecimiento personal de líderes del PP (sobre todo en Madrid). Todo iba o va bien, menos el estado de preocupación por la corrupción, disparado hasta el 45 por ciento entre el público. Esa preocupación alimenta, a largo plazo, el populismo y la polarización entre los que consideran inaceptable a un PP no renovado (responsable de un pasado de suciedad) y los que, por miedo a lo que pueda venir, están dispuestos a mirar para otro lado en nombre de la estabilidad. La corriente avanza de forma silenciosa, sacando a los españoles de su estado natural de moderación y reduciendo las opciones de la socialdemocracia clásica. El resultado de las primarias en el PSOE es buena prueba de ello.

El PP no puede considerarse víctima ni de un sistema judicial desequilibrado ni de jueces estrella. Más bien es víctima de sí mismo, de sus años en el poder, de la antropología muy deficiente de algunos de sus líderes y de un modelo de partido alejado de la sociedad y de la experiencia popular. El PP, como la mayoría de los partidos españoles y europeos del momento, son organizaciones absolutamente verticales, con poco contenido ideal, focalizados casi exclusivamente en la ocupación del mayor espacio posible dentro y fuera de las administraciones y con un contacto directo con los votantes (cada vez mayores) a través del marketing electoral, que no deja entrada al aire de la sociedad civil.

No se entendería bien este “inconveniente” de la corrupción, que polariza y radicaliza, si se le reduce a un problema ético. En su origen hay una concepción de la democracia en la que el componente liberal ha eclipsado por completo el componente republicano, o popular. Según la concepción liberal, el fin de la política es mantener en pie a un Estado que sirve de árbitro en el mercado, que pone orden en el libre juego de los intereses privados y tutela los derechos subjetivos del ciudadano (concebido como individuo). Esta concepción liberal no es solo propia de los partidos estrictamente liberales o conservadores, ha sido también asumida por los partidos socialdemócratas. Los partidos socialdemócratas extienden algo más los derechos subjetivos en el campo social y las obligaciones del Estado en el área del bienestar (los liberales también han asumido estos postulados). Pero unos y otros entienden la política solo como la capacidad de disponer de poder administrativo. El factor popular o republicano, por el contrario, no acentúa tanto la dimensión de mediación de la política sino su tarea de socialización, de creación de comunidad. Las libertades no solo son negativas, sino herramientas de diálogo, de construcción común, de un constituirse y reconstituirse de la sociedad. En este modo de ver las cosas, la sociedad civil cuenta mucho, como una realidad con entidad propia respecto al Estado y a la economía lucrativa.

En toda democracia, los dos factores, el liberal y el republicano o popular, están presentes. Pero en la democracia española, como en todas las democracias europeas, el factor comunitario, intenso en el momento fundacional, se ha ido perdiendo. En un ambiente “puramente liberal” es mucho más fácil que crezca la corrupción: la absolutización del control administrativo como objetivo deja a la ética en una soledad que requiere un esfuerzo titánico para impedir los desvíos de fondos.

Es inaceptable mirar para otro lado. Pero el desafío no se resuelve solo con más medidas de control ni con llamamientos genéricos en favor de la regeneración moral. Sin un reforzamiento del elemento republicano o popular todo queda en un frustrante plano del deber ser. El estudio “La Voz de la Sociedad Ante la crisis”, publicado hace unos días por el sociólogo Víctor Pérez Díaz, señala la tarea pendiente. El impulso cívico es insuficiente: solo un 23 por ciento de los españoles participa en una asociación de forma activa. Sin sociedad civil, sin construcción desde la base, todo el espacio está ocupado por partidos liberales (de derecha o izquierda), partidos sin pueblo, muy débiles frente a la corrupción.

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