Entrevista a Juan José Laborda, expresidente del Senado

`La democracia es incompatible con la noción de enemigo`

Entrevistas · Fernando de Haro
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11 febrero 2019
Juan José Laborda, expresidente del Senado Juan José Laborda saludado por Su Majestad el Rey de España

Juan José Laborda, socialista, fue una de las referencias en el Senado, donde tuvo escaño desde 1977 hasta 2004. Miembro del Consejo de Estado, analiza con www.paginasdigital.es los 40 años de la Constitución, el momento por el que pasa España y los retos del independentismo catalán.

Comienza el juicio por el proceso de secesión. ¿Además de una respuesta jurídica habría que dar otra política? ¿En qué términos?

La Justicia actúa de acuerdo con la ley, es independiente. Pero los que no acatan la Constitución dirán que el juicio es político. La respuesta política que los demócratas pueden dar es defender al Tribunal que juzga los delitos que presuntamente cometieron Carles Puigdemont, Oriol Junqueras y los demás procesados. Sería necesario que en este asunto hubiera una actitud común por parte de los partidos constitucionales, pero me temo que eso será imposible, lo cual me parece estúpido, además de negativo para la calidad de nuestra democracia.

¿Cómo sería posible volver a encuadrar a la mitad de los catalanes que apuestan por la independencia en el marco constitucional? ¿Es posible? ¿Qué sería necesario?

Para integrar a los catalanes que ahora no están dentro del marco constitucional, habrá que pensar primero en los catalanes que sí se sienten dentro de la Constitución Española. Y para eso es necesario argumentar en qué están equivocados los nacionalistas catalanes. Sin complejos, y con la verdad. No se puede ganar el juego de la integración sin rechazar la aceptación resignada de las ideas de los nacionalistas sobre el Estado y España. El Estado constitucional no es una jaula de nacionalidades, sino la norma que las ha reconocido por primera vez. Cataluña votó la Constitución el 6 de diciembre de 1978 con más porcentaje de votos afirmativos que la mayor parte de los territorios de España. El proceso de reintegración mayoritaria de los catalanes en un marco común requiere tiempo, y un consenso entre los constitucionalistas que dure todo ese tiempo. Y cuando hablo de consenso, no me refiero solo a los partidos. Existe una sociedad civil que espera un signo de la política para ponerse en marcha en ese proyecto, que podríamos calificar de patriotismo constitucional.

¿Hay alguna posibilidad de un federalismo asimétrico para Cataluña?

No me parece útil enredarnos en discusiones teóricas sobre el federalismo asimétrico. Yo que me siento dentro de la tradición del foralismo democrático, me apoyo en el artículo 2 de la Constitución, que es sumamente evocador: “La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas”. Es la “patria” clásica, distinta de la “patria nacionalista”. La España de la Constitución apunta al futuro, permite lealtades múltiples, lealtad a la patria de nacimiento, y también a Europa, y a la Humanidad. El nacionalismo solo tiene una lealtad, y además se ejerce contra las demás. Por otra parte, la Disposición transitoria segunda reconoce a Cataluña, País Vasco y Galicia un derecho al autogobierno de naturaleza jurídica especial, basado en la Historia, lógicamente, la de la época de la II República: “Los territorios que en el pasado hubiesen plebiscitado afirmativamente proyectos de Estatuto de autonomía y cuenten, al tiempo de promulgarse esta Constitución, con regímenes provisionales de autonomía podrán proceder inmediatamente en la forma que se prevé en el apartado 2 del artículo 148, cuando así lo acordaren, por mayoría absoluta, sus órganos preautonómicos colegiados superiores, comunicándolo al Gobierno. El proyecto de Estatuto será elaborado de acuerdo con lo establecido en el artículo 151, número 2, a convocatoria del órgano colegiado preautonómico”. La actual Constitución contempla realidades plurales; no es una Constitución jacobina.

Da la sensación de que en los últimos años se ha perdido ese gran espacio de centro en el que han transitado la mayoría de los partidos políticos en los últimos 40 años. ¿Es así? ¿A qué se debe?

Es algo bastante común en todas las democracias atlánticas, las que antes se denominaban “Occidente”. Desde que aparecieron en Norteamérica los llamados “neocon”, los “conservadores revolucionarios”, se buscó aglutinar el voto con campañas dirigidas a los extremos ideológicos. En una época en la que ya la política decidía menos que ciertos poderes económicos y mediáticos opacos, venía bien radicalizar el discurso, aunque realmente las diferencias entre la izquierda y la derecha son mucho menos importantes que en el pasado. Se utilizó a Carl Schmitt, el más importante teórico contra la democracia liberal, para vencer a los rivales electorales. No es una exageración, Schmitt inspiró, incluso en España, a conservadores y progresistas. Es una contradicción, o si se quiere, es un oxímoron, pues estamos hablando de discursos. Pero sus consecuencias nefastas están ahí: el rival ahora es enemigo, la política se hace sin sumisión al Derecho, gana el más granuja, el sentido del Estado sobra, la gente desconfía de sus representantes, la fragmentación de las mayorías para gobernar… Lo que está sucediendo en las democracias de nuestros días.

¿Hemos perdido la conciencia del “nosotros” o del bien común en terminología clásica?

Es consecuencia de lo mismo. Aristóteles ya decía que la democracia era incompatible con la noción de enemigo. El “bien común”, que es una noción aristotélica, exige que haya acuerdos. En resumen, la democracia se define como el único régimen que se basa en los acuerdos. En otras palabras, sólo la democracia legitima la negociación y los pactos.

¿La pérdida de votos en Andalucía del PSOE tiene que ver con la defensa de una España plurinacional aprobada en el 39 Congreso?

Esa definición de España “nación de naciones”, aparte de muy antigua, anterior a la Constitución, no existe en ninguna parte, salvo en la Constitución de Bolivia. Pero lo que influyó decisivamente fue que mucha gente no aceptaba ciertos silencios políticos sobre lo que estaba sucediendo en Cataluña.

Vox puede crecer si no hay una respuesta consensuada de defensa de la Constitución, y del modelo constitucional

¿Qué explica el fenómeno de VOX? ¿Qué futuro cree que tendrá?

Hasta ahora Vox es un partido de electores, un tanto extravagante. Pero podrá crecer si no hay una respuesta consensuada de defensa de la Constitución, y del modelo constitucional. El problema surgirá si Vox se convierte en una fuerza social. Habrá un escenario schmittiano. Esto me lleva a solicitar a los partidos constitucionales que se pongan de acuerdo para corregir los fallos del modelo, es decir, consenso para reformar la Constitución. Vox nada a favor de una corriente de incapacidad del reformismo.

¿Sufrimos el mal de la partidocracia?

Desde luego. Los partidos políticos necesitan adaptarse a esta nueva época. Yo digo que es una época que aún no tiene nombre. La anterior época o la edad contemporánea se definió en Europa y en las democracias atlánticas como la época de la “Nación y la Revolución”. Esos dos conceptos han entrado en crisis en esta época de globalización, la que comenzó en 1989, con la caída del Muro y de los dos sistemas enfrentados. Los partidos tienen que adaptarse a este futuro, al que estamos arrojados.

Mark Illa sostiene que la izquierda perdió su vocación universal en Estados Unidos cuando se dedicó a hacer solo “políticas de identidad” (negros, mujeres, minorías varias). ¿Le ha pasado lo mismo a la izquierda española?

Illa acierta bastante en sus ensayos. Pero la izquierda no sólo padece las consecuencias de la política de identidad. El problema está en que la socialdemocracia europea o los demócratas norteamericanos no han encontrado todavía solución a un aparente dilema: mantener la democracia representativa y al tiempo gobernar con leyes el capitalismo. Es la crisis básica de esta época, que repercute en los partidos, y en las democracias. Hay que reformar el paradigma de la socialdemocracia, pero siendo leales a las dos ideas: libertad individual y justicia social. El aparente dilema se superará cuando la política se haga en espacios internacionales. El marco nacional ya no sirve para nada, incluso no sirve ni para hacer la revolución. Que se lo pregunten a los griegos de estos tiempos.

Se ha ocupado recientemente de la Guerra de los Treinta Años y de la Paz de Westfalia. Bauman estaba convencido de que el mundo líquido en el que estamos ha hecho desaparecer el concepto de soberanía nacional que apareció en la Paz de Westfalia. ¿Está de acuerdo? ¿Qué soberanía tenemos ahora?

Efectivamente, las paces de Westfalia alumbraron el Estado soberano, el “gran truchimán” que decía Ortega y Gasset. La Unión Europea está definiendo por sus actos una nueva realidad de la soberanía. Por eso los europeos reaccionaron los primeros a la crisis del Estado nacional. La Unión Europea puede lograr que la Historia Universal no pase de largo por sus sociedades. O nos convertiremos en el inofensivo museo del mundo. Creo que Europa lo sabrá hacer. Al fin y al cabo, los grandes conceptos de la globalización, la democracia, la ciencia, la técnica, el capitalismo, el individualismo, la universidad, los derechos humanos, etcétera, son creaciones del genio europeo.

Cuarenta años después, ¿qué balance se puede hacer del modelo territorial de las Autonomías? ¿Cuáles son sus principales éxitos y sus principales fracasos?

El Estado de las Autonomías entronca con nuestra tradición cultural y estatal. El modelo jacobino francés es una importación, que ni siquiera ahora sirve en Francia. Los historiadores han hablado de Estados o monarquías compuestas, resultado de la fusión de las tradiciones ideológicas europeas. Llámese Estado compuesto, autonómico, federal o cualquier otro nombre. En resumen, un Estado en el que el poder está controlado desde sus múltiples escalones institucionales. Esta Constitución no es jacobina, más que nada porque huye de las perfecciones. La perfección conduce a la dictadura, como se ve con los jacobinos, o sus herederos, los comunistas. La imperfección es resultado del acuerdo, cierto, y por eso se necesita hacer reformas cada cierto tiempo.

PP y Ciudadanos reclaman en este momento la aplicación, de nuevo, del artículo 155. ¿Tiene sentido?

Coincido con el presidente de “Sociedad Civil Catalana”, Josep Ramón Bosch, que cree que en este momento sería un ´error´ aplicar el mecanismo constitucional del artículo 155 en Cataluña porque ello supondría ´añadir más gasolina al fuego´, y ha abogado por crear un ´relato constructivo de España”. Lo que sería necesario en Cataluña es que los constitucionalistas y el Gobierno se pusiesen de acuerdo.

´El proceso de reintegración mayoritaria de los catalanes en un marco común requiere tiempo, y un consenso entre los constitucionalistas´

´La actual Constitución contempla realidades plurales; no es una Constitución jacobina´

Desde que aparecieron en Norteamérica los llamados “neocon”, los “conservadores revolucionarios”, se busca aglutinar el voto con campañas dirigidas a los extremos ideológicos

´El modelo jacobino francés es una importación, que ni siquiera ahora sirve en Francia´

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